Por Eduardo García Aguilar
Uno llega a Lille en el último tren a medianoche y
al salir, caminando apresurado por los andenes de la estación, lo recibe
la niebla nórdica que con las luces de los faroles otorgan aire
fantasmal al lugar, evocador de sueños extraños o filmes oníricos que
proyectan sombras fantasmales con personajes de bastón y sombrero de
copa salidos de un poema de Baudelaire.
Desde ese instante la ciudad adquiere un aura
literaria, pues en ella conviven varios mundos y tradiciones centenarias
marcados por auges incontenibles y guerras atroces de codicia y
envidia: Gran Bretaña, Bélgica, los Países Bajos, Francia o la propia
Alemania, sedes de imperios sucesivos, cíclicos, intermitentes. Lo
atestiguan las estatuas de monarcas y héroes militares de las épocas
coloniales, como Faidherbe, el gobernador de Senegal y jefe francés de
los ejércitos del norte, cuya estatua ecuestre se ve cerca del metro
República entre la niebla.
Y es normal esa sensación libresca cuando viene uno a
hablar de viaje y literatura con los estudiantes de letras modernas y
del Centro de lenguas de la Universidad de Lille, polo cultural de una
gran ciudad fronteriza, esta vez con Bélgica, tanto la francófona como
la flamenca. Aquí cerca está Brujas, la ciudad maravillosa que relató
Georges Rodenbach en Brujas la muerta, publicada a fines del siglo
XIX.
Como todas la ciudades de esa estirpe, la urbe flota
entre varios mundos, lenguas, culturas, pasados de guerras y
esplendores que enriquecen el sincretismo de sus edificios y de la gente
que habita en ellos. Por aquí han pasado múltiples ejércitos y antes
estaba cruzada por canales como Amberes o Gante. La ciudad ha sido
devastada y vuelta reconstruir tantas veces que la cuenta es imposible,
pero en tiempos de paz ha sido centro comercial, de ferias e
intercambios de productos e ideas como lo es ahora.
En la actualidad la capital de la Flandes francesa
es de facto el centro de un polo metropolitano europeo al que pertenecen
ciudades francesas y belgas y a donde llegan los trenes rápidos como el
Eurostar, que lleva a Londres, o el que conduce a París. Por eso se
escuchan muchas lenguas, acentos y dialectos y conversaciones agitadas
sobre el destino de Europa, la guerra en Ucrania, la crisis energética
derivada de ella y la inflación.
Es una metrópoli que en los últimos tiempos ha sido
parte del sueño de unidad europea, ahora maltrecho tras la salida de
Gran Bretaña de la UE y las consecuencias del Brexit y por la guerra en
Ucrania, que divide a la opinión de los países de la comunidad y desata
debates sobre la relación que se debe tener con Rusia, la ancestral
tierra de los zares, de la gran Catalina II, amiga de Francisco de
Miranda y Voltaire, la patria de Tolstoi, Dostoievski, Rasputín, Lenin,
Stalin, Trotsky, Bulgákov y Maiakovski, entre otros.
La ciudad ha vivido a través de los siglos bajo los
sucesivos dominios del reino de Francia, el Santo Imperio romano
germánico, los Países bajos españoles de Carlos V y fue reconquistada
por el rey Sol Luis XIV, pero en el siglo XX también fue línea de frente
de las dos guerras mundiales, por lo que el territorio guarda
cicatrices inolvidables de una violencia incesante y en sus entrañas hay
cifras inconcebibles de soldados de todos los orígenes, asfixiados en
las trincheras por gases químicos o destrozados por balas u obuses.
Sus edificios fueron construidos con el estilo
dominante en los Países bajos durante el esplendor de Ámsterdam como
capital de un imperio comercial mundial, con sus típicas fachadas
escalonadas, geométricas, y otros en el marco de la más clara tradición
imperial francesa, por lo que deambular por sus calles y callejuelas
entre la niebla nos recuerda el mito literario y fílmico de doctor
Jekyll and mister Hyde, obra de Rober Louis Strevenson sobre la doble
personalidad, inspiradora de tantos filmes, imaginaciones y textos
psiquiátricos o sicoanalíticos.
Parecidas diferencias se registran, pero de otra
manera, en Estrasburgo, ciudad alsaciana fronteriza con Alemania, sede
del Parlamento europeo, que tiene viejos barrios medievales bañados por
los brazos del río que la cruza y desemboca en el Rhin y otros que
recuerdan ya sea el dominio alemán o francés, pues ha sido disputada,
conquistada y reconquistada varias veces por ambas naciones.
Estrasburgo, como casi todas las ciudades de estas
zonas fronteriza, han sido centro de ferias e intercambios desde los
tiempos del Imperio Romano y fue básica en el medioevo para animar y
cambiar poco a poco el mundo con el auge revolucionario del Renacimiento
de las ciencias, el comercio, las ideas y las artes.
Los perseguidos por ideas en España e Italia podían
refugiarse junto al río Rhin, el de Los Nibelungos, y dedicarse a
escribir y pensar y a vivir. En el centro de Estrasburgo, no lejos de la
magnífica catedral gótica, tal vez la más bella de Europa, hay una
estatua de Gutenberg, el inventor de la imprenta, que estuvo refugiado
un tiempo entre sus callejuelas, así como el alquimista Alberto Magno.
Por eso al llegar a Lille esta semana a hablar de
literatura entre la bruma, pienso que estas frágiles ciudades
fronterizas volverán a cambiar de dueño en décadas o siglos futuros,
porque las guerras y los cambios de mapas y banderas hacen parte de la
pulsión humana. Los países son como el Doctor Jekyll y Mister Hyde:
viven tiempos estables y pacíficos y de repente se convierten en
monstruos sanguinarios y nada los detiene en su autodestrucción.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. D
omingo 4 de diceimbre de 2022.