Por Eduardo García Aguilar
sábado, 19 de diciembre de 2020
BELLEVILLE, LA VIDA Y EDITH PIAF
Por Eduardo García Aguilar
lunes, 14 de diciembre de 2020
EL ACUERDO DE PARÍS SOBRE EL CLIMA
Por Eduardo García Aguilar
sábado, 5 de diciembre de 2020
EL VIAJE FINAL DE GISCARD D'ESTAING
Algunos analistas, incluso de izquierda, recordaron con nostalgia estos días su paso por el poder, ya que desde la moderación que era la suya se abrió a los cambios y no retrocedió al promover a través de su ministra Simone Veil cambios fundamentales para la condición de la mujer, entre otras medidas de progreso.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 6 de diciembre de 2020.
sábado, 28 de noviembre de 2020
LOS PASOS DE MARGUERITE YOURCENAR
viernes, 27 de noviembre de 2020
EDGAR MORIN Y LOS RETOS DEL SIGLO
Por Eduardo García Aguilar
Este fin de semana el diario francés Le Monde publica una extensa entrevista de Nicolas Truong con el filósofo Edgar Morin, quien a unos meses de cumplir cien años de edad en julio próximo sigue tan lúcido y ágil como siempre, tratando de comprender los problemas de nuestro tiempo y en especial los de este año excepcional marcado por la pandemia y una crisis mundial generalizada que alberga incertidumbres y peligros.
"Estamos efectivamente en una crisis planetaria gigante, a la vez biológica, económica, civilizacional y antropológica, que afecta a todas las naciones y a toda la humanidad", afirma Morin, quien advierte sobre la posibilidad de que se desencadenen "guerras de nuevo tipo" en el marco de una "regresión" caracterizada por "sistemas posdemocráticos con múltiples medios de control de los individuos".
Morin habla con la solidez que le da la experiencia de haber experimentado muy joven las angustias de los años 30 y 40 del siglo pasado, cuando el mundo entró en una espiral caótica de nacionalismos, xenofobia, fanatismo, intolerancia, que nutrieron a los leviatanes de los totalitarismos de izquierda y derecha vislumbrados por el gran George Orwell en su obra 1984 y otros autores de ese tiempo.
Como todos los de su generación, Morin se vio involucrado en los movimientos políticos de la época y experimentó como muchos crisis existenciales y de pensamiento, ilusiones y desilusiones, momentos de militancia durante la ocupación alemana y también episodios de liberación e insurrección personal, pero siempre estuvo alerta a la crítica y a la autocrítica, elementos básicos de su vasta obra metodológica y pedagógica.
"Desde hace décadas yo trato de resistir a dos barbaries aparentemente opuestas: la barbarie que viene del fondo de los tiempos históricos, la del odio, la dominación y el desprecio y la barbarie fría y helada de nuestra civilización, la de la hegemonía del beneficio desenfrenado y el cálculo", añade en esta charla donde se refiere a la coyuntura actual en Estados Unidos, el auge del fanatismo religioso yihadista y el surgimiento en los países democráticos de hombres providenciales que se benefician en estos tiempos de ríos revueltos, frustración económica, velocidad informativa en las redes sociales y auge de las postverdades.
tos tiempos confusos donde algunos filósofos, analistas y opinadores de todo pelambre generan con su histeria maniquea aun más tensiones en sociedades divididas y encarnizadas entre posiciones emocionales que no admiten matices ni exposición serena de las ideas.
sábado, 14 de noviembre de 2020
LOS MILAGROS DE ORFEO NEGRO
Por Eduardo García Aguilar
Tuve la fortuna de que a mi madre Cleo le encantara el cine y me llevara con frecuencia a acompañarla a ver películas inolvidables, entre ellas Orfeo Negro, de Marcel Camus, basada en una pieza teatral de Vinicius de Moraes, que ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1959, se ha convertido en un mito cinematográfico sobre el Carnaval de Río y contribuyó a la difusión mundial de la bossa nova, ya que la música estaba compuesta en parte por el gran Antonio Carlos Jobim.
Aquella película, a la que asistimos con una amiga suya y su hijo, se proyectaba en el famoso Teatro Olympia, una de las más importantes joyas arquitectónicas de Manizales, que fue demolida después. Tal fue la impresión de comunicarme a tan temprana edad con ese exótico mundo onírico y trágico acompañado por la pegajosa samba popular brasilera, que durante mucho tiempo me acordé de algunas escenas de la película, sus melodías y la atmósfera que reinaba en aquel majestuoso teatro de amplia platea y varios pisos circulares donde se proyectaron los clásicos de aquellas décadas.
lunes, 9 de noviembre de 2020
SANDRO COHEN Y LOS COLIBRÍES
Por Eduardo García Aguilar
Foto @ Lourdes Almeida*
Varios amigos y conocidos de mi generación con quienes compartí lustros
de actividad literaria y periodística en México durante un espléndido
momento cultural de ese país, han sido impactados recientemente por la
pandemia y desparecido, causando conmoción entre quienes los conocimos.
El novelista Luis Zapata, el pintor Arturo Rivera, los poetas y
ensayistas Arturo Trejo Villafuerte y José Fracisco Conde Ortega, son
apenas algunos de los nombres que se han despedido en estas semanas.
El jueves de nuevo la enfermedad se llevó a mi amigo el estadounidense
Sandro Cohen, poeta y editor, a quien conocí poco después de desembarcar
en la enorme Ciudad de México. La vida es una novela llena de sorpresas
y argumentos que tienen desenlaces imprevistos, como si todos fuésemos
criaturas de una ficción inagotable poblada de caleidoscopios de dolor y
afecto, sorpresa y abatimiento, locura, creación y silencio.
Cohen era un caso muy especial. Nacido en septiembre de 1953 en Nueva
Jersey, había llegado a los 19 años a México para proseguir sus estudios
de letras hispanas en la UNAM y se enamoró tanto de México que se quedó
y se convirtió en uno de los mejores conocedores de una lengua que no
era la materna, como lo prueba su exitoso libro Redacción sin dolor.
Poeta talentoso, fue director en las editoriales Planeta y Nueva Imagen y
creó la bella editorial Colibrí, donde me publicó Tequila coxis.
Lo vi crecer como poeta en sus primeras lecturas bajo la mirada cómplice
de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes y fui testigo de su
encuentro con la bella y jovencísima Josefina Estrada, animadora de las
actividades literarias del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). En
ese contexto compartí con Cohen muchas aventuras, que incluían sus
felices pasos y caminatas inagotables por París. Lo venció
prematuramente la covid-19 como a tantos otros en México, en estos
tiempos extraños, pero su huella quedará para siempre como una estela de
alegría, amistad panamericana, generosidad y pasión por las palabras.
Todas esos amigos y otros muchos como Guillermo Samperio y Daniel Sada,
para mencionar solo a dos excelentes narradores cercanos que se
anticiparon a la pandemia, hacen parte de una generación muy rica de
amantes mexicanos de la literatura, la edición, el vino, y la
publicación de libros y revistas como ejercicio de apertura de caminos.
Quiso el destino que recién llegado a la Ciudad de México ganara un
concurso de cuento convocado por Los otros editores y la editorial El
Tucán de Virginia, dirigida entonces por Samperio y que en la fiesta de
la premiación, celebrada un día de diciembre en una galería de la
Glorieta insurgentes, estuvieran presentes todos esos jóvenes que desde
entonces frecuenté y se convirtieron en amigos y hermanos y cómplices de
aventuras periodísticas, vitales y editoriales.
En una de aquellas noches vi como el joven “gringo” Sandro Cohen quedaba
flechado por Josefina, quien mucho después escribió después una vasta obra narrativa e incluso un libro sobre la vida de
las cárceles de mujeres en Colombia. La literatura de México vivía
entonces en la década de los 80 uno de sus momentos más fructíferos.
Estaban vivas aun todas las glorias del país, encabezadas por Juan
Rulfo, Octavio Paz, Elena Garro y Carlos Fuentes. García Márquez estaba a
punto de ganar el Premio Nobel, Álvaro Mutis escribía la saga de
Maqroll el Gaviero. Otros latinoamericanos como Augusto Monterroso,
Manuel Puig, Ida Vitale, Hugo Gola, Noé Jitrik y decenas de
sudamericanos exiliados, ensayistas, cineastas, filósofos, científicos,
participaban en el intenso fragor cultural de la ciudad.
Los periódicos tenían amplios suplementos literarios y páginas
culturales. Proliferaban los festivales internacionales de poesía que
reunían cada año a figuras del continente y el mundo. Las editoriales
promovidas por el Estado publicaban millones de libros en colecciones de
todo tipo y se otorgaban becas y premios generosos en todos los
géneros. Se ampliaban los museos y se descubrían nuevas pirámides.
Y en ese ambiente incesante de prosperidad coincidíamos en
presentaciones de libros, redacciones de periódicos, cócteles de
exposiciones, congresos en provincia y en homenajes a Juan Rulfo,
Octavio Paz o recepciones multitudinarias a Jorge Luis Borges, así como
en los más agitados sitios de salsa, mambo, danzón o en los antros de
rock que daban energía a la vida de las artes, las letras y el
pensamiento de México. Sandro y los amigos se van poco a poco, se
anticipan, pero gracias a la literatura se quedan aquí como los
colibríes que pueblan los jardines del mundo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de noviembre de 2020.
* Excelente toma de la gran fotógrafa mexicana Lourdes Almeida, contemporánea de Sandro Cohen y conocida en el mundo entero a través de más de un centenar de exposiciones. Esta foto la publicó este lunes 11 de nociembre de 2020 en una entrada en Facebook para referirse a la partida de Sandro. No sé la fecha de la foto, pero debe ser tomada a comienzos o a mediados de los años 80 del siglo pasado. Es una de las mejores instantáneas que he visto de Sandro y es normal, conociendo el lente, el ojo, el talento de Lourdes Almeida.
domingo, 1 de noviembre de 2020
EL HALLOWEEN PLANETARIO
Durante el homenaje al joven maestro asesinado, celebrado en la sede de la milenaria Universidad de la Sorbona, el presidente de Francia defendió la libertad de expresión, la laicidad y el trabajo de los caricaturistas y de inmediato irresponsables líderes incendiaron el mundo musulmán acusándolo de todos los males e incitando a la venganza contra Francia. Desde entonces la pulsión de matar a cuchillo en las iglesias y calles de Occidente extendió como pólvora.
domingo, 25 de octubre de 2020
EL GRITO MILENARIO DE LOS OLMECAS
sábado, 17 de octubre de 2020
DIARIO DE UN OBSERVADOR POLÍTICO
lunes, 12 de octubre de 2020
LA POESÍA DE FIESTA CON LA NOBEL GLÜCK
Por fin después de muchos años y tras experimentar una grave crisis, la
Academia Sueca volvió a enderezar su camino inclinándose esta vez por la
literatura no comercial o mediática y otorgar su galardón de 2020 a una
poeta neoyorquina de 77 años poco conocida en el mundo, aunque ha
obtenido en Estados Unidos las principales distinciones y el
reconocimiento crítico de sus pares.
Louise Glück (1943), la mayoría de cuyos libros han sido publicados en
español por la editorial Pre-textos, y ha sido estudiada y traducida por la gran poeta mexicana Pura López Colomé, solo vendió a lo máximo 200
ejemplares el año pasado en el ámbito hispanoamericano, según relata el
editor hispano Manuel Borrás, quien está de plácemes por la sorpresiva e
inesperada noticia que premia la fidelidad de esa casa a la obra de la
estadounidense. Entre sus libros figuran El iris salvaje, Averno, Ararat
y Las siete edades, todos ellos traducidos por nuevos poetas hispanoamericanos.
La profesora de literatura en Yale New Haven, que aborda temas
personales y autobiográficos en sus poemas escritos con un lenguaje
sencillo y accesible, se une a la lista de autores que saltan de súbito a
la fama mundial gracias al Nobel, después de ejercer su oficio
literario a lo largo de muchas décadas. Pertenece a una generación
marcada por la posguerra y la revolución cultural estadounidense
caracterizada por la lucha antirracial y pacifista de los años 60 y 70 y
el posterior auge del movimiento feminista.
Fue conmovedor hace 16 años descubrir a la antecesora de Glück, la poeta
polaca Wislawa Szymborska (1923-2012), quien al parecer se enteró de
que había sido premiada mientras lavaba sus platos en la cocina de su
modesta vivienda y apareció ante la prensa con la candorosa modestia de
los sabios poetas que nunca han esperado nada. También fue el caso de
Tomas Transtörmer (1931-2015), el poeta sueco afásico que permanecía
desde hacía décadas en una silla de ruedas, pero seguía escribiendo sus
poemas con las señales de humo de su mirada.
Los escritores, especialmente los poetas, no escriben para buscar fama,
premios, dinero y honores sino porque sienten la necesidad instintiva de
expresarse a través de las palabras desde temprano, cuando descubren el
misterio de la existencia. Muchas veces la infección literaria llega
por un libro que cae por casualidad en las manos, depositado allí por un
familiar, amigo o maestro o por las circunstancias, cuando la soledad
se ilumina con las páginas leídas, dotando de sentido a la vida hasta
entonces gris.
Dedicarse a la literatura es uno de los caminos más azarosos y quien
cruza el umbral sabe que ese ejercicio es un nutrimento personal y
secreto que interesa a muy pocas personas en el mundo. Vivir entre
libros y lograr escribir una obra es ya de por si un premio maravilloso.
Cada libro es una botella al mar y esta vez los escritos y publicados
por Louise Glück inician un nuevo camino y viajarán hacia nuevos
lectores en todo el mundo. Algo inesperado para ella.
El premio a Glück es un símbolo, pues en muchas partes del mundo hay
poetas que pueden merecer la máxima distinción literaria mundial y esta
noticia es un reconocimiento para todos los que buscan expresar con
palabras sensaciones originales, estados de ánimo cambiantes,
revelaciones e iluminaciones súbitas frente al estupor y misterio de ser
y estar en el mundo, girando alrededor del sol y en una esquina de la
galaxia.
Los poetas del mundo son antenas alertas de la vida y la existencia,
escrutadores del milagro, rastreadores de las comunicaciones que los
humanos establecemos con animales, ríos y árboles, mares, huracanes y
cascadas en los acantilados. También, como Glück, los poetas tratan de
explicarse o comunicar el misterio del deseo, el amor, la separación, la
amistad, el odio, la locura y descifrar los códigos de comunicación o
los silencios del extraño animal Homo sapiens.
Alguna vez el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón (1901-1992) dijo
que la “poesía es la única prueba de la existencia del hombre” y el
poeta francés Joë Bousquet (1897-1950), que pasó casi toda su vida
paralítico después de resultar herido en la Primera guerra mundial,
definió con claridad que la “poesía es el testimonio de lo que somos sin
saberlo”. Ninguno de los dos obtuvo el Nobel mereciéndolo, pero cuando
un poeta o una poetisa como Glück lo recibe de vez en cuando, el premio
se vuelve para todos al unísono y es una fiesta.
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Artículo publicado en el diario La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de octubre de 2020
domingo, 27 de septiembre de 2020
POMPEYA EN TERCERA DIMENSIÓN
Por Eduardo García Aguilar
Viajando en el túnel del tiempo se puede ahora visitar Pompeya como era hace dos milenios, cuando fue sepultada por la erupción piroclástica del Vesubio, gracias a la magnífica exposición virtual presentada en el Grand Palais de París, donde estará hasta noviembre y que ha congregado desde el 1 de julio a decenas de miles de visitantes después del levantamiento del confinamiento causado por la pandemia.
Gracias a los milagros de la tercera dimensión y a las nuevas tecnologías virtuales y digitales del multimedia, accedemos a un espacio donde nos vemos inmersos en la vida cotidiana de aquella ciudad cuyos restos empezaron a ser develados desde el siglo XVIII y que no termina nunca de dar sorpresas y nuevos hallazgos bajo la piedra y la arena que la mantuvo enterrada durante milenios. Los arqueólogos avanzan abriendo nuevos barrios, descubriendo frescos muy bien conservados y rescatando objetos de la vida cotidiana, vasos, jarras, bastones, mesas de bronce, sillas, collares, armas. Lupanares alternan con negocios de comida rápida, tiendas de abarrotes florecen al lado de bares a donde acudían los alegres y agitados latinos pompeyanos a conversar sobre lo divino y lo humano.
Al llegar, bajo la oscuridad, el espectador se sienta en una especie de teatrino escalonado desde donde se observa el interior de una casa señorial típica del Imperio romano, con techos de teja, cuya distribución alrededor de un patio de aguas lleno de materos y plantas florecidas, fue replicada siglo tras siglo por todas las culturas. Al fondo se ve el imponente Vesubio que domina la ciudad desde todos los puntos y en el aire se percibe el viaje apacible de las nubes. La virtualidad nos hace vivir durante emocionantes minutos el amanecer, la aparición lenta y majestuosa del sol insinuada por las sombras que proyecta en los muros y así nos vamos acostumbrando al paso permanente de las horas, los días y las noches.
Uno se va acostumbrando entonces a la sucesión de albas y crepúsculos, a la intensidad del mediodía soleado de las bahías del sur de la bota italiana, frente al Mediterráneo. En el enorme espacio de la exposición virtual se ven las calles y las casas señoriales con sus balcones y techos, e incluso deambulan por ahí las sombras de los habitantes aplicados a sus actividades cotidianas. Allí va un hombre con una carretilla halada por burros, allá pintores de brocha gorda pintan muros de color blanco y ocre, acullá unos militantes pintan el nombre de un candidato político aspirante al cargo de edil.
Se ve caminar por las calles a patricios cuyos pajes los protegen con sombrillas del sol o la lluvia. Vemos a matronas, vestales, jóvenes, niños que brincan y corretean en las aceras. Y al interior de los salones de las mansiones, en tamaño natural, vemos paredes de intenso color rojo, verde y azul y los frescos de mitos greco-latinos que solían adornarlas, allí Leda y el Cisne, más allá el sacrificio de Ifigenia, la carrera de Aquiles, la proeza de Hércules, la belleza de Venus, cuando no imágenes eróticas o reproducciones de fiestas dedicadas al dios Baco rodeado de racimos de vid y toneles de vino.
Uno se siente viviendo en alguna de esas residencias, escucha el canto nocturno de grillos y cigarras, el sonido de la lluvia, los cuchicheos de los transeúntes, las melodías y cánticos de los músicos. La magia nos hace revivir aquellos tiempos, o sea que se trata de una experiencia distinta a la de visitar las ruinas que nos recuerdan paso a paso la tragedia, la fragilidad del ser humano individual y de la sociedad en su conjunto. Dos milenios se borran en un instante. Por milagro virtual estamos al mismo tiempo en el año 79 de nuestra era y en este trágico 2020 marcado por la peste.
De repente hay inquietud entre la asistencia, los niños visitantes se asustan, sus padres voltean la cabeza e interrogan. El tremor del volcán empieza a escucharse con toda su fuerza gracias al potente sistema de sonido y se percibe el pavoroso sismo que sacude la ciudad. El estallido no se deja esperar y una fabulosa fumarola empenachada color ceniza irrumpe hacia las alturas y percibimos luego sobre nuestras cabezas la lluvia de piedras y polvo. Las faldas del volcán se llenan de materia terráquea que desciende veloz y llega al valle donde estamos y nos cubre, dejándonos a todos sepultados en un abrir y cerrar de ojos para siempre, en la oscuridad infinita del tiempo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 27 de septiembre de 2020.
domingo, 20 de septiembre de 2020
CON CHARRY LARA EN BOGOTÁ: CENTENARIO
Por Eduardo García Aguilar
Varias veces caminé con Fernando Charry Lara (1920-2004) por las calles
céntricas de Bogotá, donde tenía su oficina de abogado en un viejo y
enorme edificio de la carrera séptima con calle 18, cerca de las
cafeterías y librerías que abundaban entonces en esa zona de la urbe que
fue el centro de la actividad del país a lo largo del siglo XX. Por
esas calles caminaron todas las glorias colombianas del siglo pasado
cuando eran jóvenes, en busca de algun café como el Automático y otros
similares, donde se reunían a tomar tinto, beber, arreglar el mundo y
hablar de literatura.
En la primera mitad del siglo la élite del país solía residir en esta
zona donde se encontraban las sedes de los grandes diarios, además de
los ministerios, en amplios apartamentos de estilo art-deco que ahora se
han vuelto en algunos casos espléndidas librerías de ocasión como la
llamada Merlín, situada en la carrera octava, no lejos de la Avenida
Jiménez. Por esos rumbos podía el transeúnte toparse de repente con
expresidentes, políticos famosos o leyendas literarias como los poetas
Aurelio Arturo, Luis Vidales o León de Greiff.
Conocí a Charry porque el poeta guatemalteco y mundial Luis Cardoza y
Aragón, que había sido amigo y maestro suyo y de Alvaro Mutis cuando fue
diplomático en Bogotá en los tiempos de asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán, me encargó entregarle el libro André Breton atisbado en la silla
parlante, que recién había publicado la Universidad Nacional Autónoma
de México. Con semejante recomendación de quien a los 18 años había sido
en París uno de los más jóvenes poetas dadaístas y el hecho de que
Charry hubiese vivido de joven en México, donde yo residía entonces,
hacía que tuviéramos mucho tema de conversación.
Ahora que se cumple el centenario de su nacimiento, vuelve la imagen de
uno de los más exquisitos poetas colombianos del siglo XX, cuya obra
concisa y profunda, llena de luz, cobra cada vez mayor fuerza porque
bien sabemos con Gracián que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Sus
poemas, como los de Aurelio Arturo, son ya obras clásicas de la poesía
hispanoamericana y sus ensayos, de claridad y lucidez impecables, nos
adentran en el ejercicio y los misterios de la poesía y en la obra de
los grandes poetas españoles y latinoamericanos del siglo XX.
Este bogotano de carta cabal era de baja estatura, delgado, vestía de
traje y corbata, lucía una gabardina para enfrentar los chaparrones
capitalinos y con frecuencia llevaba una boina negra que lo hacía
semejar a Fernando Pessoa cuando caminaba por las calles lisboetas.
Charry era de una sencillez especial y un interlocutor amistoso con los
poetas jóvenes, a quienes escribía cartas comentando sus primeros
libros, que leía con atención y afecto.
Varias veces recorrimos las librerías del centro, como la vieja Lerner o
la Nacional, que en ese entonces estaba por esos rumbos, y caminando
por esas calles y carreras capitalinas, la séptima, la décima, la trece,
la Caracas, la Jiménez, solía contarme recuerdos de su infancia y
juventud. Así supe de viva voz suya del sepelio de José Eustasio Rivera,
al que asistió de niño llevado por su padre y al que dedicó un poema
que es uno de los mejores de la poesía colombiana, o de una primera
aventura amorosa que tuvo con una enfermera en alguna de aquellas
esquinas por donde pasábamos.
La última vez nos vimos en 2001 en el Segundo Congreso de poesía en
lengua española desde la perspectiva del siglo XXI, organizado por el
Instituto Caro y Cuervo en tiempos de su director Ignacio Chávez, al que
asistieron el peruano Carlos Germán Belli, la uruguaya Ida Vitale, y
los chilenos Pedro Lastra y Oscar Hahn, entre otros. Charry falleció de
manera sorpresiva tres años después en Washington, a donde había ido a
visitar a su hija. El destino quiso que viera su última luz en Estados
Unidos, no lejos de donde José Eustasio Rivera se apagó fulminado por
las fiebres contraídas en las selvas que inspiraron La Vorágine. El
rigor de su crítica literaria y la lucidez, erotismo y luminosidad de su
poesía seguirán iluminando a los lectores afortunados.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 20 de septiembre de 2020.