domingo, 24 de agosto de 2025

¿COCODRILOS Y SERPIENTES EN EL SENA?

Por Eduardo García Aguilar

Al terminar agosto se siente el retorno masivo de los habitantes después de largas o cortas vacaciones, marcadas por una excepcional ola de canícula, que sobre todo en el sur, hacia el Mediterráneo, se caracterizó por temperaturas que superaron a veces los 40 grados, muestra palpable del acelerado cambio climático. 


En París, de manera excepcional, las calles y avenidas se poblaron de hojas ocres de otoño, de las que se desembarazaron los árboles para enfrentar el difícil periodo y la sed que como a los humanos, también los agobia. Muy extraño ver como la hojarasca puebla de manera prematura todas las avenidas y calles, algo que por lo regular comienza a manifestarse a finales de septiembre y en octubre. El fenómeno es urbano, pues los árboles tienen menos posibilidades en el entorno citadino de proveerse del agua que requieren para mantener verdes las hojas durante los periodos caniculares y se desembarazan del follaje para economizar energía, sobrevivir y resistir. 

En la región de la Isla de Francia bañada por el Sena y otros ríos menores, donde hay grandes bosques como Rambouillet, Meudon, Fontainebleau, Sénart, que antaño eran utilizados para la cacería por la aristocracia y su corte, el fenómeno otoñal no se presentó y los ámbitos forestales esgrimen una saludable verdura y fogosidad, pues tienen a mano el agua suficiente.  

Al recorrer esas bellas riberas del Sena hacia el sur de la ciudad, donde antes había castillos y pequeñas propiedades de notables y aun se ven bellas localidades que guardan con celo la historia milenaria y las huellas incluso de la presencia de los romanos en tiempos de Lutecia, se siente esa fuerza de la naturaleza, la humedad y la energía de las tierras irrigadas por el emblemático río y sus afluentes.  

En muchas de esas localidades de los bordes del Sena, puede uno imaginarse las fiestas de nobles y señores que a lo largo de milenios poblaron esos lugares y también los carnavales a los que tenían derecho en ciertas fechas campesinos, siervos de gleba y servidumbre que trabajaba para esa élite perfumada que se sentía ungida por derecho divino y un día fue destronada por la Revolución francesa. A lo largo del tiempo poetas y prosistas cantaron y describieron aquellos bosques a donde duques, marqueses y barones acudían con sus caballos y jaurías de canes al ritual cíclico de la caza, una tradición que aun pervive, aunque más acotada y aun defienden los descendientes de aquellos hidalgos o sus nostálgicos plebeyos.

Los poetas de las cortes reales, como Clément Marot, Ronsard, Joachim du Bellay y tantos otros estarían impresionados al ver como las hojas ocres cubren las calles de la capital en julio y agosto, como si anunciaran con su sacrificio lo que a futuro tal vez se avecina, a medida que los humanos abusan de la tierra llevándola a una era de incendios devastadores, tsunamis, catástrofes, inundaciones, feroces tifones y huracanes, o sequías como las que hundieron a la gran civilización Maya o a los pobladores del Indus.

Mientras en España, Francia, Grecia, Portugal y otros países se registran incendios de amplios territorios o peligrosas lluvias torrenciales, cosa que se ha vuelto común en cada temporada de primavera y verano, la gente se adapta poco a poco a lo que podría llamarse la paulatina tropicalización de algunos países europeos mediterráneos, especialmente en España y Francia.
 
Puede ser que algún día tal vez el Sena estará poblado por caimanes y cocodrilos y los bosques dominados por papagayos y pericos y otras aves exóticas, que ya poco a poco colonizan zonas de la región parisina, tras posesionarse de las calcinantes costas de la Costa brava y Barcelona, donde cantan y hacen algarabía inusual en los árboles de la rambla del Raval y otros sitios. De hecho las gaviotas suelen ya recorrer París con sus alaridos e invadir los mercados y las autoridades fluviales hallaron con asombro en el río un cocodrilo del Nilo, una orca y una serpiente pitón.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24  de agosto de 2025



  

sábado, 16 de agosto de 2025

LA MÁQUINA CÍCLICA DE LAS GUERRAS

Por Eduardo García Aguilar

Los siglos están interconectados y nuestros años tienen similitudes con los de entreguerras del siglo XX, cuando Europa vivió una pausa antes de la Segunda Guerra Mundial, que de todas maneras venía larvada desde la derrota alemana de 1918 y las condiciones impuestas por los vencedores.

Desde siempre los europeos se vieron enfrascados en guerras terribles que significaron cambios permanentes de fronteras e imperios que ascendieron y cayeron de manera estrepitosa, como miles de años antes en la antigüedad.  Los sufrimientos indecibles de los europeos a lo largo los siglos están impregnados en la memoria colectiva de la población con los matices respectivos, según cultura, tradición, culinaria y lengua.  

La literatura registra en detalle las peripecias vividas, las terribles guerras religiosas, masacres de minorías étnicas, como ocurrió con los cátaros en Francia o con judíos, gitanos, árabes, eslavos, germanos, españoles, nórdicos, húngaros, polacos, rusos y tantos otros pueblos.

Durante milenios los ejércitos de emperadores y reyes reclutaron a sus pueblos y los mandaron a morir en batallas para deshacer las fronteras cercanas o imponerse en lejanas colonias, de donde muchos no regresaron jamás. 

En los cuentos infantiles y las sagas indias, mediorientales o nórdicas se cuenta la tragedia de viudas, huérfanos, el sufrimiento de adultos en pleno vigor y viejos desolados que volvieron a experimentar la guerra que pensaban desterrada. Garcilaso de la Vega o Miguel de Cervantes Saavedra estuvieron en batallas lejanas y llevaron en su cuerpo el estigma de las heridas. Muchos murieron jóvenes como Lord Byron en Grecia y otros más envejecieron por milagro para contar la tragedia de sus tiempos.

En ciudades y puertos de estos poderosos imperios europeos de antaño está el registro de sus glorias y esplendores esculpidos en las mansiones de piedra de los esclavistas o las increíbles catedrales y templos donde la plebe mutilada, huérfanas violadas, mendigos y viudas agonizantes se refugiaban para orar ante las fuerzas de los sagrado, en busca de un más allá mítico y compasivo que extinguiera sus sollozos.

En esta tercera década del siglo XXI, como en el mismo periodo del XX, las potencias y sus nuevos emperadores se amenazan y se miden difundiendo las más locas creencias y fanatismos para incitar a  la plebe a matarse y a tomar partido. Igual se citan en lugares especiales y simbólicos como Donlad Trump y Vladimir Putin en Alaska o Joachim von Ribbentrop y  Viacheslav Molotov, firmantes en Moscú del Pacto germano-soviético apadrinado por Stalin y Hitler.
 
Hace un siglo la propaganda la hacían a través de radio, telégrafo, cine, periódicos y discursos y ahora por las insaciables redes sociales y la adictiva televisión en directo. La algarabía mundial y nacional no se detiene jamás y calienta y entrena a la gente para la guerra y la destrucción cíclica, entre la excitación de las emociones primarias y la teja corrida general.   

Muchas ciudades fueron destruidas y vueltas a construir a través de los siglos y lo peor es que tal vez vuelvan a serlo, pues la humanidad nunca aprende las lecciones y repite la historia como tragedia y comedia, ajena a la locura de los filósofos dementes que como el buen Nietszche se alzaban con el pensamiento hasta las alturas pobladas por las águilas para escapar al miedo ambiente y su algarabía. 

Igual que Hans Castorp y sus divertidos comparsas tuberculosos de La Montaña Mágica de Thomas Mann en el sanatorio de las altas montañas suizas, en Gstaad, cuando abajo la guerra los llamaba con insistencia, como ahora al parecer nos convoca a todos en este mundo de locos.   
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 17 de agosto de 2025.
 


 

 

sábado, 9 de agosto de 2025

PERVIVENCIA DEL JARDÍN DE FREUD

Por Eduardo García Aguilar

De verdad éramos muy inocentes aunque leyéramos a Hegel, Baltasar Castiglione, Maquiavelo o a Fernand Braudel y Ernest Cassirer, recomendados por el profesor Darío Mesa. Junto a grandes radios transistores esperábamos en las tardes y noches después del golpe del 11 de septiembre que el general Carlos Prats revirtiera la situación y volviera a Santiago de Chile al mando de una columna triunfal para sacar a los golpistas y reinstalar el gobierno de Salvador Allende, aunque fuera sin Allende.

Los comentarios iban y venían en el Jardín de Freud de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, donde estabámos por primera vez ante a un golpe de Estado que solo sería el abrebocas de una terrible era de crímenes y asesinatos propiciados por los servicios secretos de las dictaduras del Cono Sur coaligados con los estadounidenses, y sobre los que en el medio siglo posterior se han conocido escalofriantes detalles tras múltiples luchas, entre ellas las de las abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, que nunca desfallecieron en la búsqueda de la verdad.

Prats murió el 30 de septiembre junto a su esposa en un terrible atentado de venganza con bomba de los servicios secretos chilenos ayudados por los militares argentinos y siete días antes el reciente Nobel Pablo Neruda se extinguió deprimido y enfermo en un hospital en Santiago el 23 de septiembre. 

Y así uno tras otro caían los leales a Allende que no lograron salir de Chile hacia muchos países del mundo, como lo hicieron decenas de miles acogidos como exiliados sin saber que se quedarían lejos décadas enteras o para siempre rumiando la saudade del destierro. En los años siguientes la misma romería del exilio sería vivida por miles de argentinos, uruguayos y brasileños que llegaron a México o a las capitales europeas o de los países del Este.
 
A medida que pasaban las horas y los días la ilusión despareció y todos se dispersaron poco a poco en ese crepúsculo de 1973. Como el tradicional campus estaba paralizado con frecuencia por los disturbios, algunos se fueron a otras universidades a probar suerte o desertaron para estudiar otras carreras o perderse en el tango de la vida.

Quedadan en el Jardin de Freud los efluvios de los amores reales o imaginarios vividos en secreto, la algarabía de los muchachos que jugaban al futbol entre una clase de matemáticas y otra de Historia con Gilda, la única chica que lo hacía y cuya melena saltaba cuando golpeaba el balón o trataba de apoderarse de él enfundada en su overol de marca estadounidense recién importado. 

Frente al moderno edificio de Sociología quedadan en el Jardin de Freud para siempre nuestros fantasmas adosados al prado donde chárlabamos, como después lo han hecho y hacen miles y miles de muchachos de varias generaciones de todas las regiones y orígenes que pueblan los predios de la Universidad Nacional de Colombia, cuya Ciudad Blanca fue construida a partir de 1935 en tiempos de Alfonso López Pumarejo y la República Liberal.

Después, ya en los años 80, unos escultores jóvenes realizaron la obra Amérika en homenaje a la pluralidad y la sexualidad, que presentaron como trabajo de grado. Manolo Colmenares, José Manuel Patiño y Gabriel Quiñones conribuían así en medio de la polémica con esas piedras eróticas a la pervivencia del Jardín de Freud, donde generación tras generacion los jóvenes estudiantes de ciencias humanas han enfrentado otros acontecimientos terribles que hacen parte de la historia colombiana y el mundo y así seguirá en el futuro, que esperemos con optimismo sea luminoso y fértil. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 10 de agosto de 2025.
 
  

domingo, 3 de agosto de 2025

CON CHARRY LARA EN BOGOTÁ: CENTENARIO


 Por Eduardo García Aguilar

Varias veces caminé con Fernando Charry Lara (1920-2004) por las calles céntricas de Bogotá, donde tenía su oficina de abogado en un viejo y enorme edificio de la carrera séptima con calle 18, cerca de las cafeterías y librerías que abundaban entonces en esa zona de la urbe que fue el centro de la actividad del país a lo largo del siglo XX. Por esas calles caminaron todas las glorias colombianas del siglo pasado cuando eran jóvenes, en busca de algun café como el Automático y otros similares, donde se reunían a tomar tinto, beber, arreglar el mundo y hablar de literatura.
 En la primera mitad del siglo la élite del país solía residir en esta zona donde se encontraban las sedes de los grandes diarios, además de los ministerios, en amplios apartamentos de estilo art-deco que ahora se han vuelto en algunos casos espléndidas librerías de ocasión como la llamada Merlín, situada en la carrera octava, no lejos de la Avenida Jiménez. Por esos rumbos podía el transeúnte toparse de repente con expresidentes, políticos famosos o leyendas literarias como los poetas Aurelio Arturo, Luis Vidales o León de Greiff.
 Conocí a Charry porque el poeta guatemalteco y mundial Luis Cardoza y Aragón, que había sido amigo y maestro suyo y de Alvaro Mutis cuando fue diplomático en Bogotá en los tiempos de asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, me encargó entregarle el libro André Breton atisbado en la silla parlante, que recién había publicado la Universidad Nacional Autónoma de México. Con semejante recomendación de quien a los 18 años había sido en París uno de los más jóvenes poetas dadaístas y el hecho de que Charry hubiese vivido de joven en México, donde yo residía entonces, hacía que tuviéramos mucho tema de conversación. 
 Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, vuelve la imagen de uno de los más exquisitos poetas colombianos del siglo XX, cuya obra concisa y profunda, llena de luz, cobra cada vez mayor fuerza porque bien sabemos con Gracián que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus poemas, como los de Aurelio Arturo, son ya obras clásicas de la poesía hispanoamericana y sus ensayos, de claridad y lucidez impecables, nos adentran en el ejercicio y los misterios de la poesía y en la obra de los grandes poetas españoles y latinoamericanos del siglo XX. 
 Este bogotano de carta cabal era de baja estatura, delgado, vestía de traje y corbata, lucía una gabardina para enfrentar los chaparrones capitalinos y con frecuencia llevaba una boina negra que lo hacía semejar a Fernando Pessoa cuando caminaba por las calles lisboetas. Charry era de una sencillez especial y un interlocutor amistoso con los poetas jóvenes, a quienes escribía cartas comentando sus primeros libros, que leía con atención y afecto.
 Varias veces recorrimos las librerías del centro, como la vieja Lerner o la Nacional, que en ese entonces estaba por esos rumbos, y caminando por esas calles y carreras capitalinas, la séptima, la décima, la trece, la Caracas, la Jiménez, solía contarme recuerdos de su infancia y juventud. Así supe de viva voz suya del sepelio de José Eustasio Rivera, al que asistió de niño llevado por su padre y al que dedicó un poema que es uno de los mejores de la poesía colombiana, o de una primera aventura amorosa que tuvo con una enfermera en alguna de aquellas esquinas por donde pasábamos.
 La última vez nos vimos en 2001 en el Segundo Congreso de poesía en lengua española desde la perspectiva del siglo XXI, organizado por el Instituto Caro y Cuervo en tiempos de su director Ignacio Chávez, al que asistieron el peruano Carlos Germán Belli, la uruguaya Ida Vitale, y los chilenos Pedro Lastra y Oscar Hahn, entre otros.  Charry falleció de manera sorpresiva tres años después en Washington, a donde había ido a visitar a su hija. El destino quiso que viera su última luz en Estados Unidos, no lejos de donde José Eustasio Rivera se apagó fulminado por las fiebres contraídas en las selvas que inspiraron La Vorágine. El rigor de su crítica literaria y la lucidez, erotismo y luminosidad de su poesía seguirán iluminando a los lectores afortunados.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 20 de septiembre de 2020. 

sábado, 2 de agosto de 2025

LA MELENA ANTES DE PARTIR


Por Eduardo García Aguilar

Como era menor de edad, mi padre firmó la autorización oficial de mi viaje y me acompañó una tarde a cortarme el pelo, que lo tenía muy largo como era usual y se requería reducir un poco la melena para evitar problemas en los aeropuertos. Todos ya estábamos desde hacía tiempo bajo el impacto de los Rolling Stones y su éxito mundial Satisfaction. 

Mi padre tenía 60 años y me imagino el dolor que significaba ver partir a su hijo tan joven hacia esa aventura de viajar al otro lado del planeta, aunque en el fondo la idea no le disgustaba. Para disimular silbaba alguna canción mientras veía en la peluquería como cortaban sin piedad mi cabellera setentera y las mechas caían al suelo. 

Los de su generación, que se abrieron al mundo durante la Republica liberal que llevó a la presidencia a Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos y el joven Alberto Lleras Camargo, también se iban de casa muy jóvenes en la primera mitad del siglo XX, cuando el objetivo de los hijos era emprender y abrirse camino al andar.

Mientras pasaba el féretro del poderoso Eduardo Santos, dueño del mayor periódico nacional y ex presidente, y cuando en la Catedral se reunían para las honras fúnebres todos los hombres de su época, encorbatados, solemnes, pomposos, babeantes, flacos y obesos, jorobados y erguidos, de sacoleva y corbatín, a mi me cortaban la melena en un ritual de iniciación.

Antes de que me cortaran la cabellera como a Sansón había estado en varias fiestas y reuniones con amigos de mi generación, compañeros de Sociología de la Universidad Nacional y escritores en ciernes que nos reuníamos a veces con Oscar Collazos, cuando llegaba joven y consagrado de Europa, donde había vivido mayo del 68 y el esplendor del boom latinoamericano en Barcelona, no lejos de García Márquez, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa. En una de esas fiestas los amigos me mostraron en la noche estrellada al amanecer la Cruz del Sur para que me despidiera de ella.

Mientras pasaba el féretro de Santos y en un amanecer leía los periodicos enormes que seguían publicando ediciones especiales sobre la historia política del siglo XX, podía decir que pese a tener 20 años recién cumplidos ya habia mojado plana ahí en Lecturas Dominicales. El joven Enrique Santos Calderón, de barba rebelde y recién llegado de Europa, había publicado algunos artículos míos hasta en el espacio consagratorio debajo de la caricatura de Pepón y luego me pagaba por la colaboración firmando un bono para que pasara a la caja.

La esquina de El Tiempo era entonces el ombligo del país y al frente estaba el lugar donde habían matado a Jorge Eliécer Gaitán. Más arriba, por la Jiménez estaba la sede de El Espectador, regentado por los Cano y donde García Márquez cambió de destino como redactor y reportero de éxito con reportajes inolvidables como el del Relato de un náufrago.

Todo eso ocurría a unos días de que partiera al otro lado del océano en medio del aceleramiento de la historia  de Colombia, pues a inicios del mismo año los rumberos guerrilleros del M-19 habían hurtado la espada de Bolívar de la Quinta Bolívar en medio de la algarabía nacional. Y hacía solo seis meses, los estudiantes de Sociología y otras carreras de la Universidad Nacional amanecimos en el Jardín de Freud escuchando por radio las noticias que venían de Chile sobre el golpe de Estado del 11 de septiembre, propiciado por Estados Unidos.

Después de bombardear el Palacio de la Moneda, el general Augusto Pinochet derrocó a Salvador Allende, que murió en esa jornada. Inocentes nosotros, esperábamos hasta el amanecer en jornadas febriles que se revirtiera la situación. Y para rematar, poco después, agobiado por la tristeza, moría el gran poeta Pablo Neruda en un hospital donde algunos aseguran que lo envenaron.

Pero como los pájaros que vuelan, en esos momentos estaba impulsado por la emoción de la partida hacia otro continente soñado desde los primeros años de la adolescencia. El futuro nos atropellaba de repente y ya no había forma de mirar hacia atrás.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de agosto de 2025. 
* Foto del Jardín de Freud. Universidad Nacional de Colombia. 


viernes, 1 de agosto de 2025

RÉRQUIEM CARNAVALESCO PARA JOE


La muerte de Joe Arroyo de repente nos lleva a reflexionar sobre la colombianitud o la colombianidad. Desde la lejanía de la diáspora en donde transcurrimos tal vez cinco o seis millones de colombianos, las reacciones fueron unánimes en Estados Unidos, Canadá, Francia, Nueva Zelanda, Australia, Argentina, Estocolmo, Roma, México y Londres. En muchas casas de colombianos del extranjero, y con cualquier motivo, esta semana fue de encuentros celebratorios de su genio y su largo camino, que deja una impronta imborrable en la historia popular colombiana contemporánea.

Tuve también mi fiesta a su ritmo entre colombianos con el vino de la añoranza, la saudade, la nostalgia, que según nos dice Milan Kundera en su libro « La ignorancia » proviene de las palabras griegas « nostos », regreso, y « algos », sufrimiento ». Reuniones de recapitulación vital en torno al largo periplo musical del cartagenero, realizadas por supuesto al calor del vino y el sonido.
Miembro de nuestra generación « Sin cuenta », nacido en 1955 en Cartagena, Joe Arroyo es pues el representante máximo de la misma en todos los campos, la política, la literatura, el pensamiento, el arte, la industria, la ciencia, el deporte o la empresa. Hubo muchas reuniones de amigos colombianos donde el largo historial musical de Joe Arroyo, desde el tiempo de « Fruko y sus tesos », fue seguido con el estupor de comprobar que nos acompañó con su voz de jilguero desde siempre, sin falta, desde el principio, desde la adolescencia, pues decenas y decenas de melodías bailables suyas se izaron a los primeros lugares de éxito y quedan en la memoria, porque marcan de una u otra forma el ejercicio de nuestra colombianidad en diversas épocas y momentos de nuestras vidas.
Cada melodía inédita y algunas que ni siquiera sabíamos eran cantadas por él cuando muchacho, se nos revelan profundamente impreganadas en nuestra memoria, hacen parte especial de nuestra vida, amores, fiestas, cuerpos, sudores y soledades y las redescubrimos a medida que las escuchamos y revisamos la vida. ¿Quien no bailó hace tanto tiempo al ritmo de « Fruko y sus tesos » y después con « La Verdad » ? ¿Qué colombiano no ha escuchado « No le pegue a la negra» ?
La agonía de Joe Arroyo fue seguida por todos en directo hasta el instante de la extrema unción, algo que tiene los visos de ser profundamente colombiano y sacralizador. Hacía tiempo no oía hablar de esa ceremonia a la que acceden los héroes, como Simón Bolívar, quien en Santa Marta recibió la visita del prelado antes de morir. Lo mismo le ocurrió a Joe Arroyo. Cuando los diarios en primera plana hablaron de su extrema unción, supe que sólo quedaban unas horas para que estallara la infausta noticia y cuando ya fue inevitable y real, empezamos a llamarnos entre los amigos de la diáspora colombiana.
Al primero que llamé fue a Julio Olaciregui (1951), escritor, danzarín y filósofo barranquillero que lleva más de tres décadas por aquí en la ciudad luz y es una de las más importantes energías morales, bailables y literarias de Barranquilla, donde se explayó con todas sus fuerzas el genio del cartagenero. Como muchos colombianos del extranjero, Olaciregui hizo su propia fiesta personal de duelo y escribió un largo texto sobre el personaje desde el profundo sentir de su barranquillitud o carnavalidad.
En « Joe Arroyo, nunca te olvidaremos », el autor de « Los domingos de Charito , dice : « Un tal Joe Arroyo de Barranquilla, sí señores, con ustedes el mito de nuestra generación, el hombre que ha realizado nuestro sueño, mami lo que yo quiero es ser cantante de una orquesta ; con ustedes el hijo del etíope, el negro bembón, mayombe, con sabor, el nieto del bisabuelo que ayudó a fundarnos la patria, monsieur Mambo, cantando en vivo y en directo en el cabaret del trasatlántico » :
La primera vez que lo vi fue en Barranquilla, hace unos tres lustros, cuando Ariel Castillo me lo mostró una noche ahí al lado del bar discoteca La Cien, cuando él departía con unos amigos junto a una lujosa camioneta Ford Suburban y lo volví a ver al otro día en Cartagena cuando le hacían un gran homenaje en la plaza de toros, en el marco del Festival del Caribe, a donde me invitó Gustavo Tatis Guerra. Estuvimos ahi detrás del escenario en la zona de los periodistas e invitados especiales, donde había enormes botellas de promoción de ron Tres Esquinas, licor que era libado felizmente por todos. Al final del concierto salió Arroyo con su esposa e hijas, vestidas como hadas, de blanco, y lo vi ahí en medio de la deliciosa y excepcional ebriedad que produce ese ron blanco, entre la luminosidad azulosa y múltiple de los rayos láser proyectados por los luminotécnicos.
Al lado de Kid Pambelé, García Márquez y Héctor Rojas Herazo, Joe Arroyo es hijo de una región que transformó a Colombia desde su mirada al mar. Ese país cerrado, oligárquico, hispánico, castizo, cardenalicio, blanco, santafereño, bogotano, antioqueño, payanés, rolo, clasista, racista, excluyente, camandulero, beato, reprimido, ha sido defendido por los marginales de la costa, por esos costeños que llevan dentro de sí la fuerza africana de los esclavos. García Márquez y Joe Arroyo salieron de ahí y son los más grandes artistas del país porque concentraron en ellos la colombianitud, la universalizaron. Ellos fabricaron en el crisol alquímico la mezcla de ese pueblo variado y enérgico con sus leyendas y cuentos y sueños y pesadillas.
En la fiesta mía, a medida que aumentaba el efecto de los vinos, los concelebrantes mencionábamos a Úrsula o a Melaquíades o a Remedios la Bella o al coronel Aureliano Buendía o a Eréndira, como si fuesen de la familia. Y cada una de las melodías de Joe Arroyo se nos aparecían también familiares. Con ellas amamos, bailamos, celebramos, vivimos cuatro décadas. Por eso Joe Arroyo sigue vivo. Porque nos dio vida y sólo vivió para cantar desde cuando cargaba agua en los recipientes de la pobreza bajo el sol candente del trópico. Vivió para vivir y darnos vida nada más.


viernes, 25 de julio de 2025

VIDA E HISTORIA AL AMANECER

Por Eduardo García Aguilar

Amenecimos el jueves 27 de marzo de 1974 cerca de la sede central de El Tiempo, en un café de la Avenida Jiménez. Bogotá, la metrópoli, la urbe agitada, se despertaba ya desde antes aun en la oscuridad y los diarios empezaban a circular con el grito de los voceadores. 

Había muerto el ex presidente Eduardo Santos (1888-1974), dueño del periódico y una figura que marcó todo el siglo XX como uno de esos personajes de entonces que estuvieron desde el comienzo del siglo en las primeras páginas de la actualidad, los negocios y los periódicos, uno de los líderes de la élite inasible de los protagonistas, que vivió todas las venturas y desventuras del país y a la vez lo ayudó a cambiar durante los sucesivos gobiernos de la República liberal, vigentes hasta poco antes del inicio de la trágica Violencia y el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

Esos días eran intensos porque el 5 de abril me preparaba a viajar a Europa a estudiar y dejar el país de mi infancia y adolescencia, lanzándome a una aventura escalofriante que entonces era poco probable y significaba casi como viajar a Marte, a otro planeta, o lanzarse sin alas hacia los abismos.

Hay momentos en que nos atropella la historia del país donde nacimos, al mismo tiempo que experimentamos cambios cruciales y definitivos en nuestras propias vidas, tal y como leíamos en las novelas clásicas. En ese instante en que yo vivía el júbilo de la próxima partida y saboreaba ya las aventuras futuras que se auguraban al otro lado del océano, no solo se iba uno de esos padres de la patria de entonces casi santificados, sino que el país se estremecía por el reciente robo de la espada de Bolívar.

Hacía poco los guerrilleros del M-19 habían hurtado la espada del Libertador de la quinta del mismo nombre en las faldas de Monserrate y aun estaban presentes las imágenes de los avisos publicitarios que salieron en varios diarios anunciando la llegada de un misterioso producto con ese nombre, que parecía un lombricida y resultó ser el movimiento que a la larga, medio siglo después, llegaría al poder a través de uno de sus militantes.

En ese entonces casi todo sucedía en el centro de Bogotá. Por ahí estaban las sedes de los grandes diarios, las   universidades, los ministerios, las mejores librerías y cafeterías donde poetas, políticos y negociantes se reunían durante el día y la noche en una actividad incesante de un país que aunque pobre y caótico, ya se caracterizaba por esa energía inagotable y la algarabía devastadora de sus pasiones políticas, antes de que se abriera la "ventanilla siniestra" del narcotráfico generalizado.

Con el amigo que estaba celebrando mi partida habíamos estado en la noche en varias reuniones con jóvenes escritores y salimos en la madrugada de una fiesta para dirigirnos a esperar el bus que nos llevaría a nuestras casas respectivas, pero antes nos sentamos en ese café recién abierto a tomar una changua y hojear los diarios que traían ediciones especiales por la muerte de Eduardo Santos. 

En esos diarios ilustrados con la increíble trayectoria del humanista, diplomático, político y periodista, representante del liberalismo moderado y de centro, viajero y cosmopolita, habitante de Nueva York y París, donde estudió,  veíamos pasar la historia del siglo que empezaba a terminar para siempre, mientras agonizaba el Frente Nacional y se abrían nuevos acontecimientos sociales y políticos inimaginables aquella mañana histórica y muy personal.
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Publicado en La Patria, Manizales. Colombia, el domingo 27 de julio de 2025.  

   

 


sábado, 19 de julio de 2025

LOS SECRETOS DE POLICARPO VARÓN

Por Eduardo García Aguilar


Policarpo Varón (1941) siempre ha sido uno de los secretos mejor guardados de la narrativa y la literatura colombianas desde que publicó en 1973 su primer libro de cuentos El festín, en la editorial Oveja Negra. Desde entonces, el cuento que lleva ese título ha sido incluido en varias antologías del género en Colombia y América Latina y él continuó en la sombra ejerciendo la alegría de escribir cuentos y ser antes que todo un lector apasionado. Después publicó El falso sueño (1979), Jardín del intérprete (1977) y La mágica tragedia (1986).

En su cuarto libro, Equilibristas (2001), despliega su sentido del humor y la libertad y flexibilidad narrativas.ambientados en un pueblo tolimense afectado por la atroz violencia de aquel tiempo entre liberales y conservadores y en Buenos Aires, a donde el de la voz narrativa realiza varios viajes reales e imaginarios, anclados en el mundo literario de la capital argentina, cuando estaba en su esplendor la fama del gran mito ciego Jorge Luis Borges.

Buenos Aires es una obsesión para un lector como Policarpo Varón, pues a lo largo del siglo XX fue la Meca de las letras, el tango y el cine, un lugar crucial del mundo editorial e intelectual del continente latinoamericano, a donde todos querían llegar algún día, desde los tiempos de José María Vargas Vila, Bernardo Arias Trujillo, Witold Gombrowicz, Rabindranath Tagore y Victoria Ocampo. Buenos Aires era la Nueva York del sur.

Visitar Buenos Aires de la mano de Varón y adentrarse en su erudición literaria es un viaje inolvidable, como lo es también andar por los parajes de Tolima, caminando con el narrador y sus amigos, junto a ríos, veredas, casonas abandonadas, remansos, carreteras y montañas. En cada cuento suyo vivimos experiencias absurdas y nos enfrentamos al absurdo de la vida y el tiempo, a través de su lucidez implacable.                                .  

"He pensado que los pavorosos prejuicios religiosos, de bandera partidista y culturales vividos por Colombia durante mi infancia y mi adolescencia afectaron mi psiquismo y mis comportamientos hasta hoy", afirma Policarpo Varón en el epílogo de este libro, donde cuenta su vida y su pasión literarias.

"En mis cuentos privilegio el lenguaje y el argumento - no la trama ni el desenlace -", añade el autor, quien parte de "una anécdota, situación o imagen que reveo o recuerdo", lo que "constituye el estímulo inicial de mis cuentos" y de "ahí busco elaborar la ficción, la poesía activa, que logro estudiando y desdoblando la anécdota, la situación o la imagen que inicialmente me han conmovido, con la cándida esperanza de que el lector encuentre una parábola general de la vida o el hombre", concluye.

Varón pertenece a una vasta generación de escritores que empezaron a publicar muy jóvenes en la revista Eco y emprendieron el camino literario con vocación borgiana, tratando de conectarse con las nuevas corrientes y abrir caminos para la literatura colombiana, antes de que surgiera la deflagración comercial del boom latinoamericano y cayera el meteorito brutal de Cien años de Soledad.

Ese fenómeno comercial y de vanidades y ambiciones masculinas de machos alfa, hizo perder en cierta forma la inocencia a los escritores que hasta entonces hacían literatura como kamikazes, a sabiendas que ejercer ese oficio los llevaba a experimentar dificultades económicas sin nombre y un largo camino de soledad e incomprensión. Hasta entonces ser escritor en América Latina era emprender el camino de los malditos y siempre fueron vistos con desconfianza, como casos patológicos y marginales poco frecuentables.

Bastaba con observar la larga lista de los clásicos de la literatura universal o latinoamericana para descubrir destinos trágicos de todo tipo, encabezados por los emblemáticos suicidas, seguidos por los errantes que aunque gloriosos terminaban mal como José Asunción Silva, Ruben Darío y otros modernistas. Se emprendía la literatura como una opción autodestructiva y utópica, hasta que en los nuevos tiempos el ejercicio fue carcomido por el arribismo y la codicia.

Policarpo Varón siempre ha sido para mi un faro y un ejemplo desde su retiro entre libros. Cada encuentro con él en Bogotá ha sido una sorpresa y una alegría, y lo vivido con él puede ser un relato suyo, como cuando me llevó a conocer a su congénere Nicolás Suescún.  Varón inició su camino en el Tolima, luego trerminó el bachillerato en Medellín y después se estableció en Bogotá, donde vivió muchas décadas, siempre inmerso en el mundo de los libros y el estudio de las técnicas narrativas que aplica en sus historias.
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Publicado en la patria. Manizales. Colombia. Domingo  20 de julio de 2025.


jueves, 17 de julio de 2025

ACTUALIDAD DE BERNARDO ARIAS TRUJILLO

Por Eduardo García Aguilar

A ocho décadas de su muerte y 115 años de su nacimiento, Bernardo Arias Trujillo (1903-1938) sigue siendo actual porque hace parte de una generación moderna y malograda que irrigó la poderosa creación telúrica latinoamericana de su tiempo en todos los países, antes del estallido de la Segunda guerra mundial. No solo escribió en su corta vida de 35 años la novela cinematográfica Risaralda, sino que fue poeta, traductor, panfletario, publicista y ensayista de talento. 
Hace unos años, cuando visité una noche de neblina con Harold Alvarado, Álvaro García y Marcela Cerón la vieja casa donde él murió, desfigurada por la institución instalada ahí, cuando debería ser un museo dedicado a su vida y obra, recordé con alegría y agradecimiento el hecho de que mi padre tuviera varios de sus libros en su biblioteca y por eso me conecté muy temprano con su traducción de La balada de la cárcel del Reading de Óscar Wilde, así como Diccionario de emociones y En carne viva.  
El poema homosexual Roby Nelson era ampliamente conocido entre los jóvenes poetas y amantes de la cultura de la ciudad, que éramos muchos, pues había además de la gran agitación política reinante de la época post-68, muchos centros culturales y un culto a la literatura que ya se practicaba por tradición desde hacía décadas, no solo por el auge de los llamados greco-quimbayas, que eran políticos derechistas ilustrados, como Silvio Villegas, sino por la literatura popular y rebelde de Iván Cocherín y José Naranjo y la literatura maldita existencialista de José Vélez Sáenz. 
Conocí el poema a través de mi padre, un liberal que amaba la literatura y lo tenía en una antología de poesía colombiana al lado de los poemas de Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y Rafael Pombo. No asustaba para nada en Manizales ese canto a un efebo bonaerense de arrabal. Se le disfrutaba como un gran logro estético. Todos admirábamos a Rimbaud y Óscar Wilde.
En su biblioteca mi padre tenía toda su obra, salvo la que firmó con el seudónimo de Sir Edgar Dixon. Los escritores mayores, algunos de los cuales pudieron coincidir jóvenes con Arias Trujillo, conocían muy bien sus libros e incluso criticaban su exageración en el manejo de los adjetivos y el excesivo greco-quimbayismo de su prosa. 
Además de su famoso poema gay Roby Nelson, hay otro poema erótico de Arias Trujillo llamado Versos a una muchacha deportista, lo que nos indica que como Proust, tenía buen sentido de apreciación del cuerpo femenino, como lo demuestra en su descripción de las "belkis trigueñas" en su clásica novela.
Su leyenda ya estaba instalada poco después de su muerte. Manizales es una ciudad muy especial porque ya en los 30 existía allí una gran editorial privada, Arturo Zapata editores, que publicó a todos los clásicos del país en tiempos de entreguerras, como Fernando González, César Uribe Piedrahíta, León de Greiff y muchos otros. El director de esa editorial era un exquisito que dirigía además la revista literaria Cervantes.
Lo cuento más por curiosidad documental que otra cosa: acabo de desempolvar en unos papeles viejos que cargo en un maletín negro, el original de un ensayo que escribí sobre Arias Trujillo a los 17 años, y que ganó un premio de ensayo en LA PATRIA con el que me gané 5.000 pesos de ese entonces. "Bernardo Arias Trujillo: el artista y el mundo", por fortuna inédito, es un texto de 10 páginas con apartes que me sorprenden y otros que me sonrojan, donde paso revista de manera caótica a la vida y la obra del personaje con los elementos conocidos por un joven escritor adolescente manizaleño de la época, intoxicado de literatura y rebelión, lo que muestra con claridad documental que Arias Trujillo era un escritor asumido y oficial en Manizales.
Tratemos de situar a Arias Trujillo en el contexto histórico nacional. Es necesario acabar con las mitologías de opereta y de tango que la cultura colombiana oficial ha tejido en torno a los autores de la época de entreguerras, una de las más fascinantes del siglo XX, que está por cartografiar y estudiar ampliamente, como lo han hecho con ese lapso de la historia literaria de sus países argentinos, brasileños, peruanos y mexicanos. 
El país en esos años 20 y 30 era mucho más moderno de lo que creemos. Retornó el liberalismo al poder con Enrique Olaya Herrera, Eduardo Santos y Alfonso López Pumarejo. Se fundaron la Biblioteca Nacional y la Universidad Nacional de Colombia, se publicó la Biblioteca Samper Ortega y hubo un gran auge editorial y cultural. En esas dos décadas en Bogotá y en varias ciudades de provincia había revistas, editoriales y vida cultural. 
Manizales por esas fechas era una especie de Manaos cafetera de tierra fría con mucha presencia europea. Europeos y estadounidenses ya habían llegado antes en el siglo XIX a trabajar como ingenieros o capataces en las minas de la zona. O sea que no era un pueblo perdido o aislado en las montañas. Además la cultura era algo central y ya se había fundado el periódico LA PATRIA, donde escribían los autores del greco-quimbayismo, entre ellos Silvio Villegas, su director, Aquilino Villegas y otros. 
Había varias tendencias políticas en el país: el liberalismo, laico y abierto en materia cultural, el conservatismo, admirador de Mussolini, la derecha maurrasiana francesa, la falange española y las ideas eugenistas del protonazismo. Y también había un gran auge de las ideas socialistas y comunistas con personalidades como María Cano, Ignacio Torres Giraldo, Luis Vidales y una gran actividad sindical y de los movimientos sociales. En medio de toda esa efervescencia de escritores, caricaturistas, poetas, panfletarios, vivió el joven Arias Trujillo. 
Nació en Manzanares, vivió en Manizales, pero también estuvo a fondo en Bogotá, donde escribía folletines, y en Buenos Aires, donde fue diplomático con el "Leopardo" José Camacho Carreño. Era pues un joven cosmopolita de tendencia liberal, una versión liberal de los Leopardos.  En su libro En carne viva se muestra su furia frente a los que él llama los "lanudos" de Bogotá y la oligarquía colombiana. Era un rebelde e inclusive un derechista como Silvio Villegas, el autor de No hay enemigos a la derecha, publicada por Arturo Zapata en 1937, admiraba a este joven contemporáneo y dice que su rebeldía lo llevó al fracaso: "Altivo y desdeñoso, desafió con indomable carácter las oligarquías económicas y políticas, cerrándose los caminos del éxito". Ahí todo está dicho.

 

---- Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Septiembre 23 de 2018. 


EL PADRE DE ROBY NELSON

Por Eduardo García Aguilar

Después de 70 años de ostracismo, Bernardo Arias Trujillo (1903-1939), padre de Roby Nelson, el sulfúrico poema sobre un efebo bonaerense, se está poniendo de moda como ícono gay latinoamericano, gracias al interés de jóvenes bogotanos y la publicación de una semblanza en un libro colectivo sobre escritores malditos, publicado en Santiago de Chile y donde comparte estrellato con su compatriota Porfirio Barba Jacob.

Por su novela Risaralda, Bernardo Arias Trujillo era a nivel regional el escritor más importante y era estudiado y comentado por los profesores de literatura a nivel de bachillerato en los años 70. Pero además de Roby Nelson, acordémonos que hay otro poema erótico de Arias Trujillo llamado "Versos a una muchacha deportista", lo que nos indica que también tenía buen sentido de apreciación del cuerpo femenino, como lo demuestra en su descripción de las "belkis trigueñas" en su clásica novela.

Ambos poemas eran ampliamente conocidos en los medios literarios colombianos hacia los años 50, 60 y especialmente 70, cuando se celebraba en la ciudad donde murió el Festival Internacional de Teatro y muchos de los invitados eran llevados a conocer la casona familiar donde pasó sus últimas horas. Debido a que era un combativo liberal en tiempos de auge de los fascismos criollos, también se leía " Aclamación de Cristo", poema donde la figura es emparentada con la rebeldía y la lucha por la justicia. Su leyenda ya estaba pues instalada poco después de su muerte.

En Manizales ya en los años 30 existía una editorial privada, Arturo Zapata editores, que publicó a todos los clásicos del país en tiempos de entreguerras, como Fernando González, César Uribe Piedrahíta, León de Greiff y otros muchos. El director de esa editorial era un exquisito que dirigía además la revista literaria Cervantes.

Después de 1968, el poema Roby Nelson era ampliamente conocido entre los jóvenes poetas y amantes de la cultura de la ciudad, donde se daba un culto a la literatura que ya se practicaba desde hacia décadas, no solo por el auge de los llamados greco-quimbayas, como Silvio Villegas, sino por la literatura popular y rebelde que se practicaba en todo el departamento de Caldas, con autores como Iván Cocherín y José Naranjo o por la literatura maldita existencialista de José Vélez Sáenz.

Los intelectuales mayores, los poetas y los lectores de la ciudad sabían de memoria Roby Nelson, al lado de los poemas de Julio Flórez, Guillermo Valencia, José Asunción Silva y Rafael Pombo. De hecho yo todavía sé de memoria apartes del poema sobre Los lánguidos camellos de Valencia y por supuesto de Roby Nelson de Arias Trujillo, que aprendí entonces.

No asustaba para nada en Manizales ese canto a un muchacho bonaerense de arrabal. Se le disfrutaba como un gran logro estético. Todos admirábamos a Rimbaud y Óscar Wilde. Los intelectuales de las generaciones anteriores tenían un gran culto por la poesía y solían aprender de memoria los poemas clásicos colombianos y del modernismo latinoamericano, y referirse a su libro diatriba "En carne viva" contra la clase política colombiana, o a su hedonista "Diccionario de emociones".

En el diario local LA PATRIA se hablaba con frecuencia sobre Arias Trujillo, o sea que siempre fue un clásico entre los columnistas cultos del periódico, que eran mayoría en ese entonces, en especial José Vélez Sáenz, Jorge Santander Arias, Danilo Cruz Vélez, Edgardo Salazar Santacoloma, Ebel Botero, algunos de los cuales pudieron coincidir jóvenes con Arias Trujillo.

Incluso se criticaba su exageración en el manejo de los adjetivos, el excesivo greco-quimbayismo de su prosa. Y francamente nadie se asustaba por el asunto de la homosexualidad del poema pues Óscar Wilde, modelo de Arias Trujillo, era un autor muy apreciado. Todos los adolescentes leíamos El retrato de Dorian Grey, El ruiseñor y la rosa y la Balada de la cárcel del Reading en la traduccion de Arias Trujillo y sabíamos de su pelea con Guillermo Valencia.

Manizales vivió a comienzos de siglo un espectacular auge económico por la exportación mundial del café y por su situación geográfica y después de los incendios en 1925 y 1926 por los dineros de las pólizas de seguros con los que se reconstruyó la ciudad con edificios republicanos art-déco y republicanos, construidos por arquitectos de renombre internacional. Aunque era predominantemente conservadora, el homosexualismo wildeano era ya muy común en esos tiempos y muchos poetas, intelectuales y artistas eran reconocidos homosexuales, que vivían su condición discretamente, pero no estaban solos.

Había intelectuales que hablaban claramente del asunto como Ebel Botero y Javier Arias Ramírez, entre otros. En mi adolescencia sabíamos todos que era una ciudad donde había homosexualidad y que había amplios círculos homosexuales. Había intelectuales mucho mayores que reivindicaban abiertamente su homosexualidad como Ebel Botero.

Y es normal, dada la gran presencia del catolicismo y la impronta de la Iglesia, cuyo mayor símbolo era la enorme catedral Catedral Primada. A lo que se agregan las taras patriarcales de la cultura antioqueña. El novelista manizaleño José Vélez Sáenz, otro escritor maldito, autor de Las llaves falsas y otros libros malditos de corte existencialista, abordó muy bien el tema de la droga y ese mundo infernal de la ciudad, que ha sido el tema de su narradores.

Y había además amplias zonas de tolerancia que reinaron durante décadas, destacando el carácter bipolar de una ciudad religiosa de día y pervertida de noche. Desde los años 30 las zonas de tolerancia se ampliaron al calor del tango y otras músicas populares. Por eso no es extraña la aparición en ese contexto de Arias Trujillo y mucho menos que hoy se ponga de moda en un mundo donde esos temas ya no son tabú para nadie.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Julio 15 de 2012.




jueves, 10 de julio de 2025

EDUARDO GÓMEZ ENTRE BERLÍN Y BOGOTÁ

Por Eduardo García Aguilar


Eduardo Gómez (1932-2022) fue uno de los grandes poetas colombianos del siglo XX, autor de una vasta obra poética, narrativa y ensayística y pilar de la cultura de entonces como profesor en la Universidad de los Andes y colaborador de instituciones editoriales o culturales colombianas, donde se desempeñó después de una larga estadía de estudios en Alemania.

Tuve la oportunidad de conocerlo cuando llegué a Bogota desde Manizales a iniciar mis estudios en la facultad de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Visitaba con frecuencia al gran ensayista Jaime Mejía Duque, paisano caldense que se desempeñaba como abogado en el ministerio de Trabajo y muchas veces coincidí ahí con su amigo Eduardo Gómez y luego salía con ellos a caminar por la séptima y a tomar café en alguno de esos sitios memorables de la capital, donde se reunían poetas, abogados y políticos.

Ambos eran abogados y escritores germanistas muy elegantes y refinados por sus larga estadía en Europa. Mejía Duque siempre estaba impecable de traje y corbata y sabía muy bien ocultar el brazo que le faltaba debido a un trágico accidente de infancia, orgulloso tal vez de hacer parte de la estirpe de los mancos literarios, al lado de Miguel de Cervantes Saavedra y Ramón del Valle Inclán.
    
Jaime Mejía Duque también había realizado estudios en Alemania y de allí la amistad que los unía a ambos, personas de izquierda  pertenecientes a la misma generación y que estaban en pleno apogeo de sus facultades, alrededor de su cuarentena. Fue una fortuna para mi, que tenía 18 años, poder compartir con ellos, leer sus libros y gozar de su amistad y generosidad. Con ambos tuve a lo largo de sus vidas una relación amistosa y cada vez que venía a Bogotá los visitaba y sosteníamos correspondencia en aquellos viejos tiempos de antes de internet, ordenadores y redes sociales.

Eduardo Gómez era más dandy. Lucía siempre un largo gabán negro alemán y a diferencia de Mejía Duque no solía llevar paraguas.  Había nacido en Miraflores, Boyacá, en el seno de una vieja familia de origen español y era alto de estatura, blanco, erguido, y a lo largo de las décadas seguía siendo el mismo personaje sin arrugas, que casi nonagenario era el mismo de siempre, por lo que yo bromeba diciéndole que había hecho un pacto como en el Fausto de Goethe, poblado por las astucias de Mefistófeles, para lograr la vida eterna.

De eso hablamos la última vez que lo vi cuando me invitó a almorzar en 2017 a su casa cerca de Teusaquillo, al lado del novelista Magil. Después seguimos con el mismo tema de Fausto cuando abordamos unn taxi para ir al centro y allí nos despedimos para siempre, aunque la verdad que no, pues sigo leyédolo con el mismo entusiasmo y sigo celebrando su gran talento, rigor e inteligencia.

Su primer libro de poesía, Restauraciópn de la palabra, fue publicado en 1969 y para mi fue una lectura importante que aun me nutre. Poemas excelentes, ágiles, modernos, sobre la vida en la urbe en una Colombia que entonces no se había hundido aun en otros abismos, pero que ya los había experimentado. Son poemas expresionistas, muy a tono con aquel mundo alemán de la posguerra que vivió y palpitó cuando hacía teatro con el Berliner Ensemble, recién apagadas las cenizas de la conflagración. Su poesía era implacable y sin miedos.

A ese libro siguieron El continente de los muertos (1975), Movimientos sinfónicos (1980), El viajero innumerable (1985), Historia baladesca de un poeta (1989) y Las claves secretas (1998), varios de ensayo  y una gran novela, La búsqueda insaciable (2013) , de la estirpe de las grandes que se escribían en Europa central en tiempos de Joseph Roth, Franz Kafka y Robert Musil. Eduardo Gómez es uno de los secretos mejor guardados de la literatura colombiana y latinoamericana y por eso hoy lo celebro.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 13 de julio de 2025. 




martes, 8 de julio de 2025

ENTREVISTA CON EDUARDO GARCIA AGUILAR. POR JORGE CONSUEGRA. Letrasylibros.com (2006)



1. ¿A qué edad escribiste el primer cuento?

Lo escribí a los 13 años, en tercero de bachillerato, y lo titulé "Los secretos del infierno". Un periodista joven iba a las profundidades del infierno en la siberiana ciudad de Yakutia, en Rusia, para entrevistar al diablo. Lo envié a un concurso de cuento intercolegiado y gané. Luego vino la ceremonia de premiación ante cientos de alumnos y subí al estrado en medio de los apalusos. El rector me entregó el premio: un libro de Hemingway con varios relatos, entre ellos "Las nieves de Kilimanjaro". Fue un instante inolvidable, pues no hay nada mejor que un escritor adolescente: allí la literatura vive su estado químicamente puro. Es el sueño infinito contra los despeñaderos. Y además me dio la oportunidad de conocer la obra de Ernest Hemingway, cuyos libros "El viejo y el mar" y "París era una fiesta" me encantan.


2. ¿Cuál fue el tema?


Un periodista novato e intrépido va al infierno para entrevistar al diablo y sale a la superficie en la ciudad siberiana de Yakutia. Sin duda había influencias del Mefistófeles del "Fausto" de Goethe, que acababa de leer en la edición juvenil de Sopena, y del cuento "A la diestra de dios padre" de Tomás Carrasquilla, uno de mis escritores colombianos preferidos. Al final el personaje publica su entrevista en las revistas Time y Life, se hace conocido en todo el mundo por la primicia y después del éxito se dispone a buscar en algún lugar del planeta a Jesucristo para entrevistarlo.


3. ¿Qué se hizo ese cuento?


Guardo el original con unas anotaciones en tinta roja de un maestro de literatura del Instituto Universitario que, me acuerdo, era un señor muy alto y flaco, quijotesco. Además de mi padre, que amaba la literatura y vivía rodeado de diccionarios, tuve muy buenos profesores de letras. Eran los que me defendían en los colegios de las autoridades y de los profesores de matemáticas, física y química que me consideraban peligroso e hicieron todo por aniquilarme. Para ellos un chico que sueña con ser escritor y no ingeniero, militar, abogado o médico es muy peligroso para la sociedad.


4. ¿Cuándo supiste que ibas a ser escritor?


Sin duda el día en que subí a recibir el premio. Me gustó esa sensación súbita y efímera del triunfo literario. En el camino del colegio a la casa con el libro del premio en la mano flotaba de emoción y orgullo. Llegué a casa y le conté a mi padre la noticia. Celebramos en familia. Ese día lo tengo muy claro, fue una revelación. Desde entonces no paro. El adolescente de ese día sigue aquí dentro. El estatuto de escritor adolescente es maravilloso e inquietante. Hay que seguirle siendo fiel, no traicionarlo.


5. ¿Cómo surgió el primer libro?


El primer libro publicado como tal fue "Cuaderno de sueños", una pequeña colección de cuentos, publicada en México por la editorial El Tucán de Virgina, en 1981, después de ganar el premio de cuento "Los otros editores". Pero el primer libro para mí fue la novela corta "Tierra de leones", de 1983, un libro más complejo, que sería el primero concluido después de mucho trabajo y dudas. Sin embargo, no hay que olvidar que antes, el adolescente del colegio escribió varios libros que nunca publicó por fortuna. Yo mismo los encuadernaba y repartía a los amigos, que a su vez escribían y encuadernaban libros llenos de poemas malditos.


6. ¿Cuales fueron esos libros?


El primer "libro" de esa etapa de "arqueología literaria" personal sería una novelita corta que escribí a los 14 años llamada "El castillo de Anthony Jeffes", redactada con el estilógrafo verde mi abuela en un cuaderno cuadriculado azul y que sin duda estaba influida por "El retrato de Dorian Grey" y las novelas de espanto. Después escribí dos o tres colecciones de poemas existencialistas, terribles, escatológicos, como para cortarse las venas o lanzarse al salto del Tequendama. Los nadaístas estaban de moda en ese entonces en Colombia y todos queríamos ser Rimbaud. Además había en Manizales un poeta rockero de 20 años, Wadis Echeverri Correa, que organizaba lecturas y agitaba poéticamente la ciudad. Eran los tiempos de "In a Gadda Da Vida" de Iron Butterfly y "Satisfaction" de los Rolling Stones, los tiempos maravillosos del Festival Internacional de Teatro que trajo a Neruda, Asturias, Grotowsky, Sábato, entre otros muchos. Pero de esa etapa del colegio, lo más "serio" fue un poemario nerudiano en el que trabajé con más intensidad cuando estaba en sexto de bachillerato, a los 17 años. Hay logros, pero demasiada influencia nerudiana y del latinoamericanismo en boga en esa época, que ensalzaba lo prehispánico, lo popular, las revoluciones, el pueblo. De todos modos esos libros fueron escritos con total entrega e intensidad. Lo repito: no hay nadie más puro que un escritor adolescente.


7. ¿Luego que pasó?


Después viví en Bogotá dos años y estudié en la Universidad Nacional, antes de irme para Francia. En ese ambiente establecí el contacto básico con la literatura nacional. Por ahí en 1973 conocí a compañeros generacionales como Sonia Truque y Juan Carlos Moyano, entre otros, que leíamos nuestros textos en el taller Punto Rojo de Arturo Alape e Isaías Peña Gutiérrez. Había unas fiestas fenomenales en casa de Rosita Jaramillo y Jaime Echeverry, que acababan de llegar de Argentina y aportaban modernidad a la literatura colombiana. Las fiestas inolvidables eran en su apartamento de las Torres de Pekín, donde siempre ha vivido Germán Espinosa.


8- ¿Y cuando te fuiste de Colombia?


Me fui en febrero de 1974. La Universidad Nacional estaba cerrada, el ambiente político era atroz. A Francia llegué con 20 años recién cumplidos y allí realicé mis estudios universitarios, amé, bebí, fui a cine, viajé y leí mucho. Fue una etapa de formación. Mucho más leer que escribir y gozar la literatura francesa, que es inagotable. Días y semanas enteras leyendo y delirando con Stendhal, Balzac, Flaubert, Proust... Madrugábamos a escuchar a Michel Foucault y a Roland Barthes en el Colegio de Francia. Después de Francia me fui a California, a Los Angeles y San Francisco, donde estuve un año y descubri "Lolita" de Nabokov". Un día tomé un avión desde San Francisco y llegué a México con ganas de escribir en la prensa de ese país y publicar mis libros. A la escritura allí de la novela "Tierra de leones", influida por "Lolita", siguieron "Bulevar de los héroes" y "El viaje triunfal", que hacen parte de una trilogía. Pero con el peso de García Márquez y el "boom" encima aplastándolo a uno como montañas de mármol, era muy difícil escribir. El ejemplo y el nivel de "Cien años de soledad" y "Rayuela" eran muy altos para emprender como hormiga la factura de una novela. Además estaban ahí Borges, Rulfo, Cortázar, Onetti, Fuentes, Lezama Lima, Alejo Carpentier, vivitos y coleando....


9. ¿Cómo ha sido la vida de todos los libros?


Yo le debo todo a los amigos mexicanos. Ellos me abrieron desde 1980 las puertas de los periódicos, me publicaron todos los libros, respondieron siempre con muchos textos críticos publicados en las secciones culturales de los diarios y las revistas, e hicieron la fiesta en cada presentación. De hecho hace poco presenté mi último libro "Animal sin tiempo" en México y hubo una fiesta fenomenal en casa de Santiago Espinosa de los Monteros, en la colonia Roma. Yo crecí como escritor entre la gente mexicana de mi generación, que tiene brillantes autores, intelectuales polígrafos sólidos que no van sólo tras el best-seller y el éxito fácil. Ellos han sido mis amigos e interlocutores. Cuando pasan por París siempre los veo y hablamos de ese océano que es la literatura mexicana de la que he aprendido tanto. Creo que a fin de cuentas soy un escritor mexicano. No se como agradecerle a ellos esa atención y esa complicidad literaria. Ahora, también agradezco a Francia por toda una vida aquí. Aquí hice mis estudios universitarios y trabajo. París es una ciudad que amo. Pero en lo que respecta a mis libros, todo se lo debo a México y a los mexicanos.


10. ¿Qué libro te graduó de escritor?


Me "gradué" como escritor en México con las tres novelas de la trilogía compuesta por "Tierra de leones", "Bulevar de los héroes" y "El viaje triunfal". "Bulevar de los héroes" ya salió en Estados Unidos en inglés con prólogo de Gregory Rabassa. "El viaje triunfal" está traducida al inglés y al bengalí, en Calcuta. Luego publiqué una cuarta novela en México, "Tequila coxis", tambien inédita en Colombia, que es un homenaje a la ciudad donde viví tantos años, el Distrito Federal, y a su literatura, a ese mundo del cine de la época de oro, el surrealismo, Tamara de Lempicka, las cantinas, María Felix, Tongolele, Ninón Sevilla, Cantinflas, Agustín Lara y Dámaso Pérez Prado, el famosos "rey del mambo". Cada novela es un reto muy fuerte y por eso creo que uno tiene que "graduarse" siempre con cada libro que escribe. Uno no se gradúa nunca como escritor. Es como el mito de Sísifo.


11. ¿Qué ha significado París para los escritores latinoamericanos?


Es una intensa relación que se remonta a más de dos siglos. Primero los escritores y héroes de las independencias, románticos, que pasaban por aquí y compartían la vida con los franceses. Luego todo el siglo XIX y, a fines de ese siglo, los autores modernistas encabezados por Rubén Darío que adoraban París y la literatura francesa finisecular. En nuestro caso José Asunción Silva se formó en París y tanto su novela "De Sobremesa" como su poesía están influidas por los escritores simbolistas y finiseculares. A todo lo largo del siglo XX esa amistad fue aún más intensa. Toda la generación de los años 20 y 30, con César Vallejo, Miguel Angel Asturias, Alfonso Reyes, Alejo Carpentier y otros muchos estableció puentes que siguen vivos y abrieron las puertas al éxito espectacular del "boom" latinoamericano que con Cortázar, Vargas LLosa y García Márquez vivió intensamente los años 50, la posguerra, el existencialismo y la liberación cultural de los años 60. Ahora somos muchos los latinoamericanos que estamos aquí, pero no se está viviendo el esplendor grupal de las tres generaciones antes mencionadas: la de Rubén Darío, la de Vallejo y Asturias y la de Julio Cortázar. El mundo es ahora mucho más moderno, hay muchos polos mundiales de interés nuevo que están viviendo una fuerte interactividad. París ya no es el mito o el lugar necesario que fue en el siglo XIX y en el XX. Ahora es el web. Estamos unidos por los blogs. De hecho el mío es http://www.egarciaguilar.blogspot.com/

sábado, 5 de julio de 2025

UN POETA ALEMÁN EN COLOMBIA

Por Eduardo García Aguilar


De repente, entre mis libros apareció un volumen bilingüe alemán-francés con una antología de poemas del poeta alemán Eric Arendt  (1903-1984), publicada en 1991 con el título Noche de cícladas por la editorial La Diferencia, en su colección Orfeo, dirigida en Francia por Claude Michel Cluny, quien editó en la parte final del siglo XX más de un centenar de autores de todo el mundo. 

Empecé a leer los textos sacados de varios de sus libros y quedé de inmediato fascinado a medida que proseguía la madrugada y bebía poco a poco algunas copas de vino para celebrar cada uno de sus textos, que son hallazgos. El traductor Marc Petit escogió poemas de varias de sus obras, entre ellas Egeo (1967), Paja de fuego (1973), Memento e imagen  (1976), Borde del tiempo (1978) y Fuera de los límites (1981).

Sus poemas son precisos, contundentes, herméticos, ágiles, modernos y tienen formas impecables que van directo al grano de lo inefable, lo inexplicable, hacia el misterio de lo efímero y la eternidad que él extrae de sus viajes a su amada Grecia y otros confines del mundo. 

Casi amanecí leyéndolo deslumbrado y al leer la introducción y las informaciones sobre su vida, descubrí con sorpresa que vivió una década en Colombia como tantos otros emigrantes alemanes que huyeron de los nazis o fueron nazis, como el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff.

Arendt y su esposa crearon una fábrica de chocolates y mientras ella dirigía la producción, el poeta se dedicaba a la comercialización en todo Colombia y a las exportaciones. De esa manera viajó por todo el país y se familizarizó con los colombianos y sus costumbres.  Y escribió Tolú, una colección de poemas colombianos, donde habla de Tolú, el Caribe, Chicoral y el machete, entre otras cosas, publicada en 1956.

Arendt nació en abril de 1903 en Neuruppin (Brandenburgo) de un padre portero de una escuela primaria y madre lavandera. Se graduó en 1923 a los 20 años como maestro y en Berlín se conectó desde temprano con la vanguardia literaria y publicó sus primeros poemas en la revista Der Sturm. Adhirió joven al Partido Comunista y luego a otros movimientos proletarios de extrema izquierda. 

Luego fue maestro de literatura y dibujo en Buchholz y Berlín y se casó en 1930 con Katia Hayek, de origen judío praguense y quien fue su compañera de aventuras literarias y vitales. Viajan primero a Suiza y después a Mallorca y en España viven la Guerra civil, donde él participa con los republicanos en la  27º división catalana.

Tras la derrota de los republicanos españoles Katia y él se refugian en Francia y luego emigran hacia el Caribe, desde donde se dirigen a Colombia, país en el que viven de 1941 a 1949. En 1950 regresa a Berlin Este y empieza año tras año a publicar la mayor parte de su obra, logrando pronto la consagración y el ser considerado como uno de los grandes poetas en lengua alemana. 

En 1952 obtiene  el Premio Nacional de poesía. Además  se convierte en el gran traductor de los poetas de España y América Latina, entre ellos Pablo Nerufda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, Manuel Hernández, Nicolás Guillén, Luis Cernuda, Cesar Vallejo, Luis de Góngora y el estadounidense Walt Whitman.

Vitalista, amante de lo popular y exquisito en la poesía, Eric Arendt fue una notable figura de la República Democrática Alemana, donde murió en Berlín oriental el 25 de septiembre de 1984, cinco años antes de la caída del Muro. 

Ahora después de esta sorpresa, queda rastrear la vida novelesca de Arendt en Colombia, su relación con los poetas latinoamericanos, colombianos y españoles, su paso por España y su vida final en la Alemania oriental en tiempos de la Guerra Fría. 
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Publicado en La  Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de julio de 2025.
 








sábado, 28 de junio de 2025

EL FANTASMA DE SIMÓN BOLÍVAR


Por Eduardo García Aguilar

Desde hace dos siglos la figura de Simón Bolívar ha sido utilizada por casi todas la corrientes políticas como forma de reconocimiento y anclaje en un mítico pasado glorioso y todos los latinoamericanos hemos vivido marcados por su imagen de ídolo trágico. 

Sus estatuas idealizadas en plazas de ciudades y pueblos, los discursos interminables de políticos y escribidores en actos solemnes con himno nacional o sin él, las biografías pomposas o académicas, las crónicas de grandes escritores como José Martí y Porfirio Barba Jacob, nos han nutrido de palabras como si él fuese un pegaso, héroe mitad humano y mitad veloz corcel.

Desde hace décadas trabajo el lado de donde él vivió en sus dos estadías en París, en las calles Vivienne y Richelieu y con frecuencia paso frente a las placas que marcan aquellos instantes de su vida en esta ciudad, cuando era un joven viudo de la élite caraqueña que leía y hacía la fiesta al lado del parque del Palacio Real, centro de encuentro de libertinos dieciochescos de la Ilustración y jóvenes militares napoleónicos.

Bolívar dice que presenció en París la autocoronación del joven corso Napoleón y la leyenda cuenta de su encuentro probable con el sabio y espía alemán Humboldt, quien le habría dicho que no encontraba quien sería el que estaría dispuesto y tuviera la estatura para liberar las colonias americanas del yugo español, idea que germinó en la imaginación del joven aprendiz, amante de su vecina Fanny de Villars, lector, millonario y viajero que habría jurado en el monte Aventino de Roma liberar la región.

Las placas colocadas en los lugares donde vivió Bolivar aquí al lado de la sede de la Agencia France Presse, junto a la antigua Biblioteca Nacional de Francia, que sin duda frecuentaba el joven y futuro prócer, fueron instaladas por los estudiantes de la época de entreguerras del siglo XX, liderados entonces por el guatemalteco Miguel Angel Asturias, quien acababa de publicar Leyendas de Guatemala, primer best-seller latinoamercano de esos tiempos.

Asturias se reunía con Alfonso Reryes, Jorge Zalamea, César Vallejo, los hemanos peruanos García Calderón y otros muchos latinoamericanos que vivían y frecuentaban la bohemia de la ciudad en esos años de efervescencia intelectual, política, cultural y literaria, cuando despuntaban las fuerzas de las izquierdas bolcheviques y trotskistas, los idearios liberales, las derechas nazis y mussolinianas y otros más, antes de la deflagración brutal de la Segunda Guerra Mundial iniciada en 1939.

Y esos jóvenes entusiastas latinoamericanos rastrearon las huellas de Bolívar en París y colocaron las placas conmemortivas en los lugares donde vivió el joven Libertador. Mucho tiempo antes que ellos, a lo largo del siglo XIX, el mito del héroe fue creciendo e incluso personas como el llanero José Antonio Páez, que lo traicionaron en vida y lo ignoraron en la muerte, decidieron después iniciar el culto a sus huesos, trasladando sus restos desde la colombiana Santa Marta hasta Caracas, para usarlo como amuleto de legitimidad, tal y como hizo Hugo Chávez mucho tiempo después.

Es una delicia leer al propio Bolivar, rastrear sus cartas y proclamas, imaginar sus batallas y derrotas, leer tantos libros biográficos y académicos que se han escrito sobre su figura, desde los más rigurosos como los del historiador británico John Lynch hasta otros deliciosos como los de los colombianos Germán Arciniegas e Indalecio Liévano Aguirre y el liberal republicano español Salvador Madariaga.
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Los coleccionistas de reliquias conservan espadas, kepis, charreteras, cartas, mechones de pelo, corazones y cerebros en formol de Napoleón y Bolívar y los guardan como amuletos. Y en pleno siglo XXI aun se invocan para apuntalar idearios opuestos y contradictorios. Bolívar es un  fetiche multiusos, pues nunca sabremos lo que pensaría de verdad hoy en este veloz siglo XXI ni cuales serían sus posiciones. Murió joven y fue el mito de los románticos del siglo XIX como el Che de los idealistas de la segunda mitad del siglo XX. A falta de nuevos héroes, su momia sigue viva.  
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Publicado el domingo en  La Patria. Manizales. Colombia. 29 de junio de 2025.