viernes, 23 de septiembre de 2022

VIAJE AL CORAZÓN DE MESOPOTAMIA


 

Por Eduardo García Aguilar

Traductor de la epopeya de Gilgamesh y el Código de Hammurabi al francés y uno de los grandes asiriólogos del mundo, Jean Bottéro (1914-2007)  es además un excelente escritor que cuenta con maestría la aventura de tres milenios de la civilización mesopotámica con una prosa de gran exactitud semántica, y además humana, sabrosa y pedagógica.

Por haberse negado a dar certificado histórico al libro sagrado Génesis, tuvo que renunciar a su sacerdocio y a la orden de los dominicos en 1950, pero no sin antes ser reconocido como autoridad por la Escuela bíblica de Jerusalén. Como laico, Bottéro trabajó décadas en el Centro Nacional de Investigación científica (CNRS) y en la Escuela Práctica de Altos Estudios de Francia, participó en múltiples excavaciones e investigaciones arqueológicas y se convirtio en uno de los más respetados especialistas en aquel mundo fascinante de cuyo imaginario la cultura occidental proviene en gran parte.

Su pasión por esos humanos que vivieron en la fértil región del Éufrates y el Tigris, en lo que hoy es el martirizado Irak, a veces dominada por Babilonia y otras por Nínive hasta su final en manos de Ciro en 539 antes de nuestra era, lo condujo a aprender las múltiples lenguas muertas en que hablaban y después a trabajar en el amplio acervo de medio millón de tabletas de arcilla con escritura cuneiforme, que eran los libros o los pergaminos de la época donde se cuenta la vida cotiana, ideología, mitos y leyendas, leyes, vida sexual y marital, las artes culinarias y agrícolas, la fabricación de la cerveza, bebida nacional, y las costumbres en general de esas poblaciones paganas politeístas.

En su libro Mesopotamia, la escritura, la razón y los dioses, que es apenas una de sus celebradas obras sobre el tema, Bottéro explica de manera minuciosa el origen de esa cultura en todos sus aspectos, especialmente en el que atañe a los dioses, que eran como un reflejo especular de las dinastías terrestres, con sus intrigas, tragedias, enfermedades y conflictos. Y a través de esas entidades míticas y reales se interna en las leyes tácitas que rigen todo tipo de actividades y en la cosmogonía y el relato de los orígenes del mundo y del ser humano como tal, o antropogonía.

 
Bottéro nos revela el significado de esos milenarios textos poéticos que relatan los hechos de los dioses relacionados de manera intrincada con el viaje permanente de los astros, entre ellos los más visibles como el Sol, la Luna y Venus, cometas y constelaciones, así como los elementos, el agua, el fuego, el barro, el viento. De múltiples textos poéticos y narrativos destaca la coherencia de aquellos escribas en su tarea de imaginar cosmogonías y antropogonías precisas y funcionales para regir el comportamiento de los individuos en la sociedad, así como su relación con los dioses, comandados por una curiosa trilogía compuesta por el ancestral padre fundador, el hijo gobernante y un sabio espíritu especial de una gran capacidad intelectual, estratégica y técnica, que asesora y guía en todos los asuntos al soberano tanto en los cielos como en la tierra.

En ese viaje y desciframiento de las tabletas realizado por Bottéro y muchos otros asiriólogos del siglo XX, descubrimos por ejemplo que el relato bíblico del Arca de Noé se remonta milenios a atrás como fruto del ingenio imaginario babilónico. Una rebelión de los dioses menores obligados a trabajar para mantener a los superiores conduce a la creación de los humanos por consejo del espíritu sabio, para que se encarguen ellos de las tareas y los oficios, pero su rápida proliferación y el ruido y caos que generan molestan a la deidad principal, que decide disminuirlos primero con enfermedades, pestes o catástrofes, métodos infructuosos que la llevan a planificar su exterminio definitivo por medio del diluvio total. 

Pero gracias a la astucia de algunos de los dioses del panteón que no estaban de acuerdo con la medida, se logra comunicar esos designios secretos a una familia que finalmente viaja en el Arca cargada de fauna y flora, salvando así a la humanidad de su desaparición. Descubrimos así el ingenio del realismo mágico de los escritores de aquella civilización, escribas y letrados que concibieron esas historias y las dejaron para siempre impresas en las tabletas cuneiformes.
 
Autor entre otros libros de La religión babilónica, La epopeya y la creación y Babilonia y la Biblia, Jean Bottéro es uno de esos sabios increíbles que dedicaron su vida a abrir ventanas allí donde hasta hace siglo y medio había un inmenso silencio rodeado de ruinas monumentales. Y esa ventana se abre a través de Mesopotamia a las decenas de miles de años de la vida humana anterior, de la que tenemos rastros como el arte parietal, aunque no mensajes directos escritos como sí se dio en Mesopotamia y Egipto.  
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 25 de septiembre de 2022.
* Fotos: Jean Bottéro y el Código de Hammurabi.





 


 

sábado, 17 de septiembre de 2022

MUJERES OCULTAS EN LA LITERATURA LATINOAMERICANA




Por Eduardo García Aguilar

Las escritoras fueron desdeñadas durante el auge del llamado "boom" de la literatura latinoamericana y solo ahora en diversos países comienza a recuperarse del ocultamiento las obras de muchas de ellas. Cuando el club ultramachista de la literatura latinoamericana reinaba desde Barcelona, comandado por la gran matriarca Carmen Balcells, casi todas las mujeres que escribían y publicaban entonces alrededor de la corte de los poderosos patriarcas eran toleradas solo como personajes folclóricos.

A la gran novelista colombiana Alba Lucía Ángel (1939), autora de Estaba la pájara pinta estaba sentada en un verde limón, se le consideraba más como una cantante que amenizaba los ágapes de sus amigos del boom, entre ellos el argentino Julio Cortázar, quien acuñó el término de lector "hembra", o sea al que le gustan las lecturas fáciles. Ángel, que después de vivir décadas en Europa, regresó a Colombia, ha sido recuperada por varias universidades y mujeres de las nuevas generaciones que encuentran en ella un modelo a seguir. Como ella, también la indomable Fanny Buitrago (1943) es otra de las más notables autores latinoamericanas que comienza a ser publicada de nuevo y seguida por un atento público lector que saludó desde su juventud su talento precoz. Entre sus obras figuran El hostigante verano de los dioses y Los pañamanes.

Otra escritora destacable fue Helena Araújo (1934-2015), autora de Fiesta en Teusaquillo y Las cuitas de Carlota, donde cuestionaba el tradicional mundo bogotano y las costumbres sociales de la élite, cuando el divorcio era casi considerado un delito. Araújo se exilió en Suiza y a lo largo de su vida desempeñó un gran papel como profesora y ensayista y lúcida y a veces excéntrica participante en coloquios.
 
Para seguir en el campo de la narrativa colombiana habría que destacar a la barranquillera Marvel Moreno (1939-1995), autora de En diciembre llegaban las brisas y Algo feo en la vida de una señora bien, quien estuvo cerca al círculo del boom, pero nunca fue tomada en serio. Incluso décadas después de muerta  tuvo que organizarse un movimiento de mujeres que exigió la publicación de su última novela, El tiempo de las amazonas, considerada por su familia y su ex primer marido como una obra menor impublicable.

Otra narradora, periodista, activista literaria y política fue la liberal Flor Romero de Nohra (1933-2018), autora de Los triquitraques del trópico, quien pese a publicar en importantes editoriales españolas fue desdeñada hasta el final. En pleno auge del boom, fui testigo de ese desdén y ella, como muchas otras autoras contemporáneas de los grandes patriarcas, parecía invisible.

Elisa Mújica (1918-2003,) autora de las novelas Catalina y Bogotá en las nubes, fue una escritora de gran inteligencia, talento y seriedad como ensayista e investigadora, y su obra comienza a ser de nuevo rescatada y estudiada por las nuevas generaciones. Igual destino experimentaron en cierta forma poetas que como Meira del Mar (1922-2009) y Maruja Vieira (1922) tuvieron que cruzar el siglo XXI para que suscitaran de nuevo la atención de los lectores. En ese mundo dominado por los piedracielistas, otro club supermasculino, ellas solo fueron toleradas y tal vez tratadas con cortesía, pero en medio del desdén.

Me he referido solo a algunas autoras colombianas ocultas del siglo XX. Lo mismo ocurrió en otros países del continente, donde como en México el reino de los grandes patriarcas fue total, con figuras como Octavio Paz, Carlos Fuentes y otros que vívían la literatura como una competencia implacable. En ese país se ha venido revalorizando la obra de la gran narradora Elena Garro (1916-1998), ex esposa de Paz, que fue condenada al olvido y murió en el ostracismo y la pobreza meses después del fallecimiento del Premio Nobel autor del Laberinto de la soledad.

La gran novela de Garro, los Recuerdos del porvenir, publicada en 1963 y ganadora del Premio Villaurrutia, es una obra notable del realismo mágico de antes de la aparición de Cien años de soledad, pero no tuvo sitio en ese estricto canon patriarcal. Junto a la de Garro, se rescatan ahora las obras de Rosario Castellanos (1925-1974), Inés Arrendondo (1928-1989)  y Amparo Dávila (1929-2020), entre otras.

Muchas sorpresas saldrían si se hiciera el mismo rastreo de la literatura escrita por mujeres en otros países latinoamericanos en el siglo pasado y ojalá esa tarea sea apoyada por las universidades, instituciones culturales y editoriales para que por fin podamos decir adiós a la era dominada por el universo de Macondo, comandado por Aureliano y Jose Arcadio Buendía y los personajes emblemáticos de El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada y Memoria de mis putras tristes. 
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 18 de septiembre de 2022
* En su orden de arriba a abajo, las fotos de Helena Araújo, Flor Romero y Marvel Moreno.


sábado, 10 de septiembre de 2022

BOSQUE Y JARDÍN BOTÁNICO EN PALESTINA

Por Eduardo García Aguilar

Conozco desde la infancia las zonas cercanas a donde se construiría el famoso aeropuerto de Aerocafé, pues siempre en vacaciones solía quedarme en Chinchiná en la casa de mi tía Amanda y mis primos y recorría esos territorios en paseos, caminatas, excursiones, percibiéndolos siempre como un rincón de un paraíso de la naturaleza donde a veces en la noche se veían los fuegos fatuos emerger de las guacas quimbayas. También desde Manizales solíamos de niños hacer excursiones escolares a Cambía y otros lugares de la región bañada por el río Cauca y se pasaba por donde ahora en vez de montaña y aves hay un desolado terraplén sin árboles ni animales como una herida abierta.

Más tarde he pasado tiempo en predios de amigos o familiares alrededor de la carretera que lleva a Palestina, Arauca y al río Cauca, poblados por pequeñas fincas cafeteras y una vegetación desbordante cuyos aromas causan una ebriedad sin nombre y le recuerdan a uno lo que significa de verdad la palabra terruño. Y desde las alturas de Chipre o del barrio La Francia en Manizales observaba desde otro ángulo esas zonas verdes, bañadas a veces por los aguaceros o los rayos del sol que cruzan nubes.   

En muchos de esos viajes por esa carretera que va hacia el río Cauca o por caminos vecinales solía detenerme a la vera del camino con amigos o familiares a escuchar el sonido de los grillos y otros insectos, el canto de los pájaros o aspirar el perfume de la vegetación mecida por el viento o la lluvia. Es la forma esencial de saber que esa es la tierra y la vegetación de todos los habitantes de la región cafetera, un clima templado sobre territorios con remansos, cuencas, repliegues que hasta ahora se han salvado en parte de la urbanización galopante.

Desde La Ceiba, al lado de la liofilizadora que expele aromáticas humaredas de café y del embalse cercano, he visto crecer a lo largo de las décadas la amenaza de ese aeropuerto y poco a poco, los remansos de paz se han venido transformando de manera inquietante. Así he visto a fincas convertirse en condominios o edificaciones de cemento irrumpir sin plan alguno, deteriorando el paisaje ecológico, lo que presagia la catástrofe del cáncer urbano.

Algunos decían con entusiasmo que ya pronto veríamos aterrizar los enormes aviones del progreso en esa colina allá arriba y yo pensaba para mis adentros con temor que eso generaría en esas tierras un proceso acelerado de urbanización descontrolada en contravía con las tendencias mundiales de protección del medio ambiente, la naturaleza, los recursos acuíferos, el aire respirable. Porque allí donde se pueda salvar una montaña, un valle, un árbol, un riachuelo, vale la pena hacer el esfuerzo para conjurar el desastre.

Por eso en mis sueños utópicos pensaba que mejor que una gigantesca y ruidosa plancha de cemento en ese mirador de Palestina, marcada por el incesante revuelo de los aviones y la humareda dejada por los combustibles en los estacionamientos, era preferible que se implantara allí de nuevo el bosque y un jardín botánico para que regresen aves, insectos, pequeños mamíferos y la lluvia y la niebla.

Movimientos ecologistas en Francia y Alemania y otros países europeos han ganado batallas contra aeropuertos o zonas industriales planificados desde los tiempos del siglo pasado cuando el progreso y el avance de la humanidad eran sinónimo de cemento, autopistas, avenidas, rascacielos, urbes caóticas que devastan las cuencas acuíferas y ahuyentan la naturaleza. Las ciudades y los territorios se planificaron en el siglo XX para abrir paso al dios automóvil y a su poderosa industria, en detrimento del transporte colectivo. Se creía maravilloso y viable que los miles de millones de humanos tuvieran cada uno un vehículo para uso personal sin calibrar las consecuencias que esa locura tendría para el planeta. 

Y cuando ocurrió hace poco la reciente pandemia y cesó el tráfico aéreo en el mundo, descubrimos lo maravilloso que era un cielo azul despejado sin aviones. Parecía un sueño imposible, pero lo vimos durante esos aciagos años en que la humanidad estaba amenazada por el virus. En este siglo XXI poco a poco se toma conciencia de la necesidad de proteger el planeta de su suicidio dejando atrás concepciones de progreso y desarrollo equivocadas y obsoletas que encienden bosques e inundan países enteros. 

Es evidente e imperativo reducir el imperio del automóvil, el cemento y el avión, el reino de la gasolina y el carbón, dejar atrás los rascacielos y las avenidas que destruyen parques y barrios históricos. Por supuesto que es necesario evitar la destrucción de bosques y selvas y abogar para que las ciudades sean más verdes y humanas. Ahora que se incendia a pasos agigantados la Amazonía, el pulmón sagrado del planeta, debemos comprender que salvar cualquier montaña, colina, riachuelo, lago o valle del imperio del cemento es un ganancia para todos.

Por eso ahí donde desde hace décadas se planeaba un aeropuerto, sería bueno que surgiera por el contrario un bosque y un jardín botánico donde las generaciones futuras investiguen como salvar al planeta. Las plantas, los pájaros y todo tipo de animales volverían de nuevo el lugar después de ser expulsados al exilio y vivirían agradecidos de recuperar su refugio natural, creando un nuevo nido de biodiversidad. Y los habitantes de la región podrían convertirse también en los guardianes y beneficiarios de su propia naturaleza.    
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de septiembre de 2022. 
* Fotografía tomada del sitio de Aerocafé: https://aeropuertodelcafe.com.co/