jueves, 27 de junio de 2024

EL RETORNO DEL EX PRESIDENTE HOLLANDE

Por Eduardo García Aguilar

El ex presidente socialista François Hollande, quien gobernó Francia de 2012 a 2017 es un astuto y brillante político que ha logrado superar a través del tiempo derrotas, intrigas y travesías del desierto y sabido retornar al protagonismo cuando todo el mundo lo daba muerto. Goza además de un gran sentido del humor y es famoso por sus chistes y ocurrencias inolvidables y su buen apetito.


Desde muy joven entró a colaborar con el presidente François Mitterrand y lideró el Partido Socialista varios lustros, antes de lanzarse como candidato a la presidencia de la República, en cuya aspiración tenía muy pocas posibilidades, pues el director del Fondo Monetario Internacional (FMI) Dominique Strauss-Kahn, encabezaba arrolladoramente las encuestas y se consideraba seguro ganador y futuro presidente.

Hollande, a quien incluso muchos al interior de su propio partido detestaban y apodaban flanby por sus rondeces y espíritu socarrón o por sus posiciones socialdemócratas y moderadas en materia económica, sólo tenía en las encuestas un 4% de favorabilidad, cuando el director del FMI se vio inmiscuido en un escándalo sexual en Nueva York, por lo que fue detenido ante el asombro mundial.

Las fotos del jefe del FMI Strauss-Kahn esposado y conducido a la cárcel figuraron en las primeras planas de los diarios del mundo y durante meses fue la noticia al enfrentar acusaciones de abusar de una mucama afrodescendiente en un hotel de lujo, con la que llegó finalmente a un arreglo y pagó millonaria suma para salir meses después libre, exonerado, pero humillado, derrotado y muerto en política para siempre.  

Tras la estrepitosa caída de su rival, Hollande llevó a cabo una brillante campaña que desde la más baja posición en las encuestas, lo llevó a la más alta magistratura en unos meses, derrotando de manera sorpresiva al presidente de derecha Nicolas Sarkozy, quien aspiraba a un segundo mandato. El político logró así repetir la hazaña de su mentor François Mitterrand, quien había logrado llevar por primera vez a la izquierda unida a la presidencia en 1981, después de presentarse y fracasar en el intento varias veces.

Ahora Francia vive de nuevo momentos históricos luego de la sorpresiva e insensata disolución neroniana de la Asamblea por el presidente Emmanuel Macron y las nuevas elecciones legislativas del 30 de junio y el 7 de julio de 2024, en las que parte como favorita la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional, grupo racista y xenófobo fundado por fascistas y pro-nazis y heredero de las fuerzas colaboracionistas francesas durante la invasión alemana del país.

Macron, ministro y asesor de Hollande que llegó muy joven a la presidencia a solo 39 años de edad en 2017, después de traicionar a su mentor y realizar una fulgurante campaña en la que argumentaba no ser ni de izquierda ni derecha, fue reelegido en 2022, pero su mandato ha estado agitado por múltiples conflictos sociales, la pandemia y una creciente impopularidad debido a su autoritarismo, arrogancia de tecnócrata perfumado y desconexión con la realidad económica y social del país y con las clases medias, bajas o agrarias.  

Luego de la traición de su discípulo Macron y la hostilidad de casi todo su partido en su contra, Hollande desistió de aspirar en 2017 a un segundo mandato al que tenía derecho y los analistas políticos le decretaron su muerte política, mientras el nuevo joven presidente reinaba como un Júpiter en Francia, antes de que se le atravesara la revolución de los chalecos amarillos, la impopularidad y la derrota apabullante en las elecciones europeas frente a la extrema derecha.

En un acto desesperado, que para muchos era innecesario pues aun quedaban tres años de legislatura y contaba con una buena mayoría relativa, el presidente disolvió la Asamblea haciendo añicos a su partido y a aliados, tendió un tapiz a la extrema derecha para que llegue al poder y a su vez propició una nueva y casi milagrosa unión de las izquierdas bajo el nombre de Nuevo Frente popular.

Al propiciar elecciones legislativas súbitas tomó por sorpresa a los partidos, que tuvieron que organizarse en coaliciones en unos días febriles antes de cerrar el plazo para presentar los candidatos, y ante la polarización todas las figuras tuvieron que tomar partido: o apoyan al tenebroso movimiento fundado por el antisemita Jean Marie Le Pen y liderado por su hija Marine o a la coalición de izquierdas, que va desde los socialistas, comunistas y ecologistas moderados hasta La Francia insumisa, más radical, del fogoso tribuno Jean Luc Mélenchon, que obtuvo 22% de los votos en la pasada elección presidencial.

El astuto Hollande aprovechó la oportunidad y en secreto y en cuestión de horas se hizo nominar como candidato socialista a diputado en su antiguo bastión de Tulle, regresando de lleno a la política y convirtiéndose de nuevo en protagonista y alternativa en medio de la más grave crisis política vivida en el país desde hace décadas.

Sea cual fuere el resultado, Francia entra este domingo en una era de crisis de régimen en la que incluso el país puede ser ingobernable ante la carencia de mayorías claras en el Congreso y la implosión de varios partidos. De resultar victorioso en Tulle, el expresidente Hollande volverá a ser un gran protagonista al lado de otras figuras que maniobrarán en la sombra sin saber todavía lo que deparará el futuro tras el veredicto de las urnas.

 


domingo, 23 de junio de 2024

PARÍS PARA LECTORES EN LOS JUEGOS OLÍMPICOS

 Por Eduardo García Aguilar

Un delirante tejido concéntrico forma desde lo subterráneo hasta lo aéreo a la imaginaria ciudad de París que pronto invadirán deportistas y turistas en los Juegos Olímpicos 2024. Apeñuscados en la oscuridad, miles de calaveras y esqueletos pueblan el laberinto de las catacumbas, visitadas en especial por seres de ficción y centro de un rito de cavernas. A un lado paralelo, en el subvientre de la ciudad, se extienden las misteriosas cloacas, casi paradisíacas para los precursores del underground. Inmensos roedores, aguas pútridas, canales y túneles mohosos sirven de escenario a las aventuras más escabrosas: seres olvidados de piel mortecina, mendigos sabios, evadidos de prisión y una red de funestos empleados viajan en pequeñas embarcaciones sobre las aguas negras.
 Desde arriba, los expertos lanzan enormes bolas de un material desconocido, encargadas de romper los posibles escollos y dejar la vía libre a la fluidez del líquido. Es posible imaginar el estruendo de la enorme esfera al lograr su máxima velocidad, la devastación que deja a su paso antes de ser capturada de nuevo en otro rincón de la ciudad. En ese intrincado mundo todo es posible, desde el amor hasta la muerte, desde la cofradía hasta el anacoretismo. Algún ser de ultratumba habrá escogido allí un rincón para huir de la hormigueante civilización desplegada sobre el viejo lecho del Sena; amigo ya de las enormes alimañas roedoras descendientes de las que poblaron el mercado de Les Halles, dialogará con ellas y compartirá su soledad, la voz que en ecos se distribuye por los salones de ese mundo paralelo, el chillido amenazante de aquellos bichos de pelambre mojado.
 Escenarios perfectos para una novela maldita o para una historieta con héroes del averno, las catacumbas y las cloacas (albañales, sumideros, alcantarillas, según los diccionarios) pertenecen a la más fina aristocracia de la ciudad, y su arqueología e historia podrían desencadenar torvos pensamientos: allí se concentraría la red de cofrades rebeldes ante el “progreso” de la superficie; en la no-ciudad subterránea se podría desarrollar el engranaje, la maquinaria de un improbable falansterio. De las catacumbas y gigantescas cloacas saldrían los encargados de repoblar una superficie agotada por la guerra.
  El metro centenario es un caso aparte. De entre miles de millones de viajeros podría sacarse material para un museo internacional de gestos y soledades: miradas perdidas de viudas, huérfanos, mujeres abandonadas, reos recién liberados, exiliados, enamorados al borde de la desesperación, solitarios desquiciados por la falta de un cuerpo, militares recién degradados, jóvenes ambiciosos de provincia, aventureros de exóticos países conradianos. Incluso los ciegos saben que allí adentro la mirada es la reina, sea esta huidiza, directa, demencial, vidriosa, lagrimeante, mansa, agresiva. Timbres, sirenas, pasos, carreras, olores, sudores, portafolios, zapatos lustrados, abrigos de un mercado de pulgas, hombres negros, amarillos, blancos, pigmeos, incas, bolsas, monedas, camafeos, prendedores, diademas, aretes de oro con esmeraldas, suciedad, labios pintados de vamps, la risa de un malevo: el metro haría las delicias de un amante de los catálogos.
Walter Benjamin — el melancólico cofrade del exilio que con Roth, Tsvetáieva o Beckett hace parte de la galería interminable de extranjeros habitantes de París — se refiere en su texto “París, capital del siglo XIX” a la formación de otro curioso laberinto de mercancías en la superficie citadina. Al hablar de los almacenes de novedades, predecesores de las grandes tiendas, se refiere a la genealogía del rostro posterior de la ciudad. Con el auge de los textiles, la construcción férrea o de vidrio se desarrolla y llega a su apogeo a mediados de ese siglo XIX. El almacén, la tienda, el pasaje, la galería, constituirá en cierta forma la esencia de la ciudad moderna visitada por los consumidores.
Y ahora hablemos del bistró, rey absoluto de París, vendedor de las más exquisitas mercancías: el alcohol y el café, sin los cuales muchos se atreverían a decir que el esplendor de París no hubiera sido posible. En todas partes existen, pero solo allí cumplen verdadera función. En cada cuadra hay varios de estos receptáculos, con una clientela propia, familiar, respetuosa de los horarios. Patrones alcohólicos de nariz rojiza, dominados por la imponente patrona que observa con cuidado los movimientos de la bulliciosa clientela mientras extrae cerveza o prepara el express, del obrero uniformado que sale del taller y llega a su bistrot o de la asténica pianista cortazariana que bebe y escucha su pasado en la barra del café..
El bistró de París, el gran Rey, el soberano del laberinto, es para el errante inteligente tan sorpresivo como un poblado de la Amazonia donde aborígenes mascan hojas y comen gusanos mojojoy a la luz del crepúsculo. Por tal razón, Rayuela de Julio Cortázar es la biblia de una generación latinoamericana que buscaba desde los años sesenta al París imaginario de los surrealistas y quedó seducida  “lo exótico” de sus calles.
Resta subir a las buhardillas, el otro tejido clave de la ciudad, tan importante como las galerías y los pasajes de Benjamin. Es una ciudad sobre la ciudad, llena de gritos, recuerdos, felicidad y sexo. Construidas inicialmente para la servidumbre, se convirtieron en el habitáculo de estudiantes, extranjeros, perdidos, jóvenes pintores, músicos ambiciosos, pornópatas y cazadores de palomas. Todo eso verán y explorarán los visitantes lectores durante los Juegos Olímpicos. Túneles, concavidades, escaleras de caracol, tapices rodantes, calles empedradas, pasajes, mercados de pulgas, bistrós, grandes almacenes, aceras, parques, iglesias, ruinas, presentes siempre a la vuelta de la esquina.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 23 de junio de 2024.

*Texto dedicado a los Juegos Olímpicos de París 2024, con elementos del texto Pequeña guía maldita de París, incluida en Urbes luminosas
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sábado, 22 de junio de 2024

PIEDAD BONNET, EN LA ANTESALA DEL CERVANTES

Por Eduardo García Aguilar

El premio Reina Sofía de poesía 2024, antesala del Cervantes, otorgado a Piedad Bonnet, es una muy buena noticia para Colombia y Latinoamérica, primero porque premia una vasta obra poética y narrativa sostenida a lo largo de las décadas, que se inscribe dentro de la corriente vitalista, íntima y autobiográfica, iniciada antes por la llamada Generación desencantada, que renovó el ejercicio poético del país en los años 70 y fue encabezada entre otros por los ya fallecidos María Mercedes Carranza y Juan Gustavo Cobo Borda.

Los grandes premios hispanos creados en la transición democrática surgida después del fin de la dictadura franquista en España han sido muy esquivos para los autores colombianos, por lo que este galardón a Bonnet abre el camino a otros reconocimientos, pues están en plena actividad varias generaciones de autores de altas calidades y vastas obras. Hasta ahora solo había obtenido el trio de premios consagratorios Reina Sofia, Asturias y Cervantes, el gran Álvaro Mutis, autor de la celebrada Summa de Maqroll el Gaviero y la posterior saga narrativa. 

García Márquez avisó desde temprano que no le interesaba el Premio Cervantes, pues ya había ganado el Nobel y desde entonces el costeño rechazó todos los galardones que le ofrecían a cántaros. Otros países con instituciones culturales más sólidas y ancladas diplomáticamente en Madrid promocionaron a sus autores, logrando premios sucesivos para los suyos en los casos de México, Chile, Uruguay y Argentina, mientras Colombia toda seguía encerrada en el autismo, mirándose siempre el ombligo canceroso de su Violencia.

Ya era hora de que se abriera una puerta a Colombia en Madrid y el galardón recae para nuestro regocijo en una autora de mi generación, la que se ha venido llamando la Generación Sin Cuenta, de nacidos en la década del medio siglo, compuesta por decenas de autoras y autores con sólidas obras poéticas, narrativas y ensayísticas.

Muchas veces lejos de los reflectores, discretos, muchos de estos autores, como la propia Piedad Bonnet, han vivido este medio siglo en plena actividad sobreviviendo en el país a varias oleadas de atroces deflagraciones de violencia propiciadas por guerrillas, narcotraficantes y paramilitares, junto a las actividades ilegales del Ejército y los servicios secretos que contribuyeron también al exterminio de generaciones de luchadores sociales y cuyo culmen de horror fue el episodio del genocidio de los famosos falsos positivos, cometido apenas hace una década.

Piedad Bonnet y otros autores de su generación Sin Cuenta han estado ahí en medio de la guerra y la algarabía de la politiquería corrupta mostrando valor y estoicismo admirables, escribiendo contra viento y marea, resistiendo en un mundo donde la cultura fue perdiendo cada vez más su protagonismo para ser reemplazada por la codicia del arribismo, el dinero y la pulsión necrófila. En universidades y centros culturales situados casi en las catatumbas, ellos han mantenido el fuego de la palabra en Colombia, atizando con su aliento las llamas para que no desaparezcan dejando un rastro de cenizas.

En sus poemas y narraciones, Bonnet ha abordado la vida íntima, cotidiana, el desamor, la locura, la soledad y ha tenido el valor de asumir la tragedia personal en uno de sus libros autobiográficos más leídos, Lo que no tiene nombre (2013). Los lectores encuentran en su palabra un bálsamo o al menos una compañía para seguir en el camino de la vida.

Bonnet nació en Amalfi (Antioquia), pero siempre ha vivido en la capital, donde se ha desempeñado como docente en la Universidad de los Andes y otras instituciones. También ha escrito piezas de teatro y representado al país en congresos, festivales de poesía y ferias del libro internacionales. 

La he visto desde hace mucho tiempo en diversas jornadas de literatura colombiana celebradas en la Ciudad de México hace más de tres décadas, cuando aún estaban vivos Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis y con ella y otros amigos  recorrimos las calles de ese país que siempre nos ha acogido con afecto, guiados tal vez por el fantasma de Porfirio Barba Jacob, el poeta que para Octavio Paz era un “modernista rezagado”.

Pero también la he visto en plena actividad en encuentros poéticos en Colombia, como ese cónclave latinoamericano inolvidable organizado a principios del siglo en el Instituto Caro y Cuervo, propiciado por su director Ignacio Chávez, al que asistieron entre otros Ida Vitale, Carlos Germán Belli, Óscar Hanh, Fernando Charry Lara, Maruja Vieira, Meira del Mar, Juan Manuel Roca y Pedro Lastra.

O sea que el Premio Reina Sofía a Piedad Bonnet es un galardón que celebra la actividad poética colombiana de este reciente medio siglo, ejercida en las catacumbas del país, mientras afuera hacen de las suyas los bandidos y los asesinos. Que venga el tiempo de releer a tantos poetas secretos colombianos, hombres y mujeres que en todos los rincones del país no dejan morir la llama de la poesía.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 9 de junio de 2024.

HISTÓRICAS MANIOBRAS ELECTORALES EN FRANCIA

Por Eduardo García Aguilar

El joven presidente francés, Emmanuel Macron, utilizó de manera sorpresiva su prerrogativa histórica de disolver el parlamento, causando conmoción en la sociedad y los partidos de derecha, centro e izquierda, que de inmediato y con muy buenos reflejos de viejos zorros de la política se movilizaron para crear alianzas antes imposibles y presentar candidatos en una elección a dos vueltas de legisladores que se llevarán a cabo el 30 de junio y el 7 de julio, veinte días después de la medida. 
Francia es una vieja democracia y la disolución fue un instrumento creado por el propio Napoleón Bonaparte, que no lo utilizó nunca, para dar la posibilidad al monarca o al presidente de escapar a las graves crisis políticas, cuando el Congreso bloquea su acción y hace imposible gobernar a riesgo de una guerra civil. La medida fue utilizada en el siglo XIX por Luis XVIII, hermano del decaptitado Luis XVI, y ya en el siglo XX por presidentes monárquicos como el general Charles de Gaulle, el líder socilista François Mitterrand y el jefe de la derecha republicana y moderada, Jacques Chirac.
 Macron, un joven prodigio que en 2017 tomó por sorpresa el poder en una campaña relámpago que paralizó a los partidos tradicionales, a los que dividió y depredó, ha gobernado ya siete años y fue reelegido en 2022, pero desde entonces no ha contado con la mayoría absoluta necesaria para aplicar sus reformas. Su desprestigio e impopularidad crecieron hasta el punto quedarse solo en el palacio presidencial rodeado de su corte perfumada de técnicos. Al ser derrotado estruendosamente en las elecciones europeas por la extrema derecha de Marine Le Pen, el orgulloso Macron decidió disolver el parlamento y obligar a salir a las urnas a los franceses, en una acción que algunos califican de japonesa, porque es casi un harakiri, y otros de tipo neroniano, pues es como prender fuego a la pradera y a la ciudad y ver el incendio desde el palacio tocando la lira.
Debido a la terquedad e inteligencia del joven mandatario liberal, surgido de la banca y de los grandes grupos financieros y mediáticos, nadie esperaba que tomaría esa medida y auguraban que seguiría en la cuerda floja del poder como un saltimbanqui en los tres años que le quedaban aún legítimamente hasta 2027, cuando ya no puede reelegirse. Pero en un acto  osado, llama al pueblo a decidir si llega al poder la pujante extrema derecha de Marine Le Pen, que es dada como gran favorita, en cuyo caso el presidente cohabitaría con un primer ministro enemigo que aplicaría medidas a las que se opone, mientras él se vuelve un mandatario figurativo y de opereta, inaugurador de jardines de crisantemos, solitario y final. Aunque, conociéndolo por su soberbia, es capaz de renunciar y obligar a realizar elecciones presidenciales anticipadas.
La verdad es que a su partido y a quienes lo apoyan les quedan pocas posibilidades de recuperar fuerzas en tan poco tiempo, ante dos bloques poderosos que ya se alinearon para la batalla final: el partido de extrema derecha Congregación Nacional y el Frente Popular de izquierda, que surgió rápidamente de la mágica alianza de socialistas, insumisos, ecologistas, izquierdistas y otros diversos movimientos progresistas, lo que augura una lucha final entre extremos, dejando a los partidarios de Macron, a los centristas y a la derecha moderada en una frágil posición que los puede llevar a esfumarse.
Los estudiantes y expertos en ciencias políticas están de plácemes, pues lo que se ha definido en unos cuantos días, a veces ha tomado en el pasado varios años para realizarse. Astutos y sabios, los partidos de izquierda vieron en la disolución loca de Macron una oportunidad maravillosa de reencaucharse y auparse en una corriente inevitable que surge de la inminencia del ascenso al poder de la extrema derecha, cuyo fundador, el viejo xenófobo tuerto Jean Marie Le Pen, es y ha sido un viejo antisemita, amante de los fascismos, para quien el holocausto fue solo un episodio sin importancia que inclusive niega.
Ahora su partido es liderado por su hija, Marine Le Pen, brillante abogada que logró sacar al movimiento paterno de la marginalidad, expulsándolo a él,  hasta llevarlo a obtener una alta representación de 89 ediles en la legislatura recién disuelta y ahora a estar al borde de llegar al poder, como lo auguran muchas encuestas, aunque el Frente popular, surgido de un día para otro, le pisa seriamente los talones, pues Francia desde la Revolución de 1989 y la toma de la Bastilla, tiene su corazón a la izquierda.
Mansos, consensuales como palomas, los jefes de los partidos progresistas y de izquierda han actuado en estas horas de manera impecable, dejando atrás sus rencillas y creando de la nada un Frente Popular que recuerda a aquel movimiento liderado por Leon Blum antes de la Segunda Guerra Mundial, en la tercera década del siglo pasado, en circunstancias similares, cuando se daba el auge de los fascismos de Hitler y Mussolini, que ahora reviven en casi toda Europa ante el espectro de las guerras y el auge del éxodo migratorio.
Las jornadas que se avecinan en Francia son históricas y el propio presidente Macron, al hacerse el hara kiri japonés, lo sabe, y pasará a la historia como quien dio la voz al pueblo para que decida entre uno y otro bando. Después quedará, antes de cumplir solo 50 años de edad, como un presidente sabio y derrotado que manejará desde las alturas presidenciales jupiterinas, sin poder y solo con palabra, los hilos imaginarios de una patria que necesitaba el electrochoque de esta disolución inesperada.
Por el momento, todo es fiesta y excitación desbordada en Francia. Jubilados, muchachos, obreros, desempleados, campesinos, comerciantes, funcionarios, maestros, sindicalistas, artistas, mujeres, ciudadanos de origen extranjero, blancos, africanos, asiáticos, mestizos, artistas y artesanos, todos inundan las plazas porque saben que en unas semanas cambiará la historia del país en jornadas que permanecerán en los libros de la memoria.

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Publicado el domingo 16 de junio de 2024 en La Patria. manizales. Colombia.

MEXICANOS A LAS URNAS


Por Eduardo García Aguilar

Cuando viví en México experimenté de cerca varias elecciones presidenciales que reflejaban la milenaria cultura de ese país, que tiene mucho de asiático y oriental y está anclado en profundas tradiciones caciquiles. La primera de ellas fue la que llevó al poder a un funcionario opaco llamado Miguel de la Madrid, quien inició los cambios hacia una visión neoliberal de la economía, teoría que entonces estaba en pleno apogeo mundial. 
Rodeado de jóvenes tecnócratas recién graduados en Estados Unidos, abogaba por la reducción del Estado, la privatización generalizada de las empresas estatales y la disminución de los subsidios a los pobres y de la intervención gubernamental, pues se consideraba que el capitalismo por sí solo y sin controles, de manera mágica, generaba riqueza como el rey Midas y disminuía automáticamente la pobreza o la eliminaba del todo, haciendo de cada ciudadano un empresario.
El candidato, elegido por medio del sistema del “destape” y el “dedazo”, se convertía de un día para otro en el nuevo tlatoani y el presidente crepuscular que era entonces el poderoso José López Portillo, quien se consideraba el dios azteca Quetzalcóatl, perdió de súbito el aura de monarca absoluto y vivió una larga agonía que se extendía hasta la posesión del nuevo mandatario, muchos meses después. 
En ese plazo el país cayó en la más absoluta bancarrota, pues la banca privada sacó todo el dinero del país y tuvo que imponerse un control de cambios, mientras se vivía una inflación gigantesca que arruinó a todos los mexicanos por igual. En un lugar de la ciudad, un producto electrodoméstico podía costar mil veces más que en otro y los precios subían de hora en hora de manera descontrolada. Furioso, López Portillo decidió en contra del pensamiento de su futuro sucesor nacionalizar la banca y en un discurso airado a todo el país gritó que “no nos volverán a saquear”.
López Portillo, quien había sucedido a Luis Echeverría por el mismo método del “dedazo”, era un economista e intelectual ilustrado descendiente de una familia aristocrática que tuvo entre sus ancestros a grandes prohombres de la política y las finanzas. Alto, de rasgos hispanos, elocuente, elegante y vanidoso, el presidente había sido una fuerza durante su mandato que podía con sus iras hundir o con su alegrías ascender a las personas de su corte o a los líderes de sindicatos o instituciones. Al gran escritor Juan Rulfo lo regañó como a un niño por haber sugerido en el marco de un homenaje nacional que se le hacía, que los militares mexicanos eran corruptos y aceptaban “cañonazos” de dinero. Miguel de la Madrid era bajito y rechoncho, pésimo orador, un tipo de funcionario tecnócrata aburrido de tercer rango, carente de brillo o capacidad de reacción, como se pudo atestiguar cuando el terrible terremoto de noviembre de 1985 que semidestruyó la capital y otras ciudades, causó decenas de miles de muertos y dejó el país incomunicado. El Estado casi estuvo ausente y paralizado y fue la sociedad civil la que tomó el toro por los cuernos ante la tragedia. Pero en el vacío de poder tras su designación como candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), este personaje que también era algo bonachón y amante de los libros, empezó a recibir todos los honores y genuflexiones, opacando al saliente presidente, como vi durante la inauguración precipitada de las ruinas Templo Mayor junto a la Catedral y el Zócalo, sacadas a la luz tras su descubrimiento reciente bajo la dirección del arqueólogo Ernesto Matos Moctezuma. Se veía en medio de piedras, calaveras y pirámides aztecas como todos ignoraban ya al monarca que recién acababa de nacionalizar la banca en contra de la opinión del sucesor.
Miguel de la Madrid nombró también por dedazo seis años después a un poco agraciado candidato, bajito, calvo, flaco, con rostro algo cómico, pero muy inteligente, Carlos Salinas de Gortari, quien fue uno de los ideólogos y cerebros, junto con José Ángel Gurría, de ese brusco cambio económico neoliberal operado por su gobierno y que debía continuar el elegido, quien subió a la presidencia por medio de un fraude realizado a la vista de todo el país y cuyos efectos a la larga terminaron llevando al poder en 2018 al izquierdista Andrés Manuel López Obrador, su más encarnizado opositor y a quien trataron de destruir sin éxito por todos los medios.
México, después de la Revolución triunfante que derrocó al dictador Porfirio Díaz, ha sido un régimen sexenal autoritario de corte asiático y sacrificial que nombra a un monarca absoluto por un periodo durante el cual es todopoderoso y después cae y es castigado por el sucesor, quien por lo regular encarcela a figuras de su séquito o su familia para impedir toda veleidad de “maximato” o de seguir teniendo influencia tras el trono. Eso les ocurrió a Plutarco Elías Calles en la primera mitad del siglo XX y a Salinas de Gortari al final, cuyo poderoso y multimillonario hermano Raúl fue apresado y condenado, tras lo cual el rico expresidente, que hizo huelga de hambre en Monterrey, prefirió el exilio dorado en Cuba y otros países.  
Después vinieron varios presidentes sexenales mediocres que gobernaron en medio de escándalos y caos y sus sucesores castigaron siempre al antecesor procesando y llevando a la cárcel a ciertas figuras sacrificiales. Ahora de nuevo los mexicanos acuden a las urnas y la novedad es que por primera vez la nueva presidenta será una mujer. Los analistas y observadores escrutarán esta inédita ecuación, pues el mando no será ya de un cacique o tatloani varón, sino de una nueva monarca heredera de las diosas antiguas como la Coatlicue o la Coyolxauqui.

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Publicado en la Patria. Manizales. Colombia. Domingo 2 de junio de 2024