viernes, 30 de diciembre de 2022

EN LA TUMBA DE LENIN

Por Eduardo García Aguilar

Algo impactante que me sucedió este año 2022 fue la visión por primera vez en mi vida de la momia de Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), revolucionario ruso que fundó la Unión Soviética y sigue siendo considerado padre de la patria e ícono nacional, pese a que en la actualidad Rusia no es un país marxista-leninista, sino por el contrario una poderosa nación capitalista, marcada por el resurgimiento de la ortodoxia religiosa que reinó durante los zares.

Hace 15 años visité Moscú, cuando estaba en pleno apogeo el gobierno de Vladimir Putin, quien vivía entonces, joven y atlético, los primeros periodos de su largo y exitoso reinado. Visité la Plaza Roja y la hermosa Catedral de San Basilio, pero evité ingresar al imponente mausoleo de Lenin, a un lado del Kremlin. Vi desde lejos la imponente pirámide escalonada cubierta por mármol rojizo, pero no me  atreví a hacer la cola e ingresar a aquellos misteriosos aposentos.

Sabía que Lenin estaba ahí desde su muerte tras una larga enfermedad degenerativa y que según crónicas o  leyendas parecía dormitar apaciblemente en ese lugar entre la penumbra del tiempo y las ideologías. Como los adolescentes rebeldes que deciden cortar con las ideas religiosas y renegar de templos y dioses, fingí la total indiferencia y preferí disfrutar las maravillas de la Catedral construida por Iván el Terrible en honor de Basilio, el santo loco que deambulaba desnudo o en harapos por la plaza entre las nieves del invierno siberiano.

En 2007 Rusia emergía de sus ruinas y miserias como un nuevo, próspero y fuerte país capitalista, caracterizado por la presencia de poderosos oligarcas amigos personales de Putin y allegados al gobierno, quienes estaban al mando de las empresas claves en diversos rubros, y cuyas inmensas fortunas eran comentadas con asombro en los grandes medios occidentales.

Putin y Occidente vivían una luna de miel, Estados Unidos y Rusia negociaban tratados para disminuir la proliferación nuclear y tanto él como sus ministros y amigos oligarcas eran recibidos con honores en todas las capitales, mientras sus yates se paseaban por los lujosos puertos del Mediterráneo.

Al nuevo Zar ruso, ex espía y ex dirigente de los servicios secretos del país, hijo de la señorial San Petersburgo, se le veía en las portadas de las revistas de farándula mostrando su musculado torso de atleta, cabalgando por las estepas o nadado en aguas heladas, como alguno de esos monarcas de las planicies mongolas y siberianas que hace siglos recorrían a gran velocidad el territorio sobre magníficos caballos criados en Samarcanda, Yakutia, Kiev o Nobosibirsk.

Una tarde, cuando caminaba cerca del Kremlin, vi salir la nutrida caravana de autos y vehículos de seguridad, algunos dotados con antenas, que lo escoltaban y lo conducían raudo hacia algún lugar incógnito, tal vez su dacha en las afueras de Moscú, o el aeropuerto militar, desde donde emprendería otro viaje internacional.

Los analistas políticos apostaban por una sólida alianza entre Occidente y la nueva Rusia surgida de las ruinas de la Unión Soviética, que sellaría así el deshielo iniciado con la Perestroika por Mijail Gorbachev, el derrumbe del Muro de Berlín, el retorno de los países comunistas del Este europeo a la Europa de la OTAN y el hundimiento del país con Boris Yeltsin, quien vodka en mano celebraba alegre con dirigentes occidentales que hasta hacía poco eran los enemigos jurados de la Guerra fría.

En muchos lugares del inmenso país y de la vieja ex Unión Soviética se tumbaban las estatuas de Marx, Stalin y Lenin, los gigantescos monumentos de hierro, piedra y bronce en honor de obreros, obreras, campesinos y soldados soviéticos, que eran llevados a luego a desolados cementerios de efigies otrora adoradas con devoción, mientras surgían rascacielos financieros en Moscú, tiendas de lujo y bares y clubes de ensueño para las nuevas castas surgidas de la prosperidad.

En ese contexto Lenin había pasado de moda y parecía absurdo entonces ingresar a la cripta a observar la momia tal vez empolillada del líder autor de Qué hacer, entre otros libros, proclamas y discursos que nuestra generación leyó al mismo tiempo que las biografías de grandes expertos occidentales le dedicaron a este héroe e intelectual muerto a los 54 años, antes de que hubiese podido llevar a la práctica sus planes, cosa que realizó en su lugar el georgiano José Stalin en vez de León Trotsky, el otro candidato a sucederlo.

Cuando ya se acerca el centenario de su muerte en enero de 2024 y se especula en medio dudas sobre el posible entierro definitivo de la momia, no podía perder la oportunidad de verlo por si acaso. Hice la cola que por estos tiempos de guerra es menos larga a falta de turistas e ingresé al impecable mausoleo con aires Art Deco, donde su figura yaciente impresiona, como la de un viejo amigo o familiar de baja estatura, calvo, de ojos asiáticos cerrados, labios ceñidos, manos intactas, enfundado en su traje negro, camisa alba con mancuernas, chaleco y típica corbata negra de bolitas blancas.

Ahí estaba él, el nativo de Simbirsk junto al Volga, el marido de Nadiezdha Krupskaia, el amigo de Inés Armand, el viajero de París y Ginebra, el lector voraz, el filósofo aficionado, el estratega mundial a quien tantas horas dediqué en la adolescencia. Quedé pasmado ante su figura y di vueltas mirándolo desde distintos ángulos sin querer irme, hasta que un soldado con aires de mujik severo me ordenó seguir el camino señalado entre la penumbra y un silencio espectral.           
   

  

lunes, 26 de diciembre de 2022

PASEOS POR EL VATICANO


Por Eduardo García Aguilar

El Vaticano es una ciudad Estado que en el mundo occidental es familiar por la presencia milenaria de la Iglesia católica en los países europeos y América Latina, región considerada como el Extremo Occidente, y por eso deambular ahora en diciembre por sus calles y cruzarse por azar con cardenales que salen de sus edificios cuando se avecina la hora del Ángelus dominical, en un día soleado, es algo muy natural.

Camino desde la Via Germanico, a unos pasos del Museo Vaticano y frente a la muralla antigua donde hace cola la gente para entrar al Museo Vaticano, en la Via Leone IV, descubro un restaurante popular italiano donde se escucha salsa colombiana caleña de los años 70 y 80. Sin duda ahí trabaja algún inmigrante colombiano nostálgico, como después me lo confirma Ana María, que vive cerca del lugar.

Es un perfecto instante para degustar allí en la parte exterior de la Santa Sede un plato de pasta con albóndigas, sin prisa alguna, degustando un vino y husmeando el ambiente del lugar entre los efluvios culinarios. Se siente que los peregrinos lo frecuentan desde hace muchos años, que nada ahí es nuevo, pues las maderas de la escalera crujen al paso de los clientes y adentro los friolentos comensales son felices y brindan.

Alrededor de las murallas de la ciudad, la vida romana es agitada por los millones de turistas que de todas las partes del mundo vienen a este lugar a visitar la Capilla Sixtina, descubrir los secretos del Museo Vaticano o a observar las cúpulas que se distinguen desde lejos.

En esta ocasión la romería es permanente porque los visitantes acuden a ver el árbol de Navidad y el pesebre situado en el centro de la Plaza de San Pedro, a cuyo alrededor van y vienen curiosos y entusiastas del mundo o italianos que se toman fotos y ríen con júbilo al sentirse en esa especie de placenta religiosa.

Todos hacen click con sus celulares para captar la inmensidad de la plaza, el gigante árbol blanco, el pesebre y las luces navideñas. La aglomeración comienza en la muy movida Plaza Risorgimento, llena de restaurantes y bares que como el pub Morrison's abren desde temprano hasta bien entrada la noche, y después se alarga por la Via de Porta Angelica, una de las calles laterales que conducen a ese círculo clásico.

En todos esos edificios residen cardenales, obispos, curas, diplomáticos, académicos, magnates, periodistas. Todos ellos son expertos enterados de las intrigas de la curia, agravadas en las última décadas durante los papados Juan Pablo II, Benedicto XV y Francisco.

De uno de los edificios sale por sorpresa el cardenal y teólogo alemán Walter Kasper (1933), presidente emérito del Consejo pontificio para la unidad de los cristianos, trajeado con clergyman negro.  A su venerable edad el vigoroso jerarca maneja muy bien el dispositivo eléctrico para abrir y cerrar el  estacionamiento de su edificio, e ingresa muy alerta a su auto, que enciende con pericia. Es un verdadero roble este hombre que está a punto de cumplir 90 años de edad.

Según cuenta el periodista Eugenio Bonanata, Kasper le regaló en 2013 a Francisco, su vecino de habitación en la Casa de Santa Marta, tres días antes del cónclave que lo eligió, su libro "Misericordia. Concepto fundamental del Evangelio", publicado en español por las ediciones Queriniana, tres de cuyos ejemplares había recibido recientemente de España y regaló a prelados que hablan esa lengua. El Pontífice lo citó en su primer Ángelus pronunciado el 17 de marzo de ese año, después de su sorpresiva elección. Kasper dice que ese concepto de misericordia se ha convertido en uno de los pilares de su pontificado.

Ahora camino hacia el centro de la plaza en espera de la salida dominical de Francisco. También por azar, el amigo vaticanista Néstor Pongutá Puerto me señala al cardenal italiano Gianfranco Ravasi (1942), presidente del pontificio consejo de Cultura y quien además de experimentado arqueólogo en territorios del Antiguo Testamento, dirigió la librería Ambrosiana. Afable, recién cumplidos los 80 años, tiene un aire juvenil, va a pie y brinca de golpe hacia la acera. Él como todos los prelados, salen de sus habitaciones y se apresuran a escuchar el mensaje papal. 

Se abre la alta ventana y el rumor recorre a la multitud en la Plaza de San Pedro. Francisco, de pie y de buen semblante, saluda a algunos de los grupos que han venido a verlo y estallan en júbilo. Después de varios días de lluvia el sol ha salido de nuevo y la nubes veloces cruzan los aires de Roma como hace milenios en tiempos de Nerón, Calígula, César, Augusto o Adriano.

Viene a la imagen el día de la consagración de Francisco, cuando hubo humo blanco en el Vaticano y salió un papa argentino. Han pasado los años y él está ahí de nuevo. Su paso por el trono de San Pedro es sin duda histórico. Ha terminado su discurso y todo de blanco vestido Francisco da la espalda y entra con lentitud a las añejas y elegantes habitaciones vaticanas donde se negó a vivir encerrado entre cortesanos e intrigantes. Y todos nosotros caminamos ahora por la Via de la Conziliazione rumbo a la Roma eterna. 

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de diciembre de 2022.

MANIZALES Y EL ESTILO ART DECO


Por Eduardo Garcia Aguilar 

Está por escribir aun la historia de amor del estilo Art Deco y Manizales, ciudad que como muchas otras en el mundo adoptaron de manera vertiginosa, en parte o del todo, esa nueva tendencia nacida hace hace más de un siglo en París y a la que pertenecen el edificio de Crhysler en Nueva York, el Cristo de Corcovado en Río de Janeiro, el Palacio de Trocadero de París frente a la Torre Eiffel y la gran Catedral Basílica de Manizales, diseñada por el francés Julien Polti (1877-1953), arquitecto jefe de los Monumentos históricos de Francia, y construida bajo la supervisión de la empresa Papio y Bonarda, fundada por dos italianos realizadores en Manizales de magníficas construcciones como el Teatro Olympia, la casa de Aquilino Villegas, la Casa Estrada, el Edificio Sáenz, entre otros.

Debo mi afición al Art Deco a que mi padre tenía su oficina en una construcción de ese estilo que luego se convirtió en hotel, situada e la carrera 21 en diagonal del magnífico Hotel Escorial y el edificio esquinero que albergaba el café Osiris, por lo que durante esos años maravillosos de la infancia y la adolescencia, cuando ya estaba infectado por la literatura, recorría esos ámbitos de la ciudad excepcionales que se anclaron en mi memoria como lugares de fantasía y que volvería a encontrar durante mis viajes por el mundo en ciudades que tuvieron la fortuna de ser reconstruidas por los jóvenes arquitectos inspirados por esa moda florecida en época de entre guerras, antes y después de la Exposición internacional de Artes decorativas e industriales de París en 1925. O sea al mismo tiempo que se incendiaba y quedaba destruido el centro de Manizales.

Vivíamos no lejos de allí en la carrera 19 con calle 25 en una de esas viejas casonas manizaleñas antiguas que fueron arrasadas en los años 70 para construir avenidas horrendas, o sea que día a día y por diferentes rutas escalonadas subía por esas calles hasta ese centro histórico invaluable que nutría el espíritu y el gusto de cualquier joven interesado en el arte. Como no maravillarse con la Casa Estrada, la Casa Sáenz, el Club Los Andes o el Teatro Olympia y más lejos el Palacio de Bellas Artes y otros edificios residenciales que sobrevivían en la Plaza de Bolívar y a lo largo de las carreras y calles centrales de la ciudad. Como no maravillarse con la Catedral, un edificio de gran rango que poco a poco comienza a aparecer en los catálogos de la gran arquitectura mundial del siglo XX y que es la obra delirante de una notable generación de manizaleños visionarios.

El Art Deco lo he reencontrado en barrios de París, México, Casablanca, Barcelona, Munich, Frankfurt, Madrid, Roma, Estocolmo y otras muchas ciudades y cada vez observo con estupor sus estructuras y la belleza y perfección de sus accesorios, puertas, ventanas, escaleras, lampadarios, adornos que culminan con la fabulosa cúpula del edificio Crhysler de Nueva York, emblema de esa gran capital del mundo. A lo que se agrega además el estilo de muebles, pinturas, murales, autos, aviones, trenes, electrodomésticos y la moda vestimentaria que acogieron ese vertiginoso nuevo estilo lleno de velocidad antes de la terrible y catastrófica Segunda Guerrra Mundial.

Acabo de visitar este jueves en el Palacio de Chaillot la exposición "Art Deco Francia-América del Norte", que traza las relaciones y los vasos comunicantes que se dieron entre esos dos mundos en los años de entreguerras y que prolonga otra magna muestra realizada en el mismo lugar hace una década, "1925. Cuando el Art déco sedujo al mundo", donde se pasaba revista a la influencia de ese arte en el mundo occidental y países lejanos como Marruecos, Camboya, Vietnam, China o Brasil, entre otros.

Basta ver los cuadros de la gran pintora alemana Tamara de Lempicka o del artista mexicano Angel Zárraga, quien fue maestro en las escuelas francesas donde se formaron muchos de esos jóvenes arquitectos, constructores y diseñadores de ese tiempo, para quedar seducido por el hedonismo y el erotismo de sus trazos. Fueron años de fulgor, cuando dos generaciones que sobrevivieron a la Primera Guerra Mundial querían vivir y hacer la fiesta en los cabarets donde reinaba la gran Josephine Baker y otras estrellas del Music Hall, descritos en las páginas de las novelas de Scot Fitzgerald y Ernest Hemingway como El Gran Gatsby o París era una fiesta.

Hubo un azar milagroso, pues esta gran explosión arquitectónica mundial del Art Deco coincidió con los trágicos incendios que destruyeron a Manizales, capital cafetera mundial y uno de los polos motores del empuje del país en ese entonces por su fuerte actividad financiera. Lo que sorprende es que la élite local actuó rápido y en cuestión de meses, al ver unas treinta manzanas del centro destruidas por el fuego, piensa por lo alto y encarga en 1927 a dos manizaleños residentes en París, Miguel Gutiérrez y Victoriano Arango, hacer las gestiones para un concurso de diseños de la Catedral Basílica de la ciudad, tras lo cual vendrían otros muchos proyectos.

Otras empresas como Ullen y Co, constructora del Palacio de Gobernación, compiten para obtener los jugosos contratos de las nuevas edificaciones. Al mismo tiempo en Miami, afectada por poderosos huracanes, se contrabata a otros arquitectos para reconstruir la ciudad con edificios sólidos que aun hoy están en pie y hacen de ese puerto caribeño uno de los mejores ejemplos del Art Deco, con sus características especiales, materiales y formas inolvidables, líneas, ornamentaciones, motivos florales o geométricos.

No soy arquitecto ni constructor ni historiador de arte, pero cada vez que camino por las calles de mi ciudad y otras del mundo trato de rastrear aquella huella dejada por el impulso de esos constructores y artistas modernos e innovadores. En las nuevas generaciones sin duda aparecerán quienes visiten los archivos a un lado y el otro del Atlántico para rehacer la historia del Art Deco y Manizales y algun día contar en magnificos libros ilustrados la increíble aventura estética que sacudió a estas alturas hace ya casi un siglo.
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Publicado en Manizales. Colombia. Lunes 26 de dieciembre de 2022.
 

jueves, 15 de diciembre de 2022

ROMA LA ETERNA



Por Eduardo García Aguilar

Siempre hay una atmósfera de eternidad en Roma, la ciudad a la que el gran poeta francés Joachim du Bellay dedicó un largo poema de 35 partes donde celebra los misterios de su antiquísima existencia, palpable en las ruinas que maravillaron desde hace siglos a los viajeros que la visitaron desde los tiempos bíblicos, como ese trotamundos de Paulo de Tarso o los principales autores del romanticismo, el alemán Goethe, el francés Chateaubriand y el británico Lord Byron y por supuesto el héroe latinoamericano por excelencia, Simón Bolívar, que inspiró a su vez a varias generaciones de románticos.

Podría decirse que Roma era la Nueva York del universo conocido en ese entonces para los contemporáneos del Imperio, quienes al llegar desde territorios lejanos no podían creer lo que veían, como ese magno Mausoleo de Augusto, o las construcciones de Adriano o Nerón, cuyas ruinas aun perviven junto al río Tíber y desde donde se veía el trazado de la urbe con su intrincado laberinto de callejuelas y edificios de varios pisos, mercados, plazas, foros, escuelas, coliseos, estadios, templos, comercios, baños termales, puentes, acueductos, construidos todos con pericia por arquitectos que impusieron su estilo y talento en todas las provincias y capitales.

Esos mismos constructores trazaron cientos de miles de kilómetros de carreteras empedradas que llegaron a los confines más lejanos del Imperio, así como murallas, faros y torres vigías desde donde vigilaban la seguridad de los territorios. Los rastros de esas construcciones perviven como ruinas en toda la extensión de aquella gran aventura inolvidable que nos recuerda que nada nuevo hay bajo el sol.

Pero en Roma la magnitud de ese poder llegó a niveles insospechados que el transeúnte actual de la ciudad ve en las murallas ocres esparcidas entre la urbe moderna y en las columnatas, obeliscos y edificaciones de ladrillo que aun siguen en pie venciendo tiempo, catástrofes, guerras, preparados para vivir futuros milenios. 
 
Joachim du Bellay (1522-1560) dedica ese largo poemario al rey para recordarle la grandeza de aquel pueblo y recomendarle se inspire en esa obra para dejar huellas. El poemario de este gran bardo francés renacentista es en cierta forma la versión escrita de los grandes monumentos y un monumento en sí mismo. Porque la literatura, la poesía, el ensayo, pueden convertirse en monumentos inmateriales. 
 
He llegado a la Plaza del Pueblo y en medio de esa atmósfera vegetal y una caída del sol crepuscular color fucsia y naranja que dio paso más tarde a la emergencia de la luna llena, acompañada por un brillante lucero planetario, he girado hacia el Mausoleo de Augusto, en cuyo entorno desde hace más de un siglo se realizan trabajos para destacarlo como uno de los centros ceremoniales más impresionantes de la ciudad. 

En pancartas alusivas a las obras se muestran los diferentes trabajos realizados a lo largo del siglo XX y se ve una foto donde Mussolini, con pico y pala, contribuye a la demolición del barrio que se había incrustado alrededor del monumento a  través de los tiempos. En breve, cuando terminen los trabajos, el Mausoleo donde están enterradas las cenizas de muchos emperadores, quedará despejado como en sus viejos tiempos. 

A un lado, en una vieja iglesia que hace parte del proyecto urbano en torno al Mausoleo de Augusto, una misa solemne pronunciada por varios sacerdotes en medio de magníficos cánticos, nos recuerda que no estamos lejos del Vaticano y del papa Francisco, y que esta ciudad ha sido centro de los más grandes rituales del ya antiguo cristianismo milenario. Más adelante llego por fin de nuevo al río Tiber y cruzo el puente hacia el barrio Trastévere, agitado este jueves por la alegría de un puente vacacional, el avance raudo de diciembre y la celebración de la fiesta de la Befana, encabezada por esa pequeña brujilla que trae los regalos.

Cada vez que vengo a Roma pienso en esos viajeros gloriosos o anónimos que han sentido la misma atmósfera y percibido los cipreses y los pinos y la naturaleza peculiar que son bañados por los aires del Mediterráneo, entornos y paisajes que atrajeron en su tiempo a los primeros pobladores y que a través de los milenios siguen haciendo de este lugar el reino de una Dolce Vita imaginaria a veces rota por las guerras, los incendios neronianos, los magnicidios y las sombras oscuras de la peste.

¿Cómo no pensar en el gran cine italiano de la posguerra, en Vitorio de Sica, Michelangelo Antonioni, Roberto Rossellini, Federico Fellini, en el gran Pier Paolo Pasolini y las divas de siempre Monica Viti, Gina Lollobrigida, Ana Magnani, Sofía Loren, Claudia Cardinale y Ornella Muti? ¿Cómo no pensar en Leopardi, Garibaldi, Gabrielle D'Annunzio, Alberto Moravia, y los poetas Cesare Pavese, Giussepe Ungaretti y Mario Luzi? En Roma se respira arte, poesía y literatura y la sombra de Miguel Angel o Leonardo da Vinci salen a nuestro paso, mientras flota en el aire el aroma inconfundible del café. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de diciembre de 2022.
 * Foto del Mausoleo de Augusto de Eduardo García Aguilar.



sábado, 3 de diciembre de 2022

LILLE Y ESTRASBURGO: CIUDADES FRONTERIZAS

Por Eduardo García Aguilar

Uno llega a Lille en el último tren a medianoche y al salir, caminando apresurado por los andenes de la estación, lo recibe la niebla nórdica que con las luces de los faroles otorgan aire fantasmal al lugar, evocador de sueños extraños o filmes oníricos que proyectan sombras fantasmales con personajes de bastón y sombrero de copa salidos de un poema de Baudelaire.

Desde ese instante la ciudad adquiere un aura literaria, pues en ella conviven varios mundos y tradiciones centenarias marcados por auges incontenibles y guerras atroces de codicia y envidia: Gran Bretaña, Bélgica, los Países Bajos, Francia o la propia Alemania, sedes de imperios sucesivos, cíclicos, intermitentes. Lo atestiguan las estatuas de monarcas y héroes militares de las épocas coloniales, como Faidherbe, el gobernador de Senegal y jefe francés de los ejércitos del norte, cuya estatua ecuestre se ve cerca del metro República entre la niebla.

Y es normal esa sensación libresca cuando viene uno a hablar de viaje y literatura con los estudiantes de letras modernas y del Centro de lenguas de la Universidad de Lille, polo cultural de una gran ciudad fronteriza, esta vez con Bélgica, tanto la francófona como la flamenca. Aquí cerca está Brujas, la ciudad maravillosa que relató Georges Rodenbach en Brujas la muerta, publicada a fines del siglo XIX.  

Como todas la ciudades de esa estirpe, la urbe flota entre varios mundos, lenguas, culturas, pasados de guerras y esplendores que enriquecen el sincretismo de sus edificios y de la gente que habita en ellos. Por aquí han pasado múltiples ejércitos y antes estaba cruzada por canales como Amberes o Gante. La ciudad ha sido devastada y vuelta reconstruir tantas veces que la cuenta es imposible, pero en tiempos de paz ha sido centro comercial, de ferias e intercambios de productos e ideas como lo es ahora.

En la actualidad la capital de la Flandes francesa es de facto el centro de un polo metropolitano europeo al que pertenecen ciudades francesas y belgas y a donde llegan los trenes rápidos como el Eurostar, que lleva a Londres, o el que conduce a París. Por eso se escuchan muchas lenguas, acentos y dialectos y conversaciones agitadas sobre el destino de Europa, la guerra en Ucrania, la crisis energética derivada de ella y la inflación.

Es una metrópoli que en los últimos tiempos ha sido parte del sueño de unidad europea, ahora maltrecho tras la salida de Gran Bretaña de la UE y las consecuencias del Brexit y por la guerra en Ucrania, que divide a la opinión de los países de la comunidad y desata debates sobre la relación que se debe tener con Rusia, la ancestral tierra de los zares, de la gran Catalina II, amiga de Francisco de Miranda y Voltaire, la patria de Tolstoi, Dostoievski, Rasputín, Lenin, Stalin, Trotsky, Bulgákov y Maiakovski, entre otros.

La ciudad ha vivido a través de los siglos bajo los sucesivos dominios del reino de Francia, el Santo Imperio romano germánico, los Países bajos españoles de Carlos V y fue reconquistada por el rey Sol Luis XIV, pero en el siglo XX también fue línea de frente de las dos guerras mundiales, por lo que el territorio guarda cicatrices inolvidables de una violencia incesante y en sus entrañas hay cifras inconcebibles de soldados de todos los orígenes, asfixiados en las trincheras por gases químicos o destrozados por balas u obuses.

Sus edificios fueron construidos con el estilo dominante en los Países bajos durante el esplendor de Ámsterdam como capital de un imperio comercial mundial, con sus típicas fachadas escalonadas, geométricas, y otros en el marco de la más clara tradición imperial francesa, por lo que deambular por sus calles y callejuelas entre la niebla nos recuerda el mito literario y fílmico de doctor Jekyll and mister Hyde, obra de Rober Louis Strevenson sobre la doble personalidad, inspiradora de tantos filmes, imaginaciones y textos psiquiátricos o sicoanalíticos.

Parecidas diferencias se registran, pero de otra manera, en Estrasburgo, ciudad alsaciana fronteriza con Alemania, sede del Parlamento europeo, que tiene viejos barrios medievales bañados por los brazos del río que la cruza y desemboca en el Rhin y otros que recuerdan ya sea el dominio alemán o francés, pues ha sido disputada, conquistada y reconquistada varias veces por ambas naciones.

Estrasburgo, como casi todas las ciudades de estas zonas fronteriza, han sido centro de ferias e intercambios desde los tiempos del Imperio Romano y fue básica en el medioevo para animar y cambiar poco a poco el mundo con el auge revolucionario del Renacimiento de las ciencias, el comercio, las ideas y las artes.

Los perseguidos por ideas en España e Italia podían refugiarse junto al río Rhin, el de Los Nibelungos, y dedicarse a escribir y pensar y a vivir. En el centro de Estrasburgo, no lejos de la magnífica catedral gótica, tal vez la más bella de Europa, hay una estatua de Gutenberg, el inventor de la imprenta, que estuvo refugiado un tiempo entre sus callejuelas, así como el alquimista Alberto Magno.

Por eso al llegar a Lille esta semana a hablar de literatura entre la bruma, pienso que estas frágiles ciudades fronterizas volverán a cambiar de dueño en décadas o siglos futuros, porque las guerras y los cambios de mapas y banderas hacen parte de la pulsión humana. Los países son como el Doctor Jekyll y Mister Hyde: viven tiempos estables y pacíficos y de repente se convierten en monstruos sanguinarios y nada los detiene en su autodestrucción.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. D
omingo 4 de diceimbre de 2022.