sábado, 10 de abril de 2021

LA ALGARABÍA RECURRENTE DEL 9 DE ABRIL

 

                                                    


 
La investigadora Olga L. González ha estado revisando esos tiempos y abrió el telón a la otra figura liberal contradictora de Gaitán, Gabriel Turbay  (1901-1947), quien como él murió joven y de manera trágica, después de salir derrotado en la fratricida lucha liberal que abrió el poder de nuevo a los conservadores. Gabriel Turbay murió en 1947 de neumonía y deprimido en París y Gaitán fue asesinado al año siguiente, en 1948. Ambos fueron ministros y parlamentarios, viajaron por Europa y conocieron mundo. Ambos escalaron rápidamente posiciones desde abajo.

 Por Eduardo García Aguilar
 
Cada 9 de abril muchos colombianos de diferentes bandos vuelven a referirse con pasión a la gran herida que significó el asesinato de Jorge Eliécer (1898-1948) y las consecuencias de la explosión popular y la violencia subsiguiente que se prolonga insaciable hasta nuestros días.

Pero la verdad es que salvo los investigadores que han trabajado desde las universidades los acontecimientos históricos con el rigor necesario, el resto de mortales nacimos, crecimos y vivimos en Colombia atados a unas imágenes recurrentes que incluyen el rostro del asesinado y la muchedumbre en medio de la destrucción del centro de Bogotá, mientras en el palacio presidencial los notables de ambos partidos dominantes negociaban insomnes la solución del desastre.

Junto al rostro del aun joven caudillo muerto, un mestizo de origen popular que estudió en Italia y fue brillante abogado o al lado del cuerpo del asesino Roa Sierra, arrastrado por las calles, nos asedian siempre las imágenes del impasible presidente Ospina Pérez y la fogosa primera dama pistola en cinto, la legendaria Berta Hernández, rodeados de políticos de traje y encorbatados, liberales y conservadores que negocian tras bambalinas encerrados allí, mientras la muchedumbre aúlla borracha por las calles cargada de machetes, cuando suenan afuera las descargas de las ametralladoreas y los fusiles y se desploman los cuerpos inertes desde las azoteas.

Terrible pesadilla aquella que sigue siendo una incógnita, pues como en todos los casos de magnicidios realizados en momentos estratégicos como esa Conferencia Panamericana que se realizaba en Bogotá y congregaba a centenares de representantes diplomáticos y espías, nunca sabremos cuales fuerzas oscuras e intereses estaban involucrados en la sombra. Lo cierto es que los hechos ocurrieron y fueron una especie de parteaguas cuyas consecuencias siguen vivas y ardientes en torno a un núcleo volcánico que siempre está listo a estallar de nuevo, tanto tiempo después, en pleno siglo XXI.

Lo que ocurrió en las dos décadas anteriores, desde la llegada de los liberales al poder con Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, después de una larga hegemonía conservadora, hasta la tragedia del 9 de abril, queda por estudiarse o exhumar de los documentos que yacen empolvados en las bibliotecas y hemerotecas.

La investigadora Olga L. Gozález ha estado revisando esos tiempos y abrió el telón a la otra figura liberal contradictora de Gaitán, Gabriel Turbay  (1901-1947), quien como él murió joven y de manera trágica, después de salir derrotado en la fratricida lucha liberal que abrió el poder de nuevo a los conservadores. Gabriel Turbay murió en 1947 de neumonía y deprimido en París y Gaitán fue asesinado al año siguiente, en 1948. Ambos fueron ministros y parlamentarios, viajaron por Europa y conocieron mundo. Ambos escalaron rápidamente posiciones desde abajo.

La investigadora se pregunta la razón por la cual la figura del trágico Gabriel Turbay fue sepultada en el olvido cuando se trataba también de un hombre joven que no pertenecía igual que Gaitán a las familias del establecimiento y quien como líder en el Congreso se destacó por su inteligencia, elocuencia y capacidad de organización. Nos recuerda que ambos, antes de cuplir 30 años de edad, fueron quienes abrieron el debate de la masacre de las bananeras y dieron vida a la actividad parlamentaria del país.

Es normal que la muerte trágica de Gaitán y su vistosa leyenda terminaran por aplastar la figura de ese líder joven de Bucaramanga de origen turco, quien tuvo que soportar durante la campaña como candidato oficialista liberal los ataques más atroces por su origen, de la misma forma que Gaitán fue insultado por ser mestizo y originario de un barrio popular bogotano, Las Cruces. Curiosa historia pues la de estos dos malogrados candidatos liberales, cuya división hundió al partido comandado por un gran aristócrata como Alfonso López Pumarejo, quien no se dignó tomar partido por ninguno de sus plebeyos discípulos.


Las exhumaciones de Olga L. González en las redes sobre Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, hermanos enemigos signados por la tragedia, me han trasladado de repente con una nostalgia insalvable a esos años de la infancia y adolescencia en que todos los colombianos lidiábamos con los fantasmas de la historia. Alguna vez mi padre, que era liberal, me dijo que él no había votado por Gaitán sino por Turbay, que era el candidato oficial. Y me imagino a ese padre entonces joven de 30 años ante la disyuntiva de la división de su partido, que los llevó a la derrota y a los sombríos años posteriores que vivieron.

Los politólogos escarban en los archivos y tratan de descifrar los acontecimientos políticos de esos años cruciales para Colombia. Y al mirar documentos, recortes de periódicos, al leer los libros de testigos e historiadores, no queda más remedio que reiterar que la politica colombiana es un circo de turbios intereses y acendrados egoísmos de narcisos, donde en fin de cuentas todos han salido perdiendo y los bandidos ganando. La política en el país es una interminable algarabía, una opereta de mala calidad, una riña de cuchilleros, que siete décadas después sigue igual de insondable e incomprensible.
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* Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 11 de abril de 2021. La fotografías de Olga L. Gonzalez, Jorge Eliécer Gaitán y Gabriel Turbay, sacadas de la red web, carecen por el momento de autoría o @.



sábado, 3 de abril de 2021

LA LONGEVIDAD DE LOS POETAS

 

Por Eduardo García Aguilar

Siempre llega de manera ineluctable el día en que los poetas, hasta los más juveniles y rebeldes a quienes la vida les depara la longevidad, se ven abocados a petición de amigos o editores a reunir las llamadas obras completas o reunidas o a realizar las consabidas antologías personales. Es el momento de hacer un balance y cotejar todos los sucesivos instantes que dieron lugar a textos que son como huellas digitales de la vida.  

La primera sensación es de estupor al comprobar que el tiempo pasó rápido, pues por lo regular los poetas parecen por naturaleza conservar en su interior las llamas del espíritu infantil y juvenil y se sorprenden al verse atrapados en un cuerpo crepuscular que no se compagina de ninguna manera con sus locuras y delirios cerebrales ardientes.

Grandes poetas han muerto muy jóvenes como Rimbaud, José Asunción Silva, Apollinaire, García Lorca y Miguel Hernández, vencidos por la enfermedad, el vicio o exterminados por las guerras, pero una gran mayoría logra pasar las décadas para llegar impulsados por su alegría de ver y contar, de sentir y vibrar hasta las alturas cronológicas de una vida senecta.

En Colombia León de Greiff es tal vez uno de los mayores emblemas de lo que un poeta puede llegar a ser cuando desde los primeros y fértiles hervores poéticos logra sobrevivir dejando atrás a tantos desafortunados contemporáneos y con su rebeldía máxima reina en la senectud sobre el país riéndose de todo, fumando la misma pipa y luciendo la boína y la barbilla excéntrica en un mundo que lo venera a veces pero lo ve como un extraño que delira.

Tal ha sido el caso también de Jorge Luis Borges, quien ciego recorría el mundo acompañado por la joven Maria Kodama, sonriendo ante la vida ya octogenario y blandiendo sus ocurrencias ante interlocutores, periodistas o admiradores que acudían a escucharlo en masa en amplios salones o teatros, mientras burócratas y poderes se reñían por otorgarle honores que chocaban contra su incredulidad de sabio.

Entre los latinoamericanos el más longevo fue el matusalén chileno Nicanor Parra, quien murió a los 103 años y fue coronado  tardíamente con el Premio Cervantes, a cuyos honores no pudo acudir porque los médicos le prohibían subirse a los aviones y hacer viajes transatlánticos. Hasta el último instante Parra quitó solemnidad a la poesía con mayúsculas.

Igual ha sido el caso también de las nonagenarias uruguaya Ida Vitale (1923) y cubana Dulce Maria Loynaz (1902-1997), que recibieron el honor del Cervantes después de transcurrir ocultas casi un siglo dedicadas a la poesía y a mirar el mundo sin muchos aspavientos o aplausos, o el de Maruja Vieira (1922)  en Colombia, poeta que ha recibido hace poco su vacuna contra el virus y sigue observando la vida y el mundo y la vida con la lucidez que otorga la poesía y casi un siglo completo de vida.

Ungaretti, el italiano que nació en la cosmopolita Alejandría de Cavafis y Durrell, recibió con alegría a quienes celebraban sus ochenta años y en ningún momento dejó a un lado la lucidez de lo vivido para celebrar el suceso, que en su tiempo de guerras fue un milagro. Rodeado de libros, recuerdos, viajes, la mirada serena y la verdad profunda, el hermético modernizador de la poesía italiana nunca abandonó la sonrisa y la ironía.   

Los poetas a quienes la vida da el privilegio de la longevidad pueden mirar lo escrito a lo largo de las décadas como si cada uno de esos textos, desde los iniciales a los últimos, fueran escritos por diversos personajes de uno mismo, sucesivas concreciones de muñecas rusas que en su interior guardan infinitas versiones del mismo ser a través del tiempo. Como si pudiesen cavar en el gran pozo hasta llegar a otro lado, a un universo que sería el anverso caleidoscópico de su propia aventura.

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 4 de abril de 2021.






lunes, 29 de marzo de 2021

EUROPA Y LOS ESCRITORES LATINOAMERICANOS


Por Eduardo Garcia Aguilar

El París metálico visitado por los poetas modernistas Rubén Dario y José Asunción Silva, que era el París de Verlaine y Mallarmé, impresionaba a los viajeros que llegaban por tren desde Le Havre tras cruzar el Atlántico. Todos esos avances quedaban grabados en la memoria de los latinoamericanos que habían cruzado el mar y ahora se disponian a regresar para siempre a sus pagos, cargados de ideas y ritmos nuevos.
     Porfirio Díaz, el dictador mexicano afrancesado, reposa en un cementerio de París después de hacer de su capital una copia de aquélla, aún visible en recodos ruinosos de la Colonia Roma y Santa María la Ribera. Rufino J. Cuervo, el colombiano del gran diccionario filológico murió en París. El sabio Ezequiel Uricochea enseñaba árabe y culturas levantinas en Europa y Ruben Darío, el líder modernista, era el más europeo de los europeos, él, quien se decía « muy antiguo y muy moderno » y a la vez muy indio.
  Además de Miranda y de Bolívar, la lista de personalidades latinoamericanas devoradas por Europa sería interminable, pero habría que destacar en especial ese maridaje literario total de los decimonónicos latinoamericanos con las principales corrientes europeas. La novela es romántica, realista y naturalista como la europea. La poesía es romántica, parnasiana y simbolista como la europea. Se sigue a Atala y René y a Pablo y Virginia al pie de la letra; el héroe de la María de Jorge Isaacs regresa desde el Viejo Mundo a los valles cálidos del Cauca; los soldados invasores franceses de Louis Napoleon Bonaparte se enamoran de las mexicanas de Ignacio Manuel Altamirano, y Fernández, el protagonista finisecular de la novela De sobremesa de José Asunción Silva, toma éter y absenta en París y regresa a fracasar en la fría Bogotá de las alturas andinas.
   Llegan luego los tiempos de los modernistas Enrique Gómez Carrillo y José Maria Vargas Vila, grandes best-sellers latinoamericanos que fueron leídos en todos los rincones del continente y cuyos libros llenaban las alforjas de los jinetes. Escribían desde el mundo inaccesible, desde Venecia, París y Florencia, desde la Isla de Rodas, El Cairo o Calcutta y vendían exotismos de Viejo Mundo y Tierra Santa a poblaciones autodidactas ávidas de saber, democracia y civilidad.
         Gómez Carrillo y Vargas Vila fueron los García Márquez y los Vargas Llosa del modernismo. Triunfaban y viajaban de capital en capital hospedados en grandes hoteles. Superficial el primero, pero buen cronista; insoportable y pomposo el segundo, ambos hoy olvidados, representaron el arquetipo de latinoamericano europeizado y globalizado de entregueras que reinó hasta el « boom ».
     Mientras esos dos viajeros triunfantes miraban Venecia y París desde sus balcones, el látigo de los numerosos tiranos latinoamericanos surgidos de la Independencia caía desde el Río Grande hasta la Patagonia sobre las espaldas de los siervos encargados de extraer las riquezas de esa tierra que volvió a encontrar defensores en los grandes telúricos Jose Eustasio Rivera, con La Vorágine, Rómulo Gallegos con Doña Bárbara y Canaima y Ricardo Guiraldes y Horacio Quiroga, entre muchos otros.
    Más tarde, hacia mediados del siglo XX, esas élites literarias europeizadas estarán compuestas por Miguel Angel Asturias, quien fascinó antes en los años 30 con sus Leyendas de Guatemala y por otros como César Vallejo, Alfonso Reyes, Vicente Huidobro, César Moro, Alejo Carpentier y Jorge Luis Borges. En los años 60 tocará el turno a los reyes del « boom » Julio Cortázar, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, figuras emblemáticas de esa nueva América Latina a la vez próspera y ávida de revoluciones, que duda entre la tentación democrática y el delirio totalitario de los iluminados marxista-leninistas. Y de lado de los escritores europeos no hispánicos ávidos de contar este lado recordemos a Michaux, Artaud, Breton, Roger Caillois, Levi-Strauss, Malcolm Lowry, D. H Lawrence, Graham Greene y Witold Gombrowicz.  
     Dos grandes corrientes de ese americano de Europa se deslindan a mediados del siglo XX: a un lado, por supuesto con matices, los exaltados del « boom » aupados en el mesianismo revolucionario azuzado por la guerra fría y, al otro, los ancianos precursores de la generación de humanistas polígrafos encabezada por el mexicano Alfonso Reyes, en la que figuran Pedro Henríquez Ureña, Arturo Uslar Pietri, Germán Arciniegas, y por supuesto, Jorge Luis Borges.
     Los primeros agenciaron cierto neotelurismo exacerbado con sus discursos latinoamericanistas llenos de héroes, flores, cacatúas, tucanes y cocodrilos, y los otros, ya declinantes y aparentemente pasados de moda, ejercieron la reflexión, el ensayo, el fragmento, en la pausada y modesta madurez del diálogo y la tolerancia civilista y democrática, abierta a los saberes milenarios del Viejo mundo.
     Pasado todo este delirio neotelúrico de la segunda mitad del siglo XX, con sus revolucionarios barbudos y los iluminados mesiánicos salvadores del mundo, que gritaban la hueca consigna « patria o muerte, venceremos », habría que volver a tender puentes con esos pensadores polígrafos que preferían el análisis al discurso encendido, la tolerancia al anatema, el cosmopolitismo y los vasos comunicantes mundiales al falso nacionalismo proteccionista cargado de banderas y consignas. O sea volver a las revistas literarias latinoamericanas Orígenes, Mito, Eco y Sur.
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Publicado en La Patria el domingo 28 de marzo de 2021. Manizales. Colombia.

domingo, 21 de marzo de 2021

ESCRITORES SIN PASAPORTES

 Por Eduardo García Aguilar

Uno de los escritores del mundo moderno que mejor ejemplifica la literatura errante es Joseph Conrad, por dos razones: no sólo porque abandona su tierra original para adoptar los mares y después radicarse en la  capital del Imperio británico globalizador, sino porque también deja su lengua para adoptar otra, el inglés, tal como lo hiciera después el genial Vladimir Nabokov o, en nuestro ámbito latinoamericano, Héctor Biancciotti, quien cansado de ser ignorado por su pares de América, decidió adoptar el francés y lograr así llegar a la proeza de ingresar a la Academia Francesa.
    Conrad recorre el mundo como capitán de navío, en un mundo que ya nada tiene que ver con los mares de Ulises o de Eneas, de Colón o Magallanes ni con las rutas de seda o los caravansarys del desierto. Estamos ya en el mundo agitado de la industrialización y del libre cambio mundial de mercancías, en la era de las factorías, los trenes y los gigantescos barcos de carga. Su obra vasta es una mirada lúcida de los países y culturas lejanas, en las que se incluye los parajes costeros del caribe colombiano que, al parecer, inspira Nostromo.
     Victoria, Lord Jim, El corazón de las tinieblas, La locura de Almayer, Bajo la mirada de Occidente son novelas extraordinarias de un conocedor profundo del hombre, analizado y descrito por encima de las fronteras, sin pasaportes, banderas o cruzadas nacionalistas. Cada uno de esos capitanes o marineros perdidos que aparecen en su tensas y telúricas narraciones habla desde la angustia de no tener por más patria el barco sacudido por los tifones y acechado por bandidos o fuerzas enemigas. Mueren y son lanzados para siempre a las olas de los océanos o son enterrados en parajes que ninguno de los suyos conocerá. Conrad se aplicó a contar todas esas historias en una aventura creativa sin par que representa uno de los máximos logros de esa actitud de franca extranjería alrededor del globo.
    Nos dice Paul Morand que el «verdadero estatuto que nos hace vivir es el de extranjero». En efecto, llega un momento en que el individuo viajero, el trotamundos, adquiere la certeza de que sólo desde el ángulo escalofriante puede sentirse libre en el camino hacia el ineluctable fin. No tiene que representar obligatoriamente a una patria ni debe sentirse culpable porque no se entusiasma únicamente por las músicas, comidas, ropas de su terruño, sino por todas las que alguna vez encontró y con las que compartió a lo largo de su periplo. Toda persona atada patológicamente a su patria o bandera es un lisiado de la sensibilidad, un parapléjico de la percepción y esto es aún más grave cuando se trata de un escritor. El que escribe tiene, con mucha mayor razón, que estar abierto a esas extrañezas y por ende estar capacitado para contarlas y sentirlas desde el ángulo oblicuo de su extranjería.


   Chateaubriand en las Memorias de Ultratumba, elaboradas a lo largo de la vida, de manera minuciosa, a través de innumerables palimpsestos a los que aplicó la más refinada tortura de la corrección, relata su existencia con esa prosa moderna que dos siglos después es absolutamente eficaz y cristalina. Su éxodo es múltiple: él alcanza a presenciar el fin del antiguo régimen y a partir del retrato de sus
tías abuelas dieciochescas hace un recorrido vital, político y amoroso tan nutrido como los de Magallanes y Bougainville.
    Su prosa es una bruma áurea, flexible, que ingresa a todos los rincones posibles de su tiempo y retrata los avatares de una época donde como pocas veces se concentraron cambios trascendentales, básicos para el ingreso de la actual modernidad.
    Su éxodo es de clase, de régimen, de edad, de tiempo y al final ejerce de escalofriante y acertado profeta cuasi bíblico. Sólo un observador apasionado e inteligente como él puede construir poco a poco y terminar esa pirámide de palabras, ideas y emociones cuando, de ochenta años, alcanza a mirar desde la atalaya terminal dos de los siglos más agitados de la historia. Como Conrad en los océanos, cruza y sobrevive a los más tenebrosos tifones.


---Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 21 de marzo de 2021

 

lunes, 8 de marzo de 2021

VIVIR EN EL PARQUE CALDAS

Por Eduardo García Aguilar

Me pidieron hace poco una dirección para tomar la foto de la casa donde nací y pasé mi infancia en Manizales y de repente retrocedí en el tiempo de manera vertiginosa e inquietante. La casa donde vi la luz en la carrera 24 cerca del Parque Fundadores y las dos principales donde viví hasta mi partida, fueron demolidas para construir o ampliar avenidas y solo una sigue en pie, la situada en la esquina de la carrera 23 y calle 29, en el Parque Caldas, desde donde vimos llegar en familia el cortejo triunfal de la Miss Universo Luz Marina Zuluaga en 1958, desde una de las ventanas del primer piso.

Por lo regular uno no suele remover a fondo esas profundas capas concéntricas de la arqueología familiar, pero al ver las fotos tomadas por el generoso amigo, esos momentos se desbocaron y tocaron de repente el corazón. Por lo visto, a mis jóvenes padres les gustaba la zona que se encontraba entre el parque Fundadores y el Parque Caldas, porque nací a las 5 y media de la mañana del 7 de septiembre de 1953 en la carrera 24 con calle 30 en una casa demolida hoy y que es un estacionamiento, no lejos de la llegada del Cable y donde debimos residir uno o dos años.

De ahí, acercándose al Parque Caldas, nos pasamos a la parte alta de de esa casa sólida de varios pisos situada en una esquina, diagonal de la antigua y bella Iglesia de la Inmaculada, donde fui bautizado y que es un templo que visito cuando puedo, pues es una de las remanencias más antiguas de la ciudad, salvada de las llamas de los dos terribles incendios que la devastaron en los años 20 y que obligó a la reomodelación de la parte central, hoy considerada centro histórico. Maruja Viera, que también vivió en el Parque Caldas,  fue infante testigo del segundo incendio y recuerda muy bien los ajetreos de su padre y familiares durante la tragedia, en dos textos claves de la literatura nuestra.

En esa casa en la que viví hasta los cinco años pasaron tantas cosas no tanto porque sucedieran, sino porque el habitante niño experimenta una especie de big bang de conocimiento y todos sus sentidos comienzan a captar el exterior y a descubrir el mundo con un estupor que se mezcla a la fascinación, al terror y el misterio. Los primeros accidentes vividos, las visitas de familiares y amigos, los primeros decesos de abuelos o parientes, quedan grabados en la memoria.

No solo sucedió allí la llegada de Miss Universo, que aun suscita entre los nativos de la ciudad tantos recuerdos y admiraciones, sino las de un pariente importante que moriría pronto, o la de un primo loco, el hijo de mi tía y madrina Blanca, que me comunicaría de inmediato con la excentricidad, la locura y las descabelladas acciones de los surrealistas que viven en el seno de todas las familias.

También vemos las primeras lágrimas del padre que recibe la noticia de la muerte del suyo, mi abuelo Marco Aurelio, y el ajetreo que inunda la casa antes de que deba partir a su sepelio, el llanto de la prima Cecilia, que estuvo en casa unos días tal vez por un parto en la familia de mi tía Amanda y lloraba inconsolable por la ausencia de los suyos y revive al ver a su padre, que viene por ella para llevarla a casa.

También son los años del complejo de Edipo, cuando uno es la extensión del cuerpo de la madre, cuya presencia permanente nos guía y excita los sentidos y las más esenciales sensaciones. El nacimiento de la hermana menor, la caída del dictador Rojas Pinilla y la elección del liberal Alberto Lleras Camargo, primero del Frente Nacional, son acontecimientos que permanecen en el recuerdo. Mi hermano mayor Humberto llega con un diario y muestra la foto del nuevo mandatario, liberal como mi padre. Y en la casa, ya presente y en coexistencia pacífica con él, mi abuela Mercedes Ramírez Cardona, gran goda que me hizo conocer curas e iglesias.

El Parque Caldas sería unos cuantos años después lugar de peregrinación frecuente, de encuentro con otros niños para intercambiar las estampas de los álbumes o para vivir instantes junto a los guaduales y la estatua del sabio mártir que, según la leyenda, perdió la vida en su lucha por la independiencia, pero imploró en vano la clemencia de los españoles. Y también para descubrir el cine y los filmes con Sofía Loren y Raquel Welch.

Sería él quien escribiría antes del suplicio sobre su vida truncada: "O, larga y negra partida", según cuentan los libros de la historia patria, aunque para otros es un signo alquimista o masónico. 
 
Caldas, que dio nombre a la región, el mismo que conoció a Humboldt, observó el cosmos y subió hasta las cumbres par probar instrumentos y ver las maravillas de la naturaleza. Un honor y un privilegio haber vivido la primera infancia en ese Parque Caldas, donde mis jóvenes padres debían sentirse felices, a salvo de la Violencia.

domingo, 7 de marzo de 2021

LA ESCUELA ANEXA A LA NORMAL


Por Eduardo García Aguilar


En 2017, cuando asistí a la Feria del Libro de Manizales, estuve hospedado en un hotel desde donde veía el barrio La Estrella y la escuela donde cursé la primaria, además del Coliseo, el Estadio y la Universidad, que conformaban un universo completo. Desde el cuarto piso tenía una vista panorámica a esa zona de la ciudad tan importante durante mi infancia.
 
Allí en la iglesia implantada en el centro de la Estrella hice la Primera Comunión, como lo atestiguan las fotos de los álbumes familiares. Por esas calles pasaba todas las mañanas de niebla rumbo a la escuela, mirando plantas, árboles, insectos y flores. A veces chupaba el almíbar de unas flores rojas alargadas que pelechaban en los antejardines. O perdía el tiempo mirando mariposas incomprensibles, pájaros de cánticos insondables o escarabajos y libélulas de visos multicolores.      

Al fondo se veía el nuevo Estadio donde asistí por primera vez a un partido de fútbol en tiempos de Mirabelli y Olmos y a donde llegaban los ciclistas que disputaban una de las etapas más dificiles de la Vuelta a Colombia, en tiempos de leyendas como mi ídolo Martin Emilio Cochise Rodríguez, a quien le prendía velas, entre otros muchos pedalistas que iluminaban la infancia.

Tuve la fortuna de cursar la primaria en la Escuela Anexa a la Normal de Varones, que por milagro aun está en pie como una de las joyas más tradicionales de la ciudad y cuya permanencia al lado de la Universidad me impresiona cada vez que regreso, pues he temido que la locura de los gobernantes decida arrasarla para construir urbanizaciones, implantar estacionamientos o centros comerciales de cemento, algo que tal vez algún día sea ineluctable.

Desde la habitación veía con claridad la escuela intacta y añoraba salones, corredores, el enorme patio donde nos formábamos y los inmensos espacios abiertos que nos separaban del colegio San Luis Gonzaga, que era como un enorme baldío inaccesible lleno de vegetación, alimañas, precipicios y peligros. Había tanto espacio que cada alumno tenía una parcela para sembrar y ver crecer las plantas. Sentí del olor del grueso herbario de botánica, la textura del barro con que hacíamos mapas de Colombia, la alegría de las fiestas y la algarabía permanente de los niños. El vuelo de las cometas y los globos.  

Los maestros, además de grandes pedagogos de ambos sexos que aun no olvido como el profesor Cárdenas y la muy activa rectora que vivía por ahí, eran jóvenes que estudiaban en la Normal y venían de todos los rincones del país, como el atlético, alto y simpatiquísimo profesor Mancera, un llanero que nos enseñó el joropo.

Un día me acerqué a la reja y empecé a mirar el lugar donde actué en una representación del descubrimiento de América en el papel del marino que avistaba tierra. Llevaba mucho tiempo ahí mirando como hipnotizado, cuando un guardián fantasmagórico llegó desde adentro y me abrió la reja que me separaba del pasado porque intuyó que era un viejo exalumno que volvía cargado de nostalgias.

Me invitó a ingresar al templo educativo y a visitar uno a uno los salones de clase, el patio de los gritos, las ceremonias y las peleas y después me llevó a visitar con solemnidad la Normal de Varones, en cuyos corredores, pasillos, auditorio y salones de clase marcados por la madera añeja transcurrió durante un siglo la vida de muchas generaciones de educadores de todo el país, a quienes todos tanto debemos y que son los verdaderos padres y madres de la patria.

En las paredes se veían los tradicionales mosaicos de grado colgados desde comienzos de siglo XX y fotos enmarcadas de diversas efemérides. Adentro se sentía la historia de un lugar que ya podría ser museo, un laberinto de palabras. Ha sido una de las horas más emocionantes de mi vida. Nunca olvido a quien me ofreció con sabiduría anónima ese regalo tan preciado de retornar al lugar donde aprendí las primeras letras y empecé a fascinarme por la ciencia, el universo y el conocimiento.    
 
Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 7 de marzo de 2021.


   
 

sábado, 23 de enero de 2021

HARA-KIRI CON YUKIO MISHIMA


Por Eduardo García Aguilar


La literatura es por supuesto un asunto de escritura y solo de escritura, pero en muchos casos la vida del personaje termina por devorar al escritor, proyectándolo a la gloria por sus acciones más descabelladas. Tal es el caso del japonés Yukio Mishima (1925-1970), quien a los 45 años de edad, después de una vertiginosa carrera literaria de dos décadas, se hizo el Hara-Kiri en público después de intentar sublevar un regimiento y hacer un golpe para reivindicar las tradiciones imperiales de su país, afectadas por la humillante derrota en la Segunda Guerra Mundial.

Las grandes glorias literarias de la humanidad en los últimos siglos escribieron magníficas obras, pero en muchos casos su trascendencia se debe más que todo a que representaron en su momento a un país, continente, lengua o cultura que requería consolidarse o afirmarse frente a poderes hegemónicos en momentos cruciales de la historia. A Byron se le recuerda por su lucha por la libertad griega aplastada por el Imperio Otomano y su sacrificio romántico.

De igual forma se puede hablar de Shakespeare, Montaigne y Cervantes, que representan la solidificación de una lengua o de Goethe, Tolstoi, Victor Hugo, Walt Whitman, que terminan por identificarse con una patria grande y son emblemas de la bandera ondeante sobre los capitolios de sus grandes naciones. En otros casos el sacrificio en plena juventud congela para siempre en una imagen mítica a figuras como los españoles Federico García Lorca y Miguel Hernández, víctimas de la guerra civil y del franquismo, o a Arthur Rimbaud, el maldito que abandona la poesía antes de los 20 años y termina errante y fracasado en las calcinantes tierras del Golfo pérsico.

El burgués Mishima vive joven la tragedia de su país y madura literariamente sobre las ruinas de una patria vencida para siempre después de su implicación en el Eje nazi-fascista y la explosión apocalíptica de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Miles de años de historia imperial quedaron entre el barro de la destrucción y el nuevo amo trajo en sus maletas las costumbres de un mundo occidental hedonista y ebrio que diluyó las rígidas tradiciones familiares y de casta y los delirios de crueldad y sangre de los samuráis y los kamikazes.

Sus antepasados medievales y los muy recientes kamikazes se inmolaban y ofrendaban como mártires sus vidas al Emperador, animados por la creencia de que en el más allá obtendrían una vida paradisíaca entre almíbares, rodeados de inagotables geishas candorosas, plenas de aromas sutiles. Así como ellos, en otros tiempos los islamistas asesinos que describe Marco Polo en sus viajes, son enviados como sicarios a matar los enemigos del tirano con la promesa de encontrarse después del martirio rodeados para siempre de huríes en parajes de sueño donde los ríos llevan miel, dátiles y elíxires, como dicen las palabras del profeta Mahoma.

Mishima quiere restaurar el mundo milenario y su sacrificio atroz, abriéndose el vientre y siendo decapitado por un ayudante, como lo exige la tradición del seppuku, está impulsado por la certeza de ese más allá liberador. Vivió desde su infancia y adolescencia solitarias esa perturbadora pulsión de sangre y muerte, anclada en un erotismo místico, esencial y devastador.  

Igual que él han actuado a través de los tiempos los soldados de todos los ejércitos que ofrecen la gloria a jóvenes fanatizados, intoxicados por religiones o ideologías. Y como él los héroes de los tiempos románticos como Bolívar emprendían campañas con el sueño de independizar naciones y pasar a la gloria haciendo revoluciones y creando países. Los revolucionarios del siglo XX en América Latina y el Tercer Mundo se inmolaban como hoy los yihadistas buscando la gloria y la inmortalidad en un más allá radiante.

Lo paradójico de Mishima es que su deriva se dio tras gozar las mieles tempranas de la fama después de la publicación a los 24 años de Confesiones de una máscara, donde aborda temas tabúes que nadie osaba tocar antes en Japón, como las pulsiones sexuales de la infancia y la adolescencia. Hiperactivo, dramaturgo, fotógrafo, actor, dotado de talento para la radio y el histrionismo, novelista, orador, Mishima se agota en dos décadas de vertiginosa parábola, cuando Japón se convierte en un país próspero guiado por la riqueza y el auge de Estados Unidos y el Occidente victorioso.
 
Viajero y admirador de la literatura europea, fascinado por los años locos parisinos y berlineses que sucedieron a la primera Guerra Mundial, Yukio Mishima escribió una vasta obra y fascinó a los occidentales, que como Marguerite Yourcenar escribieron libros sobre su vida. Mishima es la prueba de que la gloria literaria es mezcla de talento y leyenda, de escritura y mito. Algunos como él fraguan su destino como una tragedia perfecta y otros lo viven sin saber que algún día se convertirán en leyenda.  

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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de enero de 2021.

viernes, 22 de enero de 2021

EN MINNEAPOLIS JUNTO AL MISSISSIPPI


Por Eduardo García Aguilar

A Lourdes y Jay

El sol se aventura ya en las nórdicas tierras de Minneapolis y Saint Paul, ciuidades gemelas y vecinas que presiden el estado norteamericano de Minnessota, donde se origina el río Mississippi, arteria vital de Estados Unidos junto a la que ha transcurrido la vida a través de milenios desde los aborígenes que llegaron por el estrecho de Behring hasta los modernos de hoy que estudian, beben, juegan béisbol, votan por Obama y asisten a conciertos de Britney Spears y de todas las estrellas del rock, rap o pop provenientes desde todos los rincones del mundo.

Hasta hace unos días apenas caía la nieve y todavía se puede ver en algunos lugares sombreados de Minneapolis, junto a molinos de trigo o depósitos de materiales, los restos del hielo que los cubrió durante una buena parte del año. Hace mucho frío en invierno, pero la vida transcurre con intensidad y las actividades siguen su curso en universidades, colegios, cafés y pubs irlandeses que como The Dublinners que se encuentran a lo largo de las avenidas o junto al naciente río que ha sido personaje de miles de relatos, canciones, dramas y leyendas.
 
En estas tierras nacieron el novelista Francis Scott Fitzgerald, el cantante Bob Dylan, el poeta John Ashbery, e hizo política el demócrata Hubert Humphrey, entre otras figuras populares de Estados Unidos. A su Universidad de Minessota asisten más de 60.000 estudiantes e investigadores que han hecho famoso el lugar por el alto nivel de las ciencias, en especial la medicina y la amplia actividad académica en todas las áreas. Todo eso dentro de un espíritu laico que atestigua la presencia de muchos estudiantes musulmanes con sus chadores y bonetes al lado de católicos, judíos y protestantes que viven en paz y acuden de manera conjunta a las aulas del Minneapolis City College.
 
Minessota es un estado pleno de agua y naturaleza y delimita al norte con los grandes lagos que son un amplio mar interior en la frontera con Canadá, convirtiendo a los paisajes y los amplios espacios en lugares húmedos y vitales, a veces despoblados, donde pululan búfalos, aves, zorros, lobos, osos y todo tipo de animales silvestres amantes de estas tierras tan distintas a las tropicales, que llevan con frecuencia nombres franceses puestos por los colonizadores discípulos de Jacques Cartier, que se aventuraron a la conquista de las zonas heladas del norte y fundaron Quebec y Montreal. Más al norte del estado están los resguardos indígenas, donde al parecer los habitantes, cuando no tienen permisos de operar casinos, viven entre la pobreza y la marginalidad, lo que muestra la deuda que todavía tiene este país con sus comunidades indígenas.
 
Desde la la llamada Torre del sombrero de la bruja, construcción puntiaguda que sirvió de depósito de agua desde 1913, se puede observar el horizonte poblado por edificios modernos construidos por los más famosos arquitectos del mundo, que con su aire futurista impecable contrasta con los tranquilos barrios de casitas de madera donde viven los habitantes de esta tierra pacífica de las profundidades del medio oeste del país. Entre los rascacielos del centro de la ciudad sobresalen de vez en cuando otras construcciones enormes realizadas con bloques de piedra de color ocre en el siglo XIX, como un extraño edificio construido en honor de las cofradías masónicas que pulularon aquí en otros tiempos y dieron probablemente al estado la profunda tradición demócrata y laica que lo caracteriza.
 
Son miles los inmigrantes y estudiantes llegados en las últimas décadas de África y Asia: bellas chicas de Somalia y Nepal que acuden a las aulas del City College junto a los hispanos y los afroamericanos que hoy se sienten orgullosos de su presidente. Las calles del centro, junto a la enorme Universidad de Minessota y las oficinas de bancos, están pobladas por gente de todas partes que se agitan con la llegada del sol y la explosión de la vegetación y la verdura. En medio de las avenidas surge ahora un gigantesco estadio que será la sede del equipo local de fútbol americano y atraerá a miles y miles de fanáticos a gozar de los placeres del deporte y del circo romano de tradición latina. El estadio está casi a medio terminar y es una bella obra de la nueva ciudad que muestra el poder del fútbol entre los universitarios. Junto a esta obra impresionante están los otros estadios de béisbol y hockey.
 
En el Pub irlandés The Dublinners, hacia la tarde, acude la gente a practicar danzas irlandesas de sus lejanos ancestros dirigidos por una maestra que da indicaciones a personas de todas las edades, desde encorvados alumnos de ocho décadas bien vividas hasta adolescentes y jóvenes obesas, mientras los maduros aferrados a la barra aprovechan la cerveza en tiempos de la hora feliz. En las paredes se ven banderas y fotos de John y Robert Kennedy, irlandeses ilustres como pocos, mientras al otro lado se ve un afiche que celebra a glorias de la literatura irlandesa como Bernard Shaw, Samuel Becket, Óscar Wilde, entre otros muchos.
 
Estos días ha hecho un sol radiante sobre la ciudad y parece que desde las sombras del frío helado emergiera otra vez la vida en esta jaula de oro de la modernidad y de la vida serena, lejos de los ajetreos de las grandes capitales costeras y las grandes urbes industriales y de otros países en guerra permanente. Pero sólo basta franquear las puertas para que aparezca la música de los nuevos grupos, se exprese el teatro, que es una de las artes preferidas y vibre la nueva vida en el Uptown muiscal y bohemio, en el barrio mexicano, junto a los lagos rodeados de mansiones elegantes o en los amplios suburbios de la clmase media, en estos primeros meses de la era de Obama.
 
He venido a charlar de literatura con universitarios y estudiantes de Minneapolis, por lo que he estado muy atento a lo que dicen sobre la situación del país en este momento de cambios indudables. Y he abierto los ojos a este mundo lejano de los Estados Unidos del Medio Oeste para tratar de comprender las probables tensiones y resquebrajaduras que subyacen detrás de una calma aparente. La literatura me ha traído aquí a esta ciudad y la literatura me hace observar con ojos del viajero la riqueza vital que se da en cualquier lugar del planeta.
 
Minneapolis es una ciudad sorpresiva. Y como toda ciudad sorpresiva está llena de arte, moda, riqueza, lujo, modernidad y pasado en la confluencia de los vientos y los ríos que vienen del hielo. Pero lo más apasionante para mí es estar en las extensiones donde se dan los primeros pasos infantiles del río Mississippi, que figura en las obras de Mark Twain y otros autores fundamentales del país.
 
Ver sus heladas aguas serenas al dar su primeros pasos como arteria central de la Nación americana, es atestiguar un momento geológico básico del continente americano. Y al ver esas aguas uno piensa que en el fondo estamos muy cerca, que Estados Unidos Unidos de América y el resto de América Latina están llamados un día a trabajar juntos sin imposiciones y respetando la libertad de pensar y el espíritu laico por sobre todas las cosas.
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* Escrito durante mi visita a Minneapolis, después de la presentación de The Triumphant Voyage.

domingo, 17 de enero de 2021

LOS CAMINOS DEL JUDÍO ERRANTE

 Por Eduardo García Aguilar

Ahora que millones de humanos seguimos fieles al éxodo, en un largo proceso de desplazamiento que se aceleró en las últimas décadas, es pertinente explorar las modalidades en que el ser humano se diluye en la diáspora o se exacerba en las islas del destierro. Por un lado se difumina en la vivencia de otras culturas cercanas o lejanas, en la penetración de los misterios del imaginario de otros países milenarios, en la visualización incesante de otros íconos, ya sean de piedra o huidizos como las imágenes televisivas de ceremoniales exóticos. Y a la vez se exacerba cuando la infancia, la adolescencia y la juventud fosilizan y adquieren contornos y esencias de una nueva mitología particular, familiar o doméstica.
 La tensión tectónica de esos dos procesos lleva a la conformación en nosotros de ese extraño Frankenstein construido con pedazos de otros códigos y ceremoniales, dentro del cual pugna el Minotauro del imposible retorno. Porque al mismo tiempo que la « raizalidad» agoniza en la integración del individuo a otros continentes exóticos, se agudiza el dolor de la ausencia del país original, que ya ni siquiera es portátil y se va volviendo tan extranjero o más que las playas, urbes, praderas y pieles de los países o continentes del éxodo.
 ¿Dónde queda, pues, ahora, el extranjero? ¿En la patria abandonada o en las patrias adquiridas a fuerza del éxodo? ¿Quién es más extranjero: el nativo que retorna a deambular por sus parajes nativos o el forastero que agota el asfalto de nuevas y luminosas metrópolis del Viejo y Nuevo Mundo? Este extranjero profesional y eterno que se instala en la movilidad no es más que la versión moderna del maravilloso judío errante del que nos hablaban la abuela o la madre mientras tejían en salas y corredores, bajo los aleros de las casonas de los Andes, como la extraña y misteriosa figura que flotaba en la inminencia de su aparición y partida.
 El judío errante lleva sus pequeños bártulos colgando en una bolsa raída, tiene una mirada agitada y extraviada, trae los cabellos hirsutos, la barba siempre a medioterminar y las manos rugosas como sus pies heridos y fatigados de tanto caminar por las trochas y caminos de herradura. El judío errante tiene como patria única su errancia. Y a diferencia de los que siempre se quedan en las pequeñas veredas esperando la muerte sin salir jamas de allí, el judío errante lleva como fardo una multitud de imágenes y voces, olores, texturas, sabores, pieles, un fardo que se hace cada vez más pesado, bullicioso, caótico, como si fuera un enorme y sacro monolito donde están inscritos todas las leyes o anatemas, los oráculos encontrados, las premoniciones, las catástrofes.
 Toda gran literatura es de éxodo, de errancia, materia de juglares que en sus andanzas acumulan experiencias e historias y tienen como función darlas a conocer a los otros, por un instante, al calor del fuego. Así surgieron los grandes libros sagrados de la India, el Oriente Medio y América, como obras de quienes le dieron la vuelta al mundo y contaron lo visto para que a su vez fuera relatado por otros, enriqueciéndose con las falsificaciones o el perfeccionamiento de las estructuras narrativas.
 Las epopeyas, las biblias, las mejores piezas de teatro, las fábulas, profecías y obras poéticas se forjaron en ese encuentro incesante de los encantadores de serpientes y los cómicos con el alborotado público de las barriadas famélicas. El mono volante y heroico del Ramayana, Hanumán, que pervive hoy en cada mono libre de Calcuta o Benarés; la figura emblemática de Sherezade; el profeta viajero que escribe epístolas y va de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo llevando la palabra divina; la historia del vellocino de oro; la loba que amamanta a Rómulo y Remo; todos ellos surgieron de ese patio de los milagros o esa plaza a donde llegaban los artistas viajeros con sus tambores, chirimías y panderetas.
 Allí también se forjó la búsqueda de eternidad. Porque el hombre milenario no se contentaba con el relato de sus aventuras picarescas, sino que establecía los puentes venideros con el más allá: así las reencarnaciones de los Indios, el más allá momificado de los egipcios y el cielo o el infierno de los cristianos tan bien descritos con lujo de detalles en La Divina Comedia de Dante y el Paraíso Perdido de Milton.
 En este caso la errancia no es de este mundo sino del otro, con interminables círculos y abismos por donde caen raudos los ángeles condenados. En su maravillosa abstracción estos mundos perfeccionan y hacen aún más complejos los caminos y los laberintos del mundo conocido. El más allá tiene palacios y paisajes aún más sorprendentes, flota sobre nubes o espacios cósmicos y en su seno las atrocidades humanas se perfeccionan, como las torturas y suplicios contados por Dante o Milton.

domingo, 10 de enero de 2021

TORMENTA EN EL CAPITOLIO


Por Eduardo García Aguilar

Las escandalosas escenas de Banana República vividas en Estados Unidos, cuando partidarios racistas y supremacistas del presidente saliente Donald Trump irrumpieron en el Capitolio y lo mancillaron al llamado de su líder, representan un cierre trágico y chistoso de mandato para quien durante cuatro años tuvo al mundo viajando en una montaña rusa que pasaba de tobogán en tobogán por diversos castillos de espantos y de monstruos.
El expresidente republicano Georges W. Bush fue quien utilizó el jueves el término de Banana República en un mensaje de protesta contra lo sucedido, al que siguieron decenas de comunicados de altos líderes conservadores, republicanos, funcionarios renunciantes, ediles y jefes de Estado de grandes potencias del mundo. Salones, oficinas, pasillos, vestíbulos del llamado templo de la democracia, fueron tomados por violentos individuos que llevaban banderas esclavistas, disfraces, cachuchas, banderines y camisetas con el nombre de Donald Trump. Desde hace dos siglos, en 1814, no ocurría un espectáculo de esa índole en el sacrosanto lugar que ha sido el orgullo de la democracia estadounidense.
El vicepresidente Mike Pence, que durante el mandato siempre estuvo callado y sumiso ante los desmanes de su jefe, optó por respetar la Constitución y encabezó la reanudación de las sesiones al lado de la jefa demócrata Nancy Pelosi, luego de que la Guardia Nacional logró controlar Washington con un toque de queda.
Finalmente el Congreso en pleno ratificó los resultados electorales y Joe Biden fue declarado presidente legítimo de la potencia mundial. Toda la gran prensa norteamericana, conmovida, dedicó las primeras planas del viernes a relatar los estropicios provocados por un individuo que tiene problemas mentales y de comportamiento que lo llevaron a encender el fuego autodestructivo, como sucedió con Nerón en Roma. Da miedo saber que aun durante dos semanas tiene el poder de hundir el botón de las armas atómicas.
Por la noche, lívido, furioso, Trump vio como se desgranaban una tras otra las renuncias de muchos de sus estrechos colaboradores, que saltaban del barco naufragado antes de quedar involucrados en lo que es un delito: incitar a la muchedumbre a tomar el capitolio para tratar de impedir la declaración oficial de Biden como presidente por parte de los congresistas. El saldo fue de un oficial y cuatro manifestantes muertos, decenas de heridos y detenidos. Las escenas difundidas en todo el mundo muestran a la horda rompiendo los vidrios como en la noche de los cristales rotos, perpetrada por los partidarios nazis de Hitler en los tiempos sombríos de Alemania.
Para los expresidentes demócratas Bill Clinton y Barack Obama los actos ocurridos el 6 de enero son sorprendentes, inesperados, aunque previsibles. Cuando Trump obtuvo el triunfo frente a Hillary Clinton, el presidente Obama respetuoso lo recibió en la Casa Blanca y le entregó el poder sin problemas. Todos sus rivales asistieron a su poesión frente al Capitolio.
La magnitud del daño histórico es enorme y con lo sucedido Estados Unidos queda en la historia manchado por sucesos que creían solo ocurrían en sus patios traseros, en los países donde dictadores y locos de todo pelambre sumen a sus países en guerras intestinas y genocidios por conservar a toda costa el poder o donde los congresos más parecen circos y bazares que lugares de ley y decencia.
Los Angeles Times describe como el equipo de la Casa Blanca vio en directo con estupor a Trump autoinmolándose por el orgullo y la vanidad del niño rico derrotado, o sea cometiendo lo irreparable como en su momento hizo en Rusia el borrachín Boris Yeltsin o en Uganda el caníbal Idi Amin Dada y tantos otros en milenios de historia. El multimillonario neoyorquino queda en los anales como el peor presidente de Estados Unidos.
En la madrugada del viernes hubo al fin un final feliz en el Capitolio de Washington, pero la inmensa tristeza reinó entre la gente sensata y honesta del poder legislativo estadounidense. Al final Trump leyó un documento que le escribieron los asesores para prevenir las indudables consecuencias judiciales de sus actos insensatos. Pero como en los tiempos de Roma, sus palabras solo son el eco del inevitable inicio de la decadencia del Imperio. Medio país lo sigue como al flautista de Hamelin hacia el precipicio.

--Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 10 de enero de 2021

domingo, 3 de enero de 2021

LAS INCIERTAS AVENIDAS DEL FUTURO

Por Eduardo García Aguilar

Termina el año 2020 bajo la amenaza aun no conjurada de la pandemia, pero con la certeza de que en los sectores de la ciencia y el pensamiento se aceleraron los avances que auguran sin duda descubrimientos y programas novedosos para enfrentar los problemas de la naturaleza y la humanidad que viaja veloz en el barco del siglo XXI. La humanidad es solo un aspecto microscópico de este universo inasible del que solo conocemos sus misterios y los abismos incomprensibles del tiempo.

Nuevas teorías nos hablan de la posibilidad de que la civilización terrícola en la que estamos inmersos es solo tardía y periférica y que tal vez en nuestra galaxia Vía Láctea muchas civilizaciones desaparecieron para siempre hace ya miles de millones de años, pues surgieron y tuvieron tiempo para avanzar y aniquilarse en el escalofrío del espacio. Como si estuviera claro que las civilizaciones y los mundos son finitos y se autodestruyen, lo que nos da perspectiva y relativiza el excepcional año de la peste que nos tocó vivir como a otros humanos en tiempos remotos.

El logro de vacunas en tiempo récord y las nuevas formas de enfrentar enfermedades hasta ahora incurables, conducirán a generar expectativas mayores de vida, lo que aunado a la cada vez mayor conciencia humana de la necesidad de cuidar al planeta, podrían tal vez conducir a un mundo mejor en los próximos siglos. Algunos futurólogos auguran saltos posibles en materia de alimentación que podrían liberar al hombre de la corvea para obtenerla, pero la vocación violenta y cainita del homo sapiens es una amenaza permanente que puede sabotear los avances y aplazar una actitud más responsable en materia ecológica.

Lo ocurrido este año a pesar de tantas muertes en serie, fue saludable en muchos sentidos para amplios sectores de la humanidad adormecidos por la creencia ciega en el progreso, el desarrollo y el consumismo desbocado. De repente la humanidad cesó de viajar por el mundo enloquecida y los cielos se despejaron de aviones. Todos los sitios turísticos quedaron paralizados y se convirtieron en lugares fantasmas con hoteles, restaurantes y bares cerrados. Una asfixiante ciudad costera de rascacielos construida para europeos como Benidorm en España y las lujosas urbes construidas en los desiertos de Medio Oriente por los jeques árabes se con
virtieron en elefantes blancos que tratan de salvarse convertidos en absurdos sets cinematográficos.

Y como Benidorm, París, Venecia, Roma, Pompeya, Barcelona, Praga, Dubai, Abu Dabi y Doha, Tailandia y centenares de playas paradisíacas situadas en islas de sueño, quedaron paralizadas sin el flujo millonario de los turistas. Los aeropuertos internacionales vieron pulverizadas las cifras de visitantes, causando el desempleo de millones de personas. La industria cinematográfica, los teatros, las salas de concierto y las discotecas llevan ya un año cerrados o restringidos. Y lo que era impensable para la humanidad, el plutocrático fútbol todopoderoso desapareció por encanto de los estadios y las pantallas. 

Encerrados en sus casas, enfrentados al deceso de familiares o figuras públicas, acosados por el desempleo o la ruina, los humanos tuvimos obligatoriamente que replantearnos muchas certidumbres. Pero en sus casas o en oficinas de universidades y laboratorios, pensadores, poetas y científicos han aprovechado el tiempo para pensar en el destino del homo sapiens sapiens y en su su frágil hábitat. 

¿Cuáles son las medidas que deben aplicarse desde ahora para impedir el fin del planeta? ¿Qué cambios radicales debe experimentar la sociedad para enfrentarse a los nuevos tiempos? ¿Como acabar con el hambre y la miseria de miles de millones de humanos? ¿Cuáles son los restos de la inteligencia artificial y sus fabulosos y a la vez inquietantes avances? ¿Qué sorpresas nos depara la nanotecnología? ¿Qué nuevos descubrimientos se avecinan en el cosmos gracias al perfeccionamiento de los instrumentos astronómicos?

Así como en otros tiempos sabios y filósofos preguntaron y reflexionaron sobre los siglos y milenios venideros, las mentes activas de la humanidad estremecida por la pandemia en 2020 aceleran sus reflexiones en materia científica y ética. Parecidos a los utópicos de hace siglos, muchos se aventuran a proponer nuevas formas de gobierno, consumo, cooperación y convivencia entre los humanos y abogan para que los cambios sean reales. 

La sociedad lucha contra las violentas fuerzas cavernarias del poder y el dinero opuestas en casi todos los países a los cambios y que luchan encarnizadamente por conservar los privilegios de unos cuantos, a costa de la miseria y la exclusión de las mayorías y la destrucción de la naturaleza. La nuevas generaciones parecen estar comprometidas en demoler para siempre ese viejo mundo patriarcal, bélico y de castas que ha dominado al mundo. Aun son propósitos utópicos, pero vale la pena soñar, ya que quienes hoy habitamos el planeta no sabremos lo que pasará en las inciertas avenidas del futuro planetario.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. 3 de enrero de 2021. 

sábado, 19 de diciembre de 2020

BELLEVILLE, LA VIDA Y EDITH PIAF


Por Eduardo García Aguilar


Siempre sueño con la calle de Belleville cuando me alejo de esta ciudad donde he vivido el mayor tiempo de mi vida. Es un sueño recurrente en el que regreso y encuentro el viejo apartamento donde viví cuando estudiante y en las aceras donde venden objetos usados hallo las cosas que alguna vez fueron mías, como una vieja cafetera italiana florida, cuadros, libros, cartas, cuadernos, fotografías y las prendas que usaba en aquellos tiempos felices.

Tal vez porque es una calle empinada que sube y baja como las de mi ciudad natal Manizales, siempre me ha gustado deambular por allí para fortalecer mis pantorrillas y de paso celebrar la alegría que se se siente en cada una de sus esquinas y rincones, donde desembocan otras calles y callejuelas tan exóticas y populares como la arteria principal que da nombre al barrio de Belleville. En el número 72 de esta calle nació en la miseria el 19 de diciembre de 1915 la grandiosa Edith Piaf.

Tres cuadras más arriba, cuando íbamos rumbo al Bistrot literario Les Cascades, le dije una vez a mi coterránea Beatriz Gómez que la iglesia junto al metro Jourdain me evocaba la de los Los Agustinos de mi ciudad natal, y que bajando y subiendo por callejones y escalinatas, entre árboles iluminados, queserías, panaderías, vinaterías, librerías, carnicerías, creperías y bares llenos de vida, vuelvo a sentirme como el niño que alguna vez fui y suelo ser.

Belleville es la parte más alta de la ciudad y arriba, en la cumbre de la Place de Fêtes, Telegraph, o la Porte de Lilas, suele cruzar un viento frío que a veces se desprende por las callejuelas como el soplo de un dragón desconocido. La cumbre rivaliza con las de Montmartre, Santa Genoveva y la Place D'Italie, colinas más bajas que se dominan desde estas alturas que en otros siglos albergaron a un pueblecito de la periferia de París.

En una de las novelas de Balzac, el joven héroe provinciano Rastignac observa desde el famoso cementerio Père Lachaise la ciudad cruzada por el Sena y la reta gritándole desde las alturas "a nosotros dos ahora" deseando vencerla y conquistarla a toda costa, como ocurrió en la ficción. El cementerio es uno de los más famosos del mundo y en él reposan Jim Morrison y Balzac, Chopin y Oscar Wilde, Rufino J. Cuervo y Miguel Angel Asturias, Proust y Colette, entre otras mil celebridades que suelen visitar los turistas. Allí en sus intrincadas calzadas el filósofo Hernando Salazar Patiño, quien vino en 2019 antes de la pandemia, perdió una bufanda de seda florentina que tal vez recuperó esa misma noche el fantasma de Oscar Wilde.

La de Belleville es una calle llena de vida. El miércoles, cuando al fin nos desconfinaron, lo primero que hice fue recorrerla como en los sueños, aunque todos los bares y restaurantes están cerrados hasta nueva orden. Las tristes cortinas metálicas pintadas de grafittis es lo que resta de El Zorba, visitado en los buenos tiempos por noctámbulos excéntricos hasta altas horas de la madrugada. Inspirado en el personaje de la novela de Nikos Kazantzakis, El Zorba acoge acoge artistas, poetas, músicos y pensadores perdidos que alzan la copa a la hora de cerrar mientras suena la campana del fin y se agota la última melodía de The Doors, Riders on the stone, con la voz de Jim Morrison, quien duerme para siempre no lejos de ahí.

Están cerrados también a medida que subo por la calle el Folies, el Cabaret Populaire, el Relais de Belleville, el Bariolé, Le Metro y tantos otros bares donde hasta 2019 departían hasta el delirio centenares de jóvenes ataviados de todas las formas posibles, según la estación del momento, entre los que se cuelan mujeres y hombres mayores, canosos muchos de ellos, que se resisten a dejar atrás la adolescencia y cuentan con la copa en alto que han vivido en Belleville la mayor parte de sus vidas.


En la esquina del Cabaret Populaire, asociaciones de benévolos del barrio instalaron un intrincado laberinto de casetas ecológicas de madera adornadas de flores, donde puede llegar cualquiera a tomar gratis una sopa caliente o comer alguna delicia preparada por manos amorosas. Tanta gente se ha quedado sin empleo y sufre de soledad en estos días terribles, que proliferan sitios como estos donde hay buena música de rock y comida gratis. Me emociono. Así ha sido siempre la calle de Belleville: popular, humana, cosmopolita y solidaria.

Todos sabemos que aquí al lado vino al mundo la inovidable Edith Piaf, quien de niña cantaba en estas calles junto a un padre alcohólico y viudo que tocaba el acordeón. La grandiosa Piaf protegía a los amantes de Belleville antes de la pandemia y está lista a protegerlos con sus bondades cuando termine la pesadilla y la vida retome la normalidad. Llego a la puerta y me inclino ante la placa que dice: "En las escaleras de esta casa nació el 19 de diciembre de 1915 en la mayor pobreza Edith Piaf, cuya voz, más tarde, conmovería al mundo entero".
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 20 de diciembre de 2020.

lunes, 14 de diciembre de 2020

EL ACUERDO DE PARÍS SOBRE EL CLIMA


Por Eduardo García Aguilar


Hace cinco años 195 países participantes lograron llegar a los Acuerdos de París y ahora, como soñar no cuesta nada, se reúnen en medio de la pandemia y en plena virtualidad planetaria buscando ratificar los objetivos planteados para reducir el calentamiento de la tierra, expresado en huracanes y ciclones devastadores, incendios forestales, inundaciones sucesivas, desaparición de las cumbres nevadas y humedales y la reducción dramática de los casquetes polares ártico y antártico.

Después del avance de aquella reunión, muchas esperanzas se vinieron al suelo, pues lo primero que hizo Donald Trump al llegar al poder en Estados Unidos, fue salirse del acuerdo y sabotearlo a lo largo de su mandato, que culmina en enero, pues según él no existe tal cambio climático y el mundo puede seguir destruyendo bosques y contaminando el planeta.

Y como no hay mal que por bien no venga, la llegada de la pandemia que sacudió al mundo en este largo año excepcional de 2020, mostró con total claridad que el planeta necesita reducir la velocidad y la naturaleza de sus objetivos productivos y tecnológicos. Trump y su comparsas en el mundo fueron desmentidos por la realidad de la peste, que reveló al orbe la necesidad de que los humanos cesen su delirio depredador.

De repente todos vimos como nuestros cielos se quedaron libres del desenfrenado tráfico de la aviación mundial y del turismo enloquecido que histerizaba a los habitantes del planeta, ávidos de viajar y gastar sin sentido. También vimos como lucían las grandes y las pequeñas ciudades en los momentos más drásticos del confinamiento aplicado en todas partes ante la devastación mortífera provocada por la peste del siglo XXI.

Calles vacías de vehículos y contaminación, baja en el índice de accidentes, recuperación de espacios por parte de los animales que antes huían de la locura humana, fueron algunos de los efectos benéficos de la crisis. Muchos vieron los cielos libres de esas líneas contaminadoras expulsadas por los enormes aviones y también los mares descansaron al observar a los paquebotes del turismo de masa que invadían sitios de sueño, playas, bellas ciudades como Venecia, a los cargos petroleros y químicos y a las minas contaminadoras, paralizados todos por el cese súbito de las actividades económicas.

Por el avance terrorífico de la peste en Brasil, cuyo gobierno hacía coro con el de Trump negando el virus y el cambio climático mientras se incendiaban las selvas amazónicas, las actividades depredadoras contra la naturaleza impulsadas por los ávidos de la ganancia tuvieron cierto reposo obligado, dejando en paz a los habitantes originarios y a los animales que morían bajo el fuego provocado por quienes arrasan los bosques, afectando al pulmón amazónico del planeta.

Los activistas y los países y líderes mundiales comprometidos con el Acuerdo de París se preparan ahora para la nueva reunión COP 26, que se llevará a cabo el año entrante en Glasgow, en Escocia. Los expertos y los científicos siguen publicando informes donde explican en detalle que los objetivos deben cumplirse para que el planeta se salve de la autodestrucción, que lo convirtiría en un globo desierto, una inmensa roca fría cubierta de óxido como en los libros o las películas de ciencia ficción.

Las nuevas generaciones trabajan par proponer alternativas: reducir el uso de energías fósiles, el uso de los vehículos o al menos convertirlos en aparatos ecológicos no contaminadores, cambiar los hábitos y proponer el reciclaje de electrodomésticos, ropas y muchos elementos de la vida cotidiana, reducir el turismo masivo que invade y destruye, avanzar hacia la construcción de edificios y habitaciones ecológicas, proteger el agua, cuidar la naturaleza, promocionar el trueque, dejar de vivir arrodillados ante el dios automóvil.

Muchos adolescentes y jóvenes de este siglo XXI han tomado conciencia de esas necesidades y se mueven en la India, Suecia, Estados Unidos, América Latina, África, Asia, para hacer posible esos cambios, pero las fuerzas retardatarias hacen todo para impedir el cambio, lo que se traduce en el asesinato en muchas partes mundo de  activistas ecológicos que luchan contra la construcción de aeropuertos absurdos en lugares paradisíacos, represas megalómanas, avenidas locas que matan ciudades y se oponen a la minería de las grandes multinacionales, que tras extraer las riquezas solo dejan miseria y desiertos.

Esos jóvenes que ahora alzan la voz muestran el rumbo que los viejos sátrapas vampiros del poder y el dinero como Donald Trump y sus admiradores quieren frustrar en un baño de sangre y destrucción. No todo el mundo está loco. La humanidad puede cambiar de rumbo y aun está a tiempo. El éxito no está en enriquecerse, robar, matar, arribar, gritar, odiar, hacer la guerra, sino en luchar por un mundo más justo y más leal con la naturaleza. La poesía está a la vuelta de la esquina. El sueño se puede tocar con nuestros corazones. Solo basta mirar las flores, los ríos, el mar, los volcanes y escuchar el canto de los pájaros.   
 
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Publicado el domingo 13 de diciembre de 2020 en La Patria. Manizales. Colombia. (Incluye pequeños ajustes en los párrafos 1 y 7).