jueves, 27 de junio de 2024
EL RETORNO DEL EX PRESIDENTE HOLLANDE
domingo, 23 de junio de 2024
PARÍS PARA LECTORES EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS
Un
delirante tejido concéntrico forma desde lo subterráneo hasta lo aéreo a
la imaginaria ciudad de París que pronto invadirán deportistas y
turistas en los Juegos Olímpicos 2024. Apeñuscados en la oscuridad,
miles de calaveras y esqueletos pueblan el laberinto de las catacumbas,
visitadas en especial por seres de ficción y centro de un rito de
cavernas. A un lado paralelo, en el subvientre de la ciudad, se
extienden las misteriosas cloacas, casi paradisíacas para los
precursores del underground. Inmensos roedores, aguas pútridas, canales y
túneles mohosos sirven de escenario a las aventuras más escabrosas:
seres olvidados de piel mortecina, mendigos sabios, evadidos de prisión y
una red de funestos empleados viajan en pequeñas embarcaciones sobre
las aguas negras.
Desde arriba, los expertos lanzan enormes bolas de un material
desconocido, encargadas de romper los posibles escollos y dejar la vía
libre a la fluidez del líquido. Es posible imaginar el estruendo de la
enorme esfera al lograr su máxima velocidad, la devastación que deja a
su paso antes de ser capturada de nuevo en otro rincón de la ciudad. En
ese intrincado mundo todo es posible, desde el amor hasta la muerte,
desde la cofradía hasta el anacoretismo. Algún ser de ultratumba habrá
escogido allí un rincón para huir de la hormigueante civilización
desplegada sobre el viejo lecho del Sena; amigo ya de las enormes
alimañas roedoras descendientes de las que poblaron el mercado de Les
Halles, dialogará con ellas y compartirá su soledad, la voz que en ecos
se distribuye por los salones de ese mundo paralelo, el chillido
amenazante de aquellos bichos de pelambre mojado.
Escenarios perfectos para una novela maldita o para una historieta con
héroes del averno, las catacumbas y las cloacas (albañales, sumideros,
alcantarillas, según los diccionarios) pertenecen a la más fina
aristocracia de la ciudad, y su arqueología e historia podrían
desencadenar torvos pensamientos: allí se concentraría la red de
cofrades rebeldes ante el “progreso” de la superficie; en la no-ciudad
subterránea se podría desarrollar el engranaje, la maquinaria de un
improbable falansterio. De las catacumbas y gigantescas cloacas saldrían
los encargados de repoblar una superficie agotada por la guerra.
El metro centenario es un caso aparte. De entre miles de millones de
viajeros podría sacarse material para un museo internacional de gestos y
soledades: miradas perdidas de viudas, huérfanos, mujeres abandonadas,
reos recién liberados, exiliados, enamorados al borde de la
desesperación, solitarios desquiciados por la falta de un cuerpo,
militares recién degradados, jóvenes ambiciosos de provincia,
aventureros de exóticos países conradianos. Incluso los ciegos saben que
allí adentro la mirada es la reina, sea esta huidiza, directa,
demencial, vidriosa, lagrimeante, mansa, agresiva. Timbres, sirenas,
pasos, carreras, olores, sudores, portafolios, zapatos lustrados,
abrigos de un mercado de pulgas, hombres negros, amarillos, blancos,
pigmeos, incas, bolsas, monedas, camafeos, prendedores, diademas, aretes
de oro con esmeraldas, suciedad, labios pintados de vamps, la risa de
un malevo: el metro haría las delicias de un amante de los catálogos.
Walter Benjamin — el melancólico cofrade del exilio que con Roth,
Tsvetáieva o Beckett hace parte de la galería interminable de
extranjeros habitantes de París — se refiere en su texto “París, capital
del siglo XIX” a la formación de otro curioso laberinto de mercancías
en la superficie citadina. Al hablar de los almacenes de novedades,
predecesores de las grandes tiendas, se refiere a la genealogía del
rostro posterior de la ciudad. Con el auge de los textiles, la
construcción férrea o de vidrio se desarrolla y llega a su apogeo a
mediados de ese siglo XIX. El almacén, la tienda, el pasaje, la galería,
constituirá en cierta forma la esencia de la ciudad moderna visitada
por los consumidores.
Y ahora hablemos del bistró, rey absoluto de París, vendedor de las más
exquisitas mercancías: el alcohol y el café, sin los cuales muchos se
atreverían a decir que el esplendor de París no hubiera sido posible. En
todas partes existen, pero solo allí cumplen verdadera función. En cada
cuadra hay varios de estos receptáculos, con una clientela propia,
familiar, respetuosa de los horarios. Patrones alcohólicos de nariz
rojiza, dominados por la imponente patrona que observa con cuidado los
movimientos de la bulliciosa clientela mientras extrae cerveza o prepara
el express, del obrero uniformado que sale del taller y llega a su
bistrot o de la asténica pianista cortazariana que bebe y escucha su
pasado en la barra del café..
El bistró de París, el gran Rey, el soberano del laberinto, es para el
errante inteligente tan sorpresivo como un poblado de la Amazonia donde
aborígenes mascan hojas y comen gusanos mojojoy a la luz del crepúsculo.
Por tal razón, Rayuela de Julio Cortázar es la biblia de una generación
latinoamericana que buscaba desde los años sesenta al París imaginario
de los surrealistas y quedó seducida “lo exótico” de sus calles.
Resta subir a las buhardillas, el otro tejido clave de la ciudad, tan
importante como las galerías y los pasajes de Benjamin. Es una ciudad
sobre la ciudad, llena de gritos, recuerdos, felicidad y sexo.
Construidas inicialmente para la servidumbre, se convirtieron en el
habitáculo de estudiantes, extranjeros, perdidos, jóvenes pintores,
músicos ambiciosos, pornópatas y cazadores de palomas. Todo eso verán y
explorarán los visitantes lectores durante los Juegos Olímpicos.
Túneles, concavidades, escaleras de caracol, tapices rodantes, calles
empedradas, pasajes, mercados de pulgas, bistrós, grandes almacenes,
aceras, parques, iglesias, ruinas, presentes siempre a la vuelta de la
esquina.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de junio de 2024.
*Texto dedicado a los Juegos Olímpicos de París 2024, con elementos del texto Pequeña guía maldita de París, incluida en Urbes luminosas
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sábado, 22 de junio de 2024
PIEDAD BONNET, EN LA ANTESALA DEL CERVANTES
El premio Reina Sofía de poesía 2024, antesala del Cervantes, otorgado a Piedad Bonnet, es una muy buena noticia para Colombia y Latinoamérica, primero porque premia una vasta obra poética y narrativa sostenida a lo largo de las décadas, que se inscribe dentro de la corriente vitalista, íntima y autobiográfica, iniciada antes por la llamada Generación desencantada, que renovó el ejercicio poético del país en los años 70 y fue encabezada entre otros por los ya fallecidos María Mercedes Carranza y Juan Gustavo Cobo Borda.
Los grandes premios hispanos creados en la transición democrática surgida después del fin de la dictadura franquista en España han sido muy esquivos para los autores colombianos, por lo que este galardón a Bonnet abre el camino a otros reconocimientos, pues están en plena actividad varias generaciones de autores de altas calidades y vastas obras. Hasta ahora solo había obtenido el trio de premios consagratorios Reina Sofia, Asturias y Cervantes, el gran Álvaro Mutis, autor de la celebrada Summa de Maqroll el Gaviero y la posterior saga narrativa.
García Márquez avisó desde temprano que no le interesaba el Premio Cervantes, pues ya había ganado el Nobel y desde entonces el costeño rechazó todos los galardones que le ofrecían a cántaros. Otros países con instituciones culturales más sólidas y ancladas diplomáticamente en Madrid promocionaron a sus autores, logrando premios sucesivos para los suyos en los casos de México, Chile, Uruguay y Argentina, mientras Colombia toda seguía encerrada en el autismo, mirándose siempre el ombligo canceroso de su Violencia.
Ya era hora de que se abriera una puerta a Colombia en Madrid y el galardón recae para nuestro regocijo en una autora de mi generación, la que se ha venido llamando la Generación Sin Cuenta, de nacidos en la década del medio siglo, compuesta por decenas de autoras y autores con sólidas obras poéticas, narrativas y ensayísticas.
Muchas veces lejos de los reflectores, discretos, muchos de estos autores, como la propia Piedad Bonnet, han vivido este medio siglo en plena actividad sobreviviendo en el país a varias oleadas de atroces deflagraciones de violencia propiciadas por guerrillas, narcotraficantes y paramilitares, junto a las actividades ilegales del Ejército y los servicios secretos que contribuyeron también al exterminio de generaciones de luchadores sociales y cuyo culmen de horror fue el episodio del genocidio de los famosos falsos positivos, cometido apenas hace una década.
Piedad Bonnet y otros autores de su generación Sin Cuenta han estado ahí en medio de la guerra y la algarabía de la politiquería corrupta mostrando valor y estoicismo admirables, escribiendo contra viento y marea, resistiendo en un mundo donde la cultura fue perdiendo cada vez más su protagonismo para ser reemplazada por la codicia del arribismo, el dinero y la pulsión necrófila. En universidades y centros culturales situados casi en las catatumbas, ellos han mantenido el fuego de la palabra en Colombia, atizando con su aliento las llamas para que no desaparezcan dejando un rastro de cenizas.
En sus poemas y narraciones, Bonnet ha abordado la vida íntima, cotidiana, el desamor, la locura, la soledad y ha tenido el valor de asumir la tragedia personal en uno de sus libros autobiográficos más leídos, Lo que no tiene nombre (2013). Los lectores encuentran en su palabra un bálsamo o al menos una compañía para seguir en el camino de la vida.
Bonnet nació en Amalfi (Antioquia), pero siempre ha vivido en la capital, donde se ha desempeñado como docente en la Universidad de los Andes y otras instituciones. También ha escrito piezas de teatro y representado al país en congresos, festivales de poesía y ferias del libro internacionales.
La he visto desde hace mucho tiempo en diversas jornadas de literatura colombiana celebradas en la Ciudad de México hace más de tres décadas, cuando aún estaban vivos Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis y con ella y otros amigos recorrimos las calles de ese país que siempre nos ha acogido con afecto, guiados tal vez por el fantasma de Porfirio Barba Jacob, el poeta que para Octavio Paz era un “modernista rezagado”.
Pero también la he visto en plena actividad en encuentros poéticos en Colombia, como ese cónclave latinoamericano inolvidable organizado a principios del siglo en el Instituto Caro y Cuervo, propiciado por su director Ignacio Chávez, al que asistieron entre otros Ida Vitale, Carlos Germán Belli, Óscar Hanh, Fernando Charry Lara, Maruja Vieira, Meira del Mar, Juan Manuel Roca y Pedro Lastra.
O sea que el Premio Reina Sofía a Piedad Bonnet es un galardón que celebra la actividad poética colombiana de este reciente medio siglo, ejercida en las catacumbas del país, mientras afuera hacen de las suyas los bandidos y los asesinos. Que venga el tiempo de releer a tantos poetas secretos colombianos, hombres y mujeres que en todos los rincones del país no dejan morir la llama de la poesía.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 9 de junio de 2024.HISTÓRICAS MANIOBRAS ELECTORALES EN FRANCIA
El
joven presidente francés, Emmanuel Macron, utilizó de manera sorpresiva
su prerrogativa histórica de disolver el parlamento, causando conmoción
en la sociedad y los partidos de derecha, centro e izquierda, que de
inmediato y con muy buenos reflejos de viejos zorros de la política se
movilizaron para crear alianzas antes imposibles y presentar candidatos
en una elección a dos vueltas de legisladores que se llevarán a cabo el
30 de junio y el 7 de julio, veinte días después de la medida.
Francia es una vieja democracia y la disolución fue un instrumento
creado por el propio Napoleón Bonaparte, que no lo utilizó nunca, para
dar la posibilidad al monarca o al presidente de escapar a las graves
crisis políticas, cuando el Congreso bloquea su acción y hace imposible
gobernar a riesgo de una guerra civil. La medida fue utilizada en el
siglo XIX por Luis XVIII, hermano del decaptitado Luis XVI, y ya en el
siglo XX por presidentes monárquicos como el general Charles de Gaulle,
el líder socilista François Mitterrand y el jefe de la derecha
republicana y moderada, Jacques Chirac.
Macron, un joven prodigio que en 2017 tomó por sorpresa el poder en una
campaña relámpago que paralizó a los partidos tradicionales, a los que
dividió y depredó, ha gobernado ya siete años y fue reelegido en 2022,
pero desde entonces no ha contado con la mayoría absoluta necesaria para
aplicar sus reformas. Su desprestigio e impopularidad crecieron hasta
el punto quedarse solo en el palacio presidencial rodeado de su corte
perfumada de técnicos. Al ser derrotado estruendosamente en las
elecciones europeas por la extrema derecha de Marine Le Pen, el
orgulloso Macron decidió disolver el parlamento y obligar a salir a las
urnas a los franceses, en una acción que algunos califican de japonesa,
porque es casi un harakiri, y otros de tipo neroniano, pues es como
prender fuego a la pradera y a la ciudad y ver el incendio desde el
palacio tocando la lira.
Debido a la terquedad e inteligencia del joven mandatario liberal,
surgido de la banca y de los grandes grupos financieros y mediáticos,
nadie esperaba que tomaría esa medida y auguraban que seguiría en la
cuerda floja del poder como un saltimbanqui en los tres años que le
quedaban aún legítimamente hasta 2027, cuando ya no puede reelegirse.
Pero en un acto osado, llama al pueblo a decidir si llega al poder la
pujante extrema derecha de Marine Le Pen, que es dada como gran
favorita, en cuyo caso el presidente cohabitaría con un primer ministro
enemigo que aplicaría medidas a las que se opone, mientras él se vuelve
un mandatario figurativo y de opereta, inaugurador de jardines de
crisantemos, solitario y final. Aunque, conociéndolo por su soberbia, es
capaz de renunciar y obligar a realizar elecciones presidenciales
anticipadas.
La verdad es que a su partido y a quienes lo apoyan les quedan pocas
posibilidades de recuperar fuerzas en tan poco tiempo, ante dos bloques
poderosos que ya se alinearon para la batalla final: el partido de
extrema derecha Congregación Nacional y el Frente Popular de izquierda,
que surgió rápidamente de la mágica alianza de socialistas, insumisos,
ecologistas, izquierdistas y otros diversos movimientos progresistas, lo
que augura una lucha final entre extremos, dejando a los partidarios de
Macron, a los centristas y a la derecha moderada en una frágil posición
que los puede llevar a esfumarse.
Los estudiantes y expertos en ciencias políticas están de plácemes, pues
lo que se ha definido en unos cuantos días, a veces ha tomado en el
pasado varios años para realizarse. Astutos y sabios, los partidos de
izquierda vieron en la disolución loca de Macron una oportunidad
maravillosa de reencaucharse y auparse en una corriente inevitable que
surge de la inminencia del ascenso al poder de la extrema derecha, cuyo
fundador, el viejo xenófobo tuerto Jean Marie Le Pen, es y ha sido un
viejo antisemita, amante de los fascismos, para quien el holocausto fue
solo un episodio sin importancia que inclusive niega.
Ahora su partido es liderado por su hija, Marine Le Pen, brillante
abogada que logró sacar al movimiento paterno de la marginalidad,
expulsándolo a él, hasta llevarlo a obtener una alta representación de
89 ediles en la legislatura recién disuelta y ahora a estar al borde de
llegar al poder, como lo auguran muchas encuestas, aunque el Frente
popular, surgido de un día para otro, le pisa seriamente los talones,
pues Francia desde la Revolución de 1989 y la toma de la Bastilla, tiene
su corazón a la izquierda.
Mansos, consensuales como palomas, los jefes de los partidos
progresistas y de izquierda han actuado en estas horas de manera
impecable, dejando atrás sus rencillas y creando de la nada un Frente
Popular que recuerda a aquel movimiento liderado por Leon Blum antes de
la Segunda Guerra Mundial, en la tercera década del siglo pasado, en
circunstancias similares, cuando se daba el auge de los fascismos de
Hitler y Mussolini, que ahora reviven en casi toda Europa ante el
espectro de las guerras y el auge del éxodo migratorio.
Las jornadas que se avecinan en Francia son históricas y el propio
presidente Macron, al hacerse el hara kiri japonés, lo sabe, y pasará a
la historia como quien dio la voz al pueblo para que decida entre uno y
otro bando. Después quedará, antes de cumplir solo 50 años de edad, como
un presidente sabio y derrotado que manejará desde las alturas
presidenciales jupiterinas, sin poder y solo con palabra, los hilos
imaginarios de una patria que necesitaba el electrochoque de esta
disolución inesperada.
Por el momento, todo es fiesta y excitación desbordada en Francia.
Jubilados, muchachos, obreros, desempleados, campesinos, comerciantes,
funcionarios, maestros, sindicalistas, artistas, mujeres, ciudadanos de
origen extranjero, blancos, africanos, asiáticos, mestizos, artistas y
artesanos, todos inundan las plazas porque saben que en unas semanas
cambiará la historia del país en jornadas que permanecerán en los libros
de la memoria.
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Publicado el domingo 16 de junio de 2024 en La Patria. manizales. Colombia.
MEXICANOS A LAS URNAS
Por Eduardo García Aguilar
Cuando
viví en México experimenté de cerca varias elecciones presidenciales
que reflejaban la milenaria cultura de ese país, que tiene mucho de
asiático y oriental y está anclado en profundas tradiciones caciquiles.
La primera de ellas fue la que llevó al poder a un funcionario opaco
llamado Miguel de la Madrid, quien inició los cambios hacia una visión
neoliberal de la economía, teoría que entonces estaba en pleno apogeo
mundial.
Rodeado de jóvenes tecnócratas recién graduados en Estados Unidos,
abogaba por la reducción del Estado, la privatización generalizada de
las empresas estatales y la disminución de los subsidios a los pobres y
de la intervención gubernamental, pues se consideraba que el capitalismo
por sí solo y sin controles, de manera mágica, generaba riqueza como el
rey Midas y disminuía automáticamente la pobreza o la eliminaba del
todo, haciendo de cada ciudadano un empresario.
El candidato, elegido por medio del sistema del “destape” y el “dedazo”,
se convertía de un día para otro en el nuevo tlatoani y el presidente
crepuscular que era entonces el poderoso José López Portillo, quien se
consideraba el dios azteca Quetzalcóatl, perdió de súbito el aura de
monarca absoluto y vivió una larga agonía que se extendía hasta la
posesión del nuevo mandatario, muchos meses después.
En ese plazo el país cayó en la más absoluta bancarrota, pues la banca
privada sacó todo el dinero del país y tuvo que imponerse un control de
cambios, mientras se vivía una inflación gigantesca que arruinó a todos
los mexicanos por igual. En un lugar de la ciudad, un producto
electrodoméstico podía costar mil veces más que en otro y los precios
subían de hora en hora de manera descontrolada. Furioso, López Portillo
decidió en contra del pensamiento de su futuro sucesor nacionalizar la
banca y en un discurso airado a todo el país gritó que “no nos volverán a
saquear”.
López Portillo, quien había sucedido a Luis Echeverría por el mismo
método del “dedazo”, era un economista e intelectual ilustrado
descendiente de una familia aristocrática que tuvo entre sus ancestros a
grandes prohombres de la política y las finanzas. Alto, de rasgos
hispanos, elocuente, elegante y vanidoso, el presidente había sido una
fuerza durante su mandato que podía con sus iras hundir o con su
alegrías ascender a las personas de su corte o a los líderes de
sindicatos o instituciones. Al gran escritor Juan Rulfo lo regañó como a
un niño por haber sugerido en el marco de un homenaje nacional que se
le hacía, que los militares mexicanos eran corruptos y aceptaban
“cañonazos” de dinero. Miguel de la Madrid era bajito y rechoncho,
pésimo orador, un tipo de funcionario tecnócrata aburrido de tercer
rango, carente de brillo o capacidad de reacción, como se pudo
atestiguar cuando el terrible terremoto de noviembre de 1985 que
semidestruyó la capital y otras ciudades, causó decenas de miles de
muertos y dejó el país incomunicado. El Estado casi estuvo ausente y
paralizado y fue la sociedad civil la que tomó el toro por los cuernos
ante la tragedia. Pero en el vacío de poder tras su designación como
candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), este personaje
que también era algo bonachón y amante de los libros, empezó a recibir
todos los honores y genuflexiones, opacando al saliente presidente, como
vi durante la inauguración precipitada de las ruinas Templo Mayor junto
a la Catedral y el Zócalo, sacadas a la luz tras su descubrimiento
reciente bajo la dirección del arqueólogo Ernesto Matos Moctezuma. Se
veía en medio de piedras, calaveras y pirámides aztecas como todos
ignoraban ya al monarca que recién acababa de nacionalizar la banca en
contra de la opinión del sucesor.
Miguel de la Madrid nombró también por dedazo seis años después a un
poco agraciado candidato, bajito, calvo, flaco, con rostro algo cómico,
pero muy inteligente, Carlos Salinas de Gortari, quien fue uno de los
ideólogos y cerebros, junto con José Ángel Gurría, de ese brusco cambio
económico neoliberal operado por su gobierno y que debía continuar el
elegido, quien subió a la presidencia por medio de un fraude realizado a
la vista de todo el país y cuyos efectos a la larga terminaron llevando
al poder en 2018 al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, su más
encarnizado opositor y a quien trataron de destruir sin éxito por todos
los medios.
México, después de la Revolución triunfante que derrocó al dictador
Porfirio Díaz, ha sido un régimen sexenal autoritario de corte asiático y
sacrificial que nombra a un monarca absoluto por un periodo durante el
cual es todopoderoso y después cae y es castigado por el sucesor, quien
por lo regular encarcela a figuras de su séquito o su familia para
impedir toda veleidad de “maximato” o de seguir teniendo influencia tras
el trono. Eso les ocurrió a Plutarco Elías Calles en la primera mitad
del siglo XX y a Salinas de Gortari al final, cuyo poderoso y
multimillonario hermano Raúl fue apresado y condenado, tras lo cual el
rico expresidente, que hizo huelga de hambre en Monterrey, prefirió el
exilio dorado en Cuba y otros países.
Después vinieron varios presidentes sexenales mediocres que gobernaron
en medio de escándalos y caos y sus sucesores castigaron siempre al
antecesor procesando y llevando a la cárcel a ciertas figuras
sacrificiales. Ahora de nuevo los mexicanos acuden a las urnas y la
novedad es que por primera vez la nueva presidenta será una mujer. Los
analistas y observadores escrutarán esta inédita ecuación, pues el mando
no será ya de un cacique o tatloani varón, sino de una nueva monarca
heredera de las diosas antiguas como la Coatlicue o la Coyolxauqui.
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Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de junio de 2024