Toda la prensa francesa habla en estos días de la
nueva novela de Michel Houllebecq (1956), que bajo el título de
Aniquilar aparecerá en las librerías el próximo 7 de enero,
convirtiéndose en la gran novedad del nuevo año y un acontecimiento
literario con un tiraje inicial de 300.000 ejemplares. Ni la crítica ni
los entendidos locales e internacionales tienen duda de que el autor se
ha convertido desde hace dos décadas en el más importante del país, una
especie de gloria nacional viva como en su tiempo ocurrió con Voltaire,
Chateaubriand, Victor Hugo, Malraux o Sartre.
Como ellos, Houellelbecq es un hombre de gran
inteligencia y gran cultura clásica y moderna, pero a diferencia de sus
antecesores se ha construido una extraña figura de maldito con pinta de
espantajo, desdentado, despeinado y envuelto en horrendas chaquetas de
tallas enormes que contrastan con su frágil cuerpo de fumador
empedernido. Él encarna la desazón de su generación. Hijo de hippies,
carente de afecto y atención en la primera infancia, el autor relató sus
miserias en la novela que lo lanzó a la fama, Las partículas
elementales, publicada en agosto de 1998.
Escribe unas historias que se basan en los grandes
problemas sociales, políticos y generacionales de su país y el mundo, en
tiempos de grandes atentados terroristas, auge del fanatismo islamista,
inquietud por el auge de la migración, dudas sobre la pertinencia de la
Unión Europea, y temor por la desaparición o el reemplazo del francés
blanco de clase media u obrera, provinciano, nutrido en una tradición
católica que vive su crepúsculo, con las iglesias vacías y la
incredulidad general.
En la posibilidad de una isla, La carta y el
territorio, Sumisión, entre otras novelas, no duda en usar personajes
conocidos de la actualidad como políticos o estrellas televisivas que
interaccionan a su vez con otros ficticios que expresan los grandes
demonios de esta época. Hombres blancos fracasados, feos y depresivos
que dudan de su sexualidad y su futuro, mujeres calurosas unas y
terribles otras, seres humanos que dudan entre el deseo de creer, tener
esperanza o hundirse en el desconsuelo más absoluto.
Ha creado así un fresco crítico de su época, cargado
de gran sentido del humor y del sarcasmo, una especie de amplio mural
de la actualidad en el siglo XXI que a veces frisa con la profecía, como
cuando apareció la novela Sumisión el mismo día del terrible atentado
islamista de Charlie Hebdo o cuando se refirió en La posibilidad de una
isla a unos atentados en las playas de Indonesia que no tardarían en
ocurrir y reproducirse por la región.
Gran lector y admirador del escritor católico Joris
Karl Huysmans, Houellebecq expresa su preferencia por lecturas que hoy
parecerían anacrónicas y es el portavoz de una generación de
neoconservadores que sueñan con una restauración de un pasado europeo
idealizado por ellos y que ven amenazado por el mestizaje, la migración
de todos los orígenes y culturas, mientras aumentan las mezquitas llenas
de fieles y se vacían las iglesias, donde a veces fanáticos decapitan
viejos sacerdotes en sus altares, al mismo tiempo que jóvenes
adolescentes mahometanos intoxicados por internet matan en las escuelas a
los maestros que osan hablar de laicidad y enseñan con la razón y la
ciencia.
Con ese coctel catalizado por la presencia del sexo y
el deseo, cada novela es un acontecimiento. Esta vez los periodistas
que tuvieron el privilegio de acceder al libro antes de su salida, nos
dicen que es una novela de 734 páginas, muy bien editada en pasta dura,
con buen papel y tipo de letra Garamond. Y como los anteriores, se
refiere a un futuro cercano, 2027, en tiempo de elecciones
presidenciales y legislativas en Francia.
Houellebecq es problablemente el mayor escritor vivo
de su país, pero también es mi vecino, pues vive cerca de la Place
d'Italie. Con frecuencia uno lo cruza sentado en algún bistrot con
expendio de cigarrillos como el Naja, o en el restaurante-bar O'Jules o en el super Carrefour City de Gobelins o deambulando después de ir al gimnasio por el
barrio. Lugares y calles que figuran en sus novelas Sumisión y Serotonina. Vive en una torre moderna en
un ambiente que difiere del tradicional Saint Germain des Prés donde
residen los autores, políticos, millonarios y artistas más famosos.
Siempre va enfundado en una vieja y enorme chaqueta
verde o azul raída y con una bolsa en la espalda. Es fiel a su
imagen de maldito, aunque a veces se peina, se pone la caja de dientes y
se viste de traje trasmutándose en el modesto empleado de informática
que alguna vez fue, o luce sacoleva, como cuando se casó con una china
en la alcaldía de nuestro barrio hace unos años.
Hace dos meses me lo encontré una mañana en la Avenue
d'Italie y al preguntarle como estaba expresó con un gesto de mano y de
boca que le iba superbien y no es para menos. A este experto en el
fracaso y la depresión todo le ha salido de maravilla. Vende millones de
libros en el mundo, la crítica lo ensalza de manera unánime, hace
películas y exposiciones elogiadas y aun se da el lujo de participar en
grupos de rock. Así es él, un auténtico hombre de su tiempo, un rock
star que escribe desde la rebelión sin rendirle cuentas a nadie.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de enero de 2022
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