Por Eduardo García Aguilar
Con la
histórica reunión de los cancilleres de Colombia y Venezuela en Táchira
el jueves y la lectura del comunicado común que firmaron, se acelera la
reanudación de las relaciones diplomáticas entre ambos países, pedida a
gritos por millones de colombianos y venezolanos. A partir del 7 de
agosto de 2022 los gobiernos nombrarán embajadores y cónsules para la
atención de la población y de nuevo volverán a registrarse los intensos
intercambios culturales y comerciales que han enriquecido desde hace
siglos a este maravilloso espacio común del continente americano.
Bajo el
liderazgo ágil del nuevo canciller colombiano Alvaro Leyva Durán,
estadista de primer nivel que siempre ha tenido una visión estratégica
por encima de las diferencias ideológicas, se sembraron así los nuevos
pilares de una relación que sin duda nunca volverá a ser interrumpida.
Desde hace milenios la diplomacia se ha ejercido para establecer puentes
entre naciones afines o diferentes.
Basta leer
sobre las viejas tabletas mesopotámicas o los códigos de la antigua
Babilonia, acercarse a documentos milenarios chinos, indios, egipcios,
japoneses, rusos, europeos, a los clásicos griegos y latinos, o volver a
Los viajes de Marco Polo, para conocer de primera mano los benéficos
oficios de la diplomacia en lejanos tiempos, ejercidos inclusive por
personajes tan controvertidos como el mismísimo Atila.
En textos
bíblicos, sagas milenarias, libros de caballería escritos durante Las
Cruzadas o en el relato de la vida o los escritos de grandes
diplomáticos como Maquiavelo, Mazarino, Richelieu, Chateaubriand,
Metternich, Wiston Churchill, Henry Kissinger o Madeleine Albraight,
entre otros muchos, podemos ver en acción los contactos entre
representantes de países que se encuentran aliados o en conflicto, en
guerras o en tiempos de paz.
Basados en ese
milenario registro de la diplomacia, no había ninguna razón para que dos
países con una frontera de más de 2.000 kilómetros estuvieran separados
por una absurda cortina de silencio. El gran Henry Kissinger en su
momento propició el histórico encuentro entre dos encarnizados enemigos:
el presidente chino Mao Tse Tung y el estadounidense Richard Nixon. Y
las fotos de ese encuentro aun sugieren muchas ideas a los estudiosos de
la ciencia política. Así como las imágenes inolvidables de Churchill,
Roosvelt y Stalin juntos en la Conferencia de Yalta, en Crimea.
Durante décadas
millones de colombianos emigraron a Venezuela, que en los años 60 y 70,
gracias al auge petrolero, era considerada una potencia regional y se
apodada la Venezuela Saudita. Irse a Venezuela en busca de oportunidades
era la solución para las familias colombianas que no encontraban en su
país condiciones dignas para vivir, trabajar y educarse. Desde
Venezuela, donde se otorgaba cada cinco años el Premio Rómulo Gallegos,
que en esas décadas ganaron el peruano Mario Vargas Llosa y el
colombiano Gabriel García Márquez, llegaban aires de modernidad a través
de diarios y revistas o editoriales como Monte Avila o la Biblioteca
Ayacucho.
Venezuela y
Colombia son más que países hermanos, pues con Ecuador y Panamá
conformaron en su tiempo la Gran Colombia, creada por el Congreso de
Angostura en 1819 y que duró una década hasta su desmembramiento a manos
de los caudillos locales. Grandes figuras como el precursor de la
Independencia Francisco Miranda, el gramático y humanista Andrés Bello y
El Libertador Simón Bolívar hacen parte del acervo común, como lo
muestra el hecho de que en todas las plazas colombianas esté presente la
estatua del mítico caraqueño.
Figuras como
Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero
Silva, Vicente Gervasi, entre otros muchos autores, han nutrido desde
siempre el imaginario colombiano. Y Venezuela acogió en sus mejores
momentos a muchos artistas y escritores colombianos, entre ellos el
Premio Nobel Gabriel García Márquez, quien trabajó allí en la prensa
tras su regreso de Europa. También allí hizo su vida la filósofa y
escritora manizaleña Valentina Marulanda (1950-2012), autora de La razón
melódica, quien vivió allí tres décadas y falleció en esa tierra
escogida a donde ella decía que llegó por amor.
Valentina
Marulanda es pues un emblema y un ejemplo de esa más que hermandad
colombo-venzolana. En varias ocasiones dijo que le gustaba Caracas
porque siendo una urbe de rica actividad cultural, tiene además el
atractivo de estar cerca del mar Caribe, cuyos efluvios se sienten ya en
el aeropuerto de Maiquetía. Sin duda ella estaría hoy feliz por el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas.
Se inicia pues
una nueva era en la historia de estos dos países gemelos y todos los
venezolanos que aman a Colombia y los colombianos que amamos a Venezuela
debemos hacer esfuerzos para que al reabrirse las fronteras vuelva a
florecer esa riqueza cálida que se hunde en los tiempos prehipánicos,
cuando por montañas, ríos, valles y extensos llanos descritos por
Humboldt transcurría la vida de los pueblos ancestrales entre la
naturaleza, que es su bien más preciado.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 31 de julio de 2022.