viernes, 31 de diciembre de 2021

UN AUTOR CON ESTRELLA

 Por Eduardo García Aguilar

Toda la prensa francesa habla en estos días de la nueva novela de Michel Houllebecq (1956), que bajo el título de Aniquilar aparecerá en las librerías el próximo 7 de enero, convirtiéndose en la gran novedad del nuevo año y un acontecimiento literario con un tiraje inicial de 300.000 ejemplares. Ni la crítica ni los entendidos locales e internacionales tienen duda de que el autor se ha convertido desde hace dos décadas en el más importante del país, una especie de gloria nacional viva como en su tiempo ocurrió con Voltaire, Chateaubriand, Victor Hugo, Malraux o Sartre.

Como ellos, Houellelbecq es un hombre de gran inteligencia y gran cultura clásica y moderna, pero a diferencia de sus antecesores se ha construido una extraña figura de maldito con pinta de espantajo, desdentado, despeinado y envuelto en horrendas chaquetas de tallas enormes que contrastan con su frágil cuerpo de fumador empedernido. Él encarna la desazón de su generación. Hijo de hippies, carente de afecto y atención en la primera infancia, el autor relató sus miserias en la novela que lo lanzó a la fama, Las partículas elementales, publicada en agosto de 1998.

Escribe unas historias que se basan en los grandes problemas sociales, políticos y generacionales de su país y el mundo, en tiempos de grandes atentados terroristas, auge del fanatismo islamista, inquietud por el auge de la migración, dudas sobre la pertinencia de la Unión Europea, y temor por la desaparición o el reemplazo del francés blanco de clase media u obrera, provinciano, nutrido en una tradición católica que vive su crepúsculo, con las iglesias vacías y la incredulidad general.

En la posibilidad de una isla, La carta y el territorio, Sumisión, entre otras novelas, no duda en usar personajes conocidos de la actualidad como políticos o estrellas televisivas que interaccionan a su vez con otros ficticios que expresan los grandes demonios de esta época. Hombres blancos fracasados, feos y depresivos que dudan de su sexualidad y su futuro, mujeres calurosas unas y terribles otras, seres humanos que dudan entre el deseo de creer, tener esperanza o hundirse en el desconsuelo más absoluto.

Ha creado así un fresco crítico de su época, cargado de gran sentido del humor y del sarcasmo, una especie de amplio mural de la actualidad en el siglo XXI que a veces frisa con la profecía, como cuando apareció la novela Sumisión el mismo día del  terrible atentado islamista de Charlie Hebdo o cuando se refirió en La posibilidad de una isla a unos atentados en las playas de Indonesia que no tardarían en ocurrir y reproducirse por la región.

Gran lector y admirador del escritor católico Joris Karl Huysmans, Houellebecq expresa su preferencia por lecturas que hoy parecerían anacrónicas y es el portavoz de una generación de neoconservadores que sueñan con una restauración de un pasado europeo idealizado por ellos y que ven amenazado por el mestizaje, la migración de todos los orígenes y culturas, mientras aumentan las mezquitas llenas de fieles y se vacían las iglesias, donde a veces fanáticos decapitan viejos sacerdotes en sus altares, al mismo tiempo que jóvenes adolescentes mahometanos intoxicados por internet matan en las escuelas a los maestros que osan hablar de laicidad y enseñan con la razón y la ciencia.

Con ese coctel catalizado por la presencia del sexo y el deseo, cada novela es un acontecimiento. Esta vez los periodistas que tuvieron el privilegio de acceder al libro antes de su salida, nos dicen que es una novela de 734 páginas, muy bien editada en pasta dura, con buen papel y tipo de letra Garamond. Y como los anteriores, se refiere a un futuro cercano, 2027, en tiempo de elecciones presidenciales y legislativas en Francia.

Houellebecq es problablemente el mayor escritor vivo de su país, pero también es mi vecino, pues vive cerca de la Place d'Italie. Con frecuencia uno lo cruza sentado en algún bistrot con expendio de cigarrillos como el Naja, o en el restaurante-bar O'Jules o en el super Carrefour City de Gobelins o deambulando después de ir al gimnasio por el barrio. Lugares y calles que figuran en sus novelas Sumisión y Serotonina. Vive en una torre moderna en un ambiente que difiere del tradicional Saint Germain des Prés donde residen los autores, políticos, millonarios y artistas más famosos. 

Siempre va enfundado en una vieja y enorme chaqueta verde o azul raída y con una bolsa en la espalda. Es fiel a su imagen de maldito, aunque a veces se peina, se pone la caja de dientes y se viste de traje trasmutándose en el modesto empleado de informática que alguna vez fue, o luce sacoleva, como cuando se casó con una  china en la alcaldía de nuestro barrio hace unos años.

Hace dos meses me lo encontré una mañana en la Avenue d'Italie y al preguntarle como estaba expresó con un gesto de mano y de boca que le iba superbien y no es para menos. A este experto en el fracaso y la depresión todo le ha salido de maravilla. Vende millones de libros en el mundo, la crítica lo ensalza de manera unánime, hace películas y exposiciones elogiadas y aun se da el lujo de participar en grupos de rock.  Así es él, un auténtico hombre de su tiempo, un rock star que escribe desde la rebelión sin rendirle cuentas a nadie.   
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de enero de 2022

     


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