sábado, 28 de enero de 2023

LA HUMANIDAD EN LA ERA DE LOS ZOMBIES

Por Eduardo García Aguilar

En estos tiempos de redes sociales se ha vuelto en todo el mundo costumbre que personas acusadas de cualquier delito sean condenadas y lapidadas sin misericordia por la opinión pública sin que se haya presentado denuncia alguna en su contra, realizado el debido proceso y pronunciado condena.

Muchas veces esas denuncias a través de las redes sociales o los medios de prensa son agenciadas por enemigos políticos, personales o profesionales de los acusados. El drama ha llegado a las escuelas y colegios donde los propios compañeros hunden la reputación de un niño o una niña a través de mensajes de redes sociales que circulan a toda velocidad y en muchos casos causan suicidios y traumas irreparables en la infancia y la adolescencia.

Proliferan casos en los que un novio adolescente despechado publica fotos de la novia desnuda o un cruel compañero denuncia las preferencias sexuales de otro enfrentándolo al escarnio público. Y también en el trabajo muchas personas han sido víctimas de la calumnia de compañeros envidiosos o rivales, asuntos que circulan al instante y nadie puede borrar de la red. La crónica roja da testimonio diario de este nuevo drama del mundo contemporáneo en el que estamos inmersos muchas veces sin saberlo.  

Para los contemporáneos se ha vuelto casi imprescindible el uso y el acceso a las redes sociales, fuera de lo cual la persona es declarada inexistente, un no ser. Los grandes cerebros matemáticos y financieros de este cambio radical de la época en materia de comunicaciones realizado en las últimas décadas han logrado que casi toda la humanidad, pobres y ricos e inclusive los más marginados, migrantes sin techo ni recuros, tengan todos un teléfono celular con el cual están comunicados con familiares, amigos, colegas o personas afines a la tendencia política que siguen, la religión que profesan o los intereses culturales o sociales que apetecen.

Así es el mundo de hoy y es escalofriante como los medios más importantes ya se guían a ciegas por lo que se rumore en Facebook, Twitter, Instagram, Telegram, Tik Tok y centenares de aplicaciones que son usadas por presidentes, ministros, obispos, pastores, gurús, sindicalistas, músicos, actores, deportistas, científicos.

Probablemente los más pobres prefieren no comer antes que carecer de un teléfono que los comunique con esas redes sin las cuales serían declarados inexistentes. Y por lo tanto los más turbios intereses comerciales, financieros, políticos, religiosos, delincuenciales, tienen allí una extraordinaria y eficaz forma de controlar y manipular a la humanidad entera para sus intereses. Miles de influencers y youtubers idiotas controlan a millones de personas y a través de sus espacios los llevan a consumir o a pensar como ellos quieran e incluso a darles el diezmo para  que se hagan rápidamente millonarios.

Y para ello ya existen universidades y escuelas que preparan a los técnicos y expertos imprescindibles en la actualidad para que empresas, medios de prensa, partidos políticos, religiones, bandas, mafiosos y sectas puedan dirigir desde sus oficinas a la población humana, convertida ahora en un rebaño de miles de millones de zombies que responden con emociones rápidas y primarias a todo tipo de manipulaciones y lapidan sin contemplación a las víctimas propiciatorias del caso.

Muy pocos son los seres humanos que logran en la actualidad tomar distancia y apartarse de la nueva peste y tal vez esos pocos sean los equivalentes a los eremitas o solitarios que se iban lejos del mundanal ruido desde tiempos inmemoriales a seguir sus existencias en contacto con las pulsiones vitales más elementales, el sonido del agua y el trueno, la luz del alba o la oscuridad de la noche poblada por búhos y murciélagos. Eran chamanes, filósofos o santos que como Zaratustra, Diógenes o San Francisco vivían en la pobreza y recorrían el mundo tratando de ayudar o curar al prójimo y al débil.

A través de las redes se ha manipulado a los fanáticos religiosos de todas las tendencias y allí se han formado en el manejo de armas y explosivos para perpetrar los atentados diarios que sacuden al planeta en todos los continentes a nombre de tendencias neonazis, racistas, yihadistas o antidemocráticas de todo tipo. Desde las redes se ha azuzado a los fanáticos para que invadan las grandes instituciones de países democráticos, como ocurrió en el Capitolio de Estados Unidos y hace poco en Brasil.

Esta irracionalidad loca de la humanidad manipulada día a día por las redes sociales es tal vez uno de los retos más difíciles que enfrentará el planeta en este siglo XXI. A través de las pantallas de los celulares a las que estamos aferrados y adictos los humanos de este tiempo se están marcando las nuevas pautas culturales y sociales y todas las instituciones han sido desbordadas. Somos una humanidad de zombies llevados al abismo por las diversas versiones del perverso Flautista de Hamelin. El cántico de las redes nos lleva al precipicio, a la guerra, al delirio, a la locura y tal vez ya nadie pueda salvarnos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 29 de enero de 2023.

    
   


domingo, 22 de enero de 2023

CENTENARIO DE LA MUERTE DE MARCEL PROUST



Por Eduardo García Aguilar

Este domingo concluye la exposición dedicada por la Biblioteca Nacional de Francia a la obra escrita de Marcel Proust, con motivo del centenario de su muerte, acaecida el 18 de noviembre de 1922. Tarde de lluvia, baja temperatura y huelgas de transporte en perspectiva obligan a la gente a acudir antes de que sea tarde a visitar el evento organizado por Antoine Compagnon, experto en boga del gran autor francés, considerado por muchos como el gran novelista del siglo XX.

A lo largo del tiempo y para cada generación, la obra de Proust ha sido auscultada por académicos, críticos, curiosos, admiradores, editores y expertos que nunca cesan de releer cada uno de los episodios de la enorma novela total que el autor escribió contra viento y marea, luchando contra las enfermedades y el agotamiento que lo llevarían a morir joven a los 50 años, como Roberto Bolaño, el chileno estrella de la literatura latinoamericana actual, vencido en su caso no por el asma y otras enfermedades sino por los males del hígado terminal.

En la nueva Biblioteca Nacional inaugurada en 1995 por el presidente François Mitterrrand, en forma de cuatro gigantescos libros enfrentados ante el viento del París, todos los que no hemos podido venir acudimos apresurados bajo el frío y la llovizna a las salas que están llenas, tanto que a veces se dificulta observar los manuscritos, fotografías y cuadros que han sido exhibidos en honor del novelista.

Hay gente de todas las edades y orígenes e incluso los organizadores de la muestra, como el propio profesor del Colegio de Francia Compagnon tienen tiempo, alegres, excitados, felices por el éxito de la muestra, para atender a notables figuras que llegan con algarabía y buen humor en vísperas de la huelga, con la ilusión de no perderse la muestra expuesta desde hace varios meses.

Y de verdad, nadie puede perderse esta exposición que exhibe miles de papeles de Proust, todos los manuscritos minuciosos de la obra que trabajó durante varios lustros como un reto total del autor frente a la muerte y el destino. Soy uno de esos apresurados bibliófilos, bibliópatas, lectores enfermizos, que estuvimos a punto de perdernos la oportunidad de ver la muestra.

En medio de las sucesivas crisis de asma, aquejado por los resfríos, la fatiga, Proust redactaba sin cesar ayudado por su Céleste Albaret, quien se ocupaba de todo en casa, de sus tés, sus comidas, medicamentos, limpieza, e incluso la minuciosa tarea de pegar en las páginas las correcciones o nuevos fragmentos apresurados que emanaban de la memoria infinita de Proust.

Una memoria aplicada a guardar para siempre, como Balzac, las tribulaciones y costumbres de la época en ese viaje agitado del siglo XIX al XX marcado por guerras interminables y el derrumbe definitivo de los regímenes antiguos de la nobleza y la aristrocracia, pero a su vez sacudido por la luz eléctrica, la energía hidráulica, la aviación, el automóvil, los marconis y telegramas inmediatos, la clave Morse, el teléfono y las acelaraciones del ritmo de la vida, como si se tratara de un ataque cardíaco permanente y sin fin.

Proust fue un periodista de su tiempo. Y por eso al comienzo vemos enmarcados las crónicas, relatos y reportajes que el joven autor especializado en farándula en Le Figaro publicaba en la primera plana del tradicional diario francés.

Durante lustros el adinerado joven descendiente de notables acudía a los salones de las aristocracias parisinas remanentes del Antiguo Régimen, la era de Napoleón o las restauraciones, para dar testimonio de su época.

En las diversas salas vemos el avance de la obra, las imágenes de las figuras reales que sirvieron de modelos a los personajes de esta nueva Comedia Humana situada tanto en las capas pobres y bajas de la sociedad representadas por la servidumbre y el proletariado como en las de las élites aterrorizadas por su decadencia y su fin inminente.

Vemos muebles, trajes, objetos, libros recién editados, pruebas, correcciones, teléfonos, lámparas. A través de las fotografías visitamos la vida cotidiana, los rincones secretos y le damos rostro a la supuesta ficción. Y por supuesto descubrimos que En busca del tiempo perdido es una obra que rinde homenaje a la homosexualidad y el libertinaje, entonces ocultos, perseguidos y secretos, pero practicados ampliamente en todas las capas de la sociedad.

Nos preguntamos quien era el barón de Charlus, indagamos por Swann o Guermantes, o Jupien o Albertine o las chicas en flor de Balbec. Y a través de ellos vemos la letra de Proust, sus cuadernos manchados, sus correcciones maniáticas, infinitas, con las que lograba al final de cuentas crear un ritmo irrepetible. Hace un siglo apenas moría el escritor y sigue vivo con sus crisis de asma, vicio y deseo. Más vivo que nunca en el hotel gay de Marigny donde hacía la fiesta en medio de la guerra.
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Pulicado en La Patria. manizales. Colombia. 22 de enero de 2023.




domingo, 15 de enero de 2023

TIEMPO DE SOCIÓLOGOS Y PERIODISTAS

Por Eduardo García Aguilar

Un reciente estudio publicado en la prensa indica que entre las carreras de las que más se arrepiente la gente haber estudiado figura en primer lugar el periodismo, seguido por sociología, comunicación social y educación, entre otras. Supongo que los filósofos han estado tan convencidos de su vocación que nunca se arrepienten de haberla cursado. La encuesta indica además que los estudiantes se sienten frustados porque después de realizar los estudios no encuentran trabajo y sienten que han perdido el tiempo porque nadie les para bolas.

En casi todo el mundo en las últimas décadas la carrera de periodismo fue la que más se puso de moda y proliferaron como hongos las instituciones privadas y públicas que ofrecían y ofrecen esa disciplina, en la que se gradúan cada año miles y miles de estudiantes en todos los países esperanzados en convertirse en estrellas de la televisión, diarios, revistas y noticieros, pero que al salir con el título empiezan a vivir un largo viacrucis que a veces no termina nunca, pues no hay empleo para tantos graduados y además los salarios se devaluaron en estos tiempos de redes sociales e internet cuando un gesto periodístico no vale nada.

Salvo algunas estrellas ligadas a los grandes poderes financieros o mafiosos, el resto vive en la penuria y escribe y publica solo por el gusto de hacerlo, porque ya nadie paga nada por un producto periodístico, una crónica o un reportaje. Igual ocurre con los poetas, pero éstos lo saben desde el primer instante y por eso nunca se sentirán arrepentidos o frustrados de ser poetas.  

Cuando ingresé a estudiar sociología en la Universidad Nacional, esa carrera era una de las que estaban de moda en aquel tiempo en Colombia, cuando las nuevas generaciones soñaban con cambiar el mundo y buscaban hacerlo justo y equitativo. Ya en los salones de bachillerato las ideas sociales habían conquistado muchos adeptos y los estudiantes de entonces devorábamos libros relacionados con las ciencias sociales. Había entonces gran inquietud por conocer la historia del país que nos contaban los nuevos historiadores, así como las distintas teorías económicas y sociales que se debatían en esos tiempos en todos los foros.  

Miles de candidatos se presentaban en todo el país en competencia por algunas decenas de cupos en Sociología en la Universidad Nacional y solo unos cuantos eran elegidos. De Manizales y la región solo fuimos admitidos dos y el grupo de primíparos que colonizamos el Jardín de Freud, al frente del moderno edificio de la carrera de Sociología, aquel lejano año, estaba conformado por estudiantes de diversas regiones del país, lo que mostraba un cuadro muy interesante y variado de estudiantes bogotanos, costeños, llaneros, chocoanos, santandereanos, boyacenses, tolimenses, huilenses, vallunos y de otros departamentos y regiones. No olvido a mis amigos de Moniquirá y Girardot que me llevaron de visita a sus tierras.

La mayoría de los nuevos alumnos llegaban a Bogotá por primera vez y vivían en las residencias universitarias de la Nacional como La Gorgona o la Antonio Nariño,  o compartían apartamento con otros estudiantes en diversos lugares de la ciudad y a veces pasaban apuros, hambre, frío, soledad. 

Pero como mi familia se había traslado a vivir a Bogotá hacía poco y mi hermano ya estudiaba y trabajaba allí, tuve la fortuna de tener casa y la protección de mis padres, por lo que era un privilegiado y nunca me sentí exiliado en la difícil y fría capital, y podía además dedicarme sin descanso a leer y estudiar todos los libros que nos recomendaban, ademas de los que leía por mi vocación literaria, mi jardín secreto desde entonces. Nunca se me ocurrió estudiar literatura, porque yo ya vivía la literatura a fondo, sino disciplinas distintas que ampliaran el horizonte.

La carrera de Sociología tenía mucho prestigio, teniendo en cuenta que entre sus fundadores figuraba el padre Camilo Torres Restrepo y en el cuerpo de profesores estaban registrados maestros de alto rango como el doctor Darío Mesa o el geógrafo Ernesto Gühl, que ejercían la docencia al lado de una pléyade de jóvenes profesores recién graduados en Europa, muchos de los cuales han pasado a la historia por sus libros y su febril actividad intelectual y académica, precursora de la modernidad colombiana.

Los conflictos sociales y estudiantiles de ese entonces en el país, las huelgas repetidas y las batallas campales que se vivían en aquellos predios, interrumpían con frecuencia los estudios, pero aunque poco a poco muchos estudiantes desertaron, o se fueron a otras universidades y carreras o a buscar otros destinos, el paso por esas aulas es inolvidable y crucial en sus vidas.

Muchos de los estudiantes que eligieron entonces carreras como antropología y sociología buscaban situarse en el mundo para descubrir sus arcanos y luchar tal vez por un mundo mejor que dejara atrás tanta injusticia y desigualdad y rescatara del olvido a la Colombia profunda sumida en la pobreza y la discriminación.

Aquella fue una generación de idealistas y utópicos que navegaban raudos en la ola de los grandes cambios ocurridos en el mundo después de la revolución cultural en Estados Unidos, Europa y muchos países del llamado Tercer Mundo, que disolvió para siempre los remanentes del siglo XIX.
  
Cada vez que regreso a la Universidad Nacional siento que es mi alma mater, pues como aunque no fue allí donde me gradué finalmente y solo alcancé a estar dos años antes de viajar a estudiar a Francia, en ese campus se abrieron muchas ventanas del saber, el pensamiento, la vida y la realidad de una Colombia que estaba cambiando de manera profunda.

Ahora tal vez a nadie se le ocurra estudiar periodismo o sociología, pero quienes antes intentaron hacerlo y se chocaron con la realidad, son los preocursores de nuevas modas y corrientes en boga en estos tiempos que parecen volver a los idealismos y a las utopías aplazadas por el neoliberalismo y el conservatismo que reinaron hasta hace poco.

Muchos jóvenes ecológicos quieren salvar ahora al planeta, desean proteger a los animales, auscultan el cosmos, manifiestan contra la destrucción de los bosques y las cuencas hídricas, experimentan para crear nuevos nutrientes destinados a saciar el hambre o buscan construir edificios livianos y sustentables. La utopía y la generosidad humanas son cíclicas por fortuna y circulan en redondo volviendo a despuntar cuando menos se piensa.      
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 15 de enero de 2023.





  

sábado, 7 de enero de 2023

EL MUNDO QUE SEREMOS

Por Eduardo García Aguilar

Cuando llega un año nuevo se celebra la posibilidad de vivir nuevos acontecimientos, viajes y lecturas que nos esperan en este giro rápido alrededor del astro solar que marca el ritmo de las horas, los días, los segundos.

Eso por supuesto si somos positivos, porque por lo regular en medio de tantas sorpresas, viajes, amores y satisfacciones, a los habitantes de este planeta nos esperan también las malas noticias, como el conteo de las desgracias personales, las separaciones, las crisis laborales, los decesos de amigos y familiares, las enfermedades, catástrofes naturales y guerras que nunca faltarán en el lapso y serán descritas de manera minuciosa en el balance posterior, cuando llegue el año nuevo y se proclame otro minúsculo juicio final.

Estamos ya en 2023, o sea que ya vamos raudos agotando los segundos del siglo XXI, cien años después de los años de entreguerras que fueron tan fértiles en todos los campos, científicos, técnicos, literarios, pictóricos y de pensamiento.

Los años de entreguerras del siglo XX vieron el avance raudo de las innovaciones científicas auguradas por Edison, Marconi, Freud y tantos otros con la expansión de la luz, la electricidad, la telefonía, la industria automotriz y aérea, el metro, los cables, el descubrimiento de la penicilina y el auge del psicoanálisis que desbancó a los confesionarios eclesiales por el diván.

Esas dos décadas de relativa paz que siguieron a la primera gran guerra mundial del siglo XX experimentaron el auge del cine sonoro, el jazz y las alegrías del Music Hall de Charles Chaplin, El Gordo y el Flaco, Joséphine Baker y Fred Astaire, cuando generaciones hartas de guerras y prohibiciones religiosas e ideológicas se desbocaron hacia el goce hedonista del cuerpo y del alma al mismo tiempo que Ernest Hemingway proclamaba que París es una fiesta y Albert Einstein ajustaba su teoría de la relatividad.

Los bólidos automovilísticos corrían raudos por las carreteras y los primeros vuelos comerciales generalizados coincidían con los lujosos transatlánticos que, como el Normadie, cruzaban el Atlántico cargados de miles de pasajeros que se divertían orgiásticamente en varios pisos marcados por atracciones musicales, etílicas y gastronómicas para llegar felices a la Estatua de la Libertad de Nueva York de un  lado o a los puertos europeos del otro.

En el París de Montparnasse los bares La Coupole, Le Select y la Rotonde recibían a todas las generaciones cosmopolitas de artistas y escritores del mundo que se solazaban hasta altas de la noche arreglando el mundo y pensando en utopías geniales, sin saber que pronto se atravesaría primero la crisis mundial del 1929 y diez años después la terrible Segunda Guerra Mundial, que aun hoy nos marca y nos determina y nos asusta.

La prensa escrita que se expandió de manera exponencial en el siglo XIX había llegado a sus grandes momentos en Nueva York, Londres y París y todas las capitales del orbe, al mismo tiempo que la radio y el cine empezaban a dominar el mundo.
 
En todas las capitales se revolucionaban la artes, la literatura, la filosofía y el pensamiento en general abriendo nuevas rutas impensadas, y podría decirse que tantos cambios y descubrimientos se registraban al mismo nivel de lo ocurrido cuatro siglo antes en el Renacimiento de Leonardo, Miguel Angel, Rabelais, Galileo y Pico de la Mirándola.

También nosotros estamos ahora viviendo a veces sin saberlo las primeras décadas de la revolución digital que jubiló de súbito a fines del siglo XX a la era de Gutenberg, y con Internet, las redes sociales, los teléfonos celulares y los múltiples satélites que desde el espacio exploran el universo o las máquinas que rastrean en laboratorio lo infinitamente pequeño, vivimos una nueva aventura de conocimiento que a veces desafía a la propia paradoja borgiana del Aleph.

Cada día arqueólogos, paleontólogos, astrónomos, físicos y médicos amplían el rumbo del conocimiento y a través de las redes descubrimos los nuevos secretos del universo que ponen en cuestión las teorías en boga sobre su inicio y su expansión. En directo vemos y conocemos las más lejanas galaxias, agujeros negros o planetas similares a la tierra que podrían albergar vida. Falta poco para que se anuncie la existencia de vida extraterrestre y dejaremos de estar solos como el único milagro biólógico.

Y en lo que respecta al rastro vital del homo sapiens, nuevas técnicas revelan la existencia de ciudades milenarias desconocidas y civilizaciones y pueblos que en otros tiempos construyeron ciudades mágníficas y complejas y ejercieron el arte, la arquitectura, el derecho, la ciencia y la tecnología a niveles sorprendentes.

Por eso hay que ser optimistas. Si se hace un balance, los humanos hemos superado siempre a través de los milenios los percances de guerras, miserias y pestes y a un ritmo sostenido avanzado en los descubrimientos y el perfeccionamiento tecnológico desde la rueda hasta las naves espaciales y los más impresionantes telescopios cósmicos.

Hay múltiples razones para pensar que esos avances seguirán ocurriendo y que generación tras generación los humanos seguirán dando pasos agigantados hacia un mundo cada vez mejor. Nuevas ideologías ecológicas y humanitarias florecerán en mentes nuevas que aun no han nacido y sería maravilloso poder echar un vistazo desde el más allá hacia esas conquistas futuras de la ciencia y la tecnología que aun hoy desnocemos.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 8 de diciembre de 2023.