Por Eduardo García Aguilar
Con la partida de Mercedes Barcha (1932-2020),
esposa del Gabriel García Márquez (1927-2014), se cierra un capítulo de
la historia colombiana que por fortuna está lleno de alegría, magia y
misterio. Puesto que el Nobel nacido en Aracataca ha sido la mejor
noticia de Colombia en todo el siglo XX y el que más felicidades ha dado
al país en medio de tantas tragedias, catástrofes, abusos y mediocridad
generalizados, la figura de la sólida matriarca que tanto le ayudó y le
dio estabilidad para su actividad creativa se convirtió a su vez en una
celebridad mítica, una primera dama esencial que acompañó al país por
más de medio siglo entre los ires y venires del escritor por los mundos
de la ficción y sus viajes a uno y otro lado del oceáno Atlántico como
verdadera estrella de rock.
El autor de Cien años de soledad es tal vez la
última figura mundial literaria de la era inaugurada por Gutenberg al
inventar la imprenta, que por misterios del destino encarnó en un
momento dado la identidad no solo de su país, sino del continente
latinoamericano entero y al final de cuentas de todas las culturas del
mundo en momentos de guerra fría y rebelión del Tercer Mundo.
Al encarnarse de tal forma y concitar el
reconocimiento de la crítica más especializada y del lector popular
tanto de los países ricos y nórdicos, como los del hemisferio sur, el
colombiano se izó al rango de los más grandes patriarcas de las letras
mundiales, al lado de Byron, Goethe, Tolstoi, Dickens, Twain, Victor
Hugo y tantos otros que más allá de la literatura tuvieron influencia en
los asuntos de la política terrenal en los últimos dos siglos desde la
Revolución francesa y la era romántica, hasta la destrucción de las
Torres gemelas de Nueva York por Al Qida.
Otros escritores latinoamericanos de su época podían
tener obras magníficas como Alejo Carpentier, Miguel Angel Asturias o
Julio Cortázar, pero la lengüeta de fuego de la gloria fue más generosa
con el colombiano porque en él se daba un misterioso coctel único por su
origen popular, su presencia colorida e irreverente y la oportunidad de
sus posiciones políticas en el momento preciso y el lugar adecuado.
Subido al trono desde 1967, a los cuarenta años de edad, el costeño
permanecería desde enconces en lo alto de la ola antes y después de ser
consagrado con el Nobel de Literatura en 1982, a la precoz edad de 54
años, lo que lo convirtió en uno de los más jóvenes premiados.
El paso de García Márquez por las capitales del
mundo que visitaba era un acontecimiento y su recepción con rango de
jefe de Estado mostraba que era casi un papa que estaba por encima del
bien y del mal y flotaba sobre un halo milagroso por sobre presidentes,
cancilleres, embajadores, ministros, funcionarios, de quienes recibía
mensajes secretos u oficiaba como mediador en conflictos e intrigas
políticas. Indira Gandhi, François Mitterrand, Bill Clinton, Felipe
González, fueron algunos de esos mandatarios que desearon posar como sus
amigos y presumían de cenas íntimas y conciliábulos secretos donde
siempre estuvo presente Mercedes Barcha como sólido portal de sabiduría
egipcia. No en vano él la consideraba el cocodrilo sagrado.
Los colombianos que adolescentes recibimos el rayo
enceguecedor de Cien años de Soledad poco después de su salida,
esperábamos cada temporada a través de las décadas la aparición de la
nueva obra para devorarla y admirarla y así una tras otra nos
maravillamos con Los funerales de la mama grande, El otoño del
patriarca, la Increíble y triste historia de la cándida Eréndira,
Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera, Del
amor y otros demonios y El general en su laberinto, entre otros libros
que iban saliendo de su crisol en la calle Fuego 144 del Pedregal de San
Angel, en el sur de la Ciudad de México, casa que era como una
residencia presidencial donde hacían antesala magnates, estudiantes de
literatura, escritores, editores, biógrafos, periodistas y presidentes. A
veces volvíamos con estupor a leer El coronel no tiene quien le
escriba, La hojarasca y La mala hora, obras escritas antes de la
deflagración de su éxito, en los tiempos de vacas flacas de París,
cuando muchos lo consideraban "un caso perdido" y vivía un amor con la
actriz española Tachia Quintanar.
No era de extrañar que siguiéramos como en su tiempo
ocurrió con Víctor Hugo, Goethe y Tolstoi los recorridos mundiales de
la celebridad, su paso por París, Barcelona, Madrid, Buenos Aires,
Ciudad de México, Londres, Nueva York, Los Angeles, Estambul, Moscú, La
Habana, Estocolmo, Nueva Dehli, Atenas, Caracas y tantas otras ciudades
que lo vieron llegar alguna vez al lado de Mercedes Barcha. A través de
reportajes de prensa o infidencias de los amigos en entrevistas o libros
sobre su vida, sabíamos de esa historia de candoroso amor costeño entre
hijos de boticarios pobres, de la promesa de volver por ella para
casarse cuando estuviera más grande, sus primeros pasos en Caracas,
Bogotá y Nueva York cuando él trabajaba para Prensa Latina y el supuesto
viaje en un bus Greyhound con el bebé Rodrigo desde la urbe
norteamericana hasta la Ciudad de México, donde lo esperaba como siempre
su amigo Alvaro Mutis (1923-2013), que le había conseguido trabajo.
La vida de la pareja se había convertido en un
relato y casi una telenovela que todos seguíamos. Supimos que cuando el
futuro Nobel se dedicó a escribir su obra maestra tras interrumpir de
súbito un viaje a Acapulco y escaseaban los recursos, Mercedes Barcha se
las arreglaba con el carnicerro de la esquina para aplazar el pago de
los bisteces y que negoció con el dueño de la primera casa de San Angel
donde vivían para aplazar el pago de la renta durante siete meses.
También la vimos como heroína dividiendo en dos el manuscrito para
enviarlo por correo a Argentina y así sucesivamente conocimos sus gustos
culinarios, la forma como atendía ella misma a los invitados y sus
palabras tajantes e irreverentes, como aquella vez que, según José Luis
Díaz Granados, regañó a su marido y a Fidel Castro porque conversaban
mientras el papa estaba pronunciando la misa en La Habana.
Todos conocimos detalles de su vida en Barcelona en la calle Caponeta donde él escribió El otoño del patriarca y se solidificó el boom,
la huída de Colombia cuando estuvo a punto de ser detenido por
subversivo y poco a poco todos vimos crecer a sus hijos Rodrigo y
Gozalo, convertidos ambos en bellas y generosas personas, el uno
dedicado al cine y el otro a las artes de la edición.
En esa casa de la calle Fuego se le veía salir a
saludar a los admiradores en sus soleadas fechas de cumpleaños, cuando
ya se extinguía poco a poco su memoria, y veíamos en el rostro de
Mercedes Barcha la gravedad del paso del tiempo y los golpes del
infortunio a medida que uno tras otro iban partiendo los amigos del
alma, Carlos Fuentes, Mutis. Pero la imagen más bella es cuando al
amanecer del Nobel, recién enterados, ambos salen jóvenes y risueños en
piyama y levantadora al patio para darse un beso y celebrar ese
increíble triunfo.
La vimos acompañándolo a su lado en sus últimos
viajes a la tierra nativa, a la Cartagena que describe con maestría en
su autobiografía Vivir para contarlo. Allí en las festividades y los
homenajes ella saludaba al pueblo desde la escotilla de los vehículos o
las carrozas y sola se quedó en silencio manteniendo la antorcha de una
vida misteriosa y prodigiosa que es única e irrepetible porque con ambos
se va una época y una Colombia que ya queda para los libros de historia
y los documentales. Las costumbres y usos de su época han quedado atrás
para siempre en este agitado siglo XXI.
Cuando murió García Márquez todos sentimos un nudo
en la garganta pues como Tolstoi y Victor Hugo era el patriarca del
país, nuestro dios nutritivo Ganesha, un patriarca de bien y de ficción
que alcanzó su rango mundial sin hacerle mal a nadie y por su propios y
únicos méritos. Y ahora que Mercedes Barcha se va a buscarlo en el más
allá, todos quedamos un poco más solos que nunca, condenados a Cien años
de soledad y a buscar por siempre el amor en los tiempos del
coronavirus.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de agosto de 2020